23 julio 2013

2001-2010: El futuro que no llegó



Estamos en el año 2013, tres años después del 2010, doce después de 2001, las fechas que dieron título a dos famosas películas y dos famosas novelas de ciencia ficción. Centrémosnos en la más potente: 2001, una odisea en el espacio, dirigida en 1968 por el famoso director Stanley Kubrick y basada en un relato breve (“El centinela”) del no menos famoso escritor Arthur C. Clarke.

En el universo de 2001 podemos observar que el viaje espacial es algo no infrecuente, que existe una gran estación orbital tripulada, una base habitada en la Luna, se ha descubierto vida inteligente de origen extraterrestre y la hibernación y la inteligencia artificial avanzada están al orden del día. Incluso se ha podido llegar al planeta gigante, Júpiter, en una nave espacial.

Kubrick, que no se atrevió a mostrar a los extraterrestres de manera explícita porque estaba convencido de que en poco tiempo la Humanidad encontraría vida inteligente en el cosmos y tenía miedo de quedar desfasado, la verdad es que pecó de muy optimista.

Para empezar, a pesar de los esfuerzos invertidos en proyectos como el SETI (que tampoco han sido especialmente masivos debido a la falta de fondos para este tipo de investigaciones) durante décadas, no se ha podido encontrar ningún indicio fiable de vida inteligente de origen extraterrestre. De hecho, ni inteligente ni no inteligente. Ni una triste bacteria hemos sido capaces de encontrar. Y eso que la búsqueda de exoplanetas similares a la Tierra está al caer.

Ni Gran Zagadka, ni monolitos, ni señales inteligentes, ni puertas dimensionales, ni nada de nada de nada. El cosmos se nos muestra silencioso, de momento en lo que a vida inteligente se refiere.

Por otro lado, aunque existe una estación espacial internacional, nada tiene que ver con la que aparece en la película. Y mucho menos nada que se parezca a una base lunar habitada. Dudo que Kubrick pensase que cuando llegásemos a la Luna, cosa que estaba a punto de suceder cuando se estrenó la película, acabásemos abandonando el proyecto poco después.

En cuanto a la hibernación, no hemos avanzado lo más mínimo desde 1968 en estos temas.

Otra cosa es la inteligencia artificial. Después de un cierto parón escéptico durante un periodo de tiempo en que se creyó que era algo descabellado, se han conseguido avances parciales importantes en el mundo de la inteligencia artificial, aunque un ordenador sintiente como el HAL 9000 de la película está todavía muy allá de nuestras posibilidades tecnológicas, si es que alguna vez llega a ser posible.

Curiosamente, el mundo bipolar, dividido entre capitalistas y comunistas que Kubrick y Clarke creyeron que continuaría existiendo se esfumó de la noche a la mañana a finales de los ochenta.

En fin, que el futuro nunca fue lo que prometía ser, cosa que prueba que los escritores de ciencia ficción no son mejores que otras personas a la hora de predecir el futuro. Aunque, claro, la ciencia ficción no consiste sólo en eso. Non solum sed etiam.

22 julio 2013

Correlaciones: Ciudades moribundas



Tras ver en la televisión la noticia sobre la quiebra de la otrora próspera ciudad industrial de Detroit (palabra que proviene premonitoriamente de “le detroit”: “the straits”, o sea, estrechos, apuros) no puedo evitar recordar la hipnótica novela corta de J. G. Ballard, “La ciudad última” (“The Ultimate City”, 1976) contenida en Aparato de vuelo rasante.

Viendo las imágenes de edificios abandonados, calles sucias y fachas herrumbosas, me ha venido a la memoria las vívidas imágenes ballardianas de “La ciudad última”. Aunque las situaciones son marcadamente diferentes, la relación se establece ella solita.

La verdad es que la cosa no tiene nada de extraño. Como tantas ciudades del “rusty belt” (el cinturón de herrumbre) del nordeste de los Estados Unidos, que en su día concentraron la mayor parte de la industria pesada y automovilística del país, hoy, tras la crisis económica y la era postindustrial que ha favorecido nuevas tecnologías menos “pesadas” y contaminantes así como la deslocalización de las industrias, antaño omnipotentes, estas ciudades corren el riesgo de acabar como Detroit o peor: como restos de un gigante decadente, como ciudades fantasma.

Las imágenes que nos describe Ballard tienen mucha similitud com lo que hemos podido ver por la televisión. Naturalmente, Detroit está todavía viva y posiblemente no se ha escrito todavía la última palabra sobre su historia, pero no deja de ser sorprendente como una ciudad importante de la todavía primera potencia mundial se tambalea de una manera tan sonora.