Cháchara
En algunas obras de ciencia ficción,
abunda lo que yo llamo cháchara. Según el Diccionario de la Real
Academia de la Lengua Española, cháchara es una “conversación
animada e intrascendente sobre temas de poco valor”.
Algunos autores, son famosos por sus
textos repletos de cháchara, lo cual no quiere decir que sean textos
intrascendentes en sí mismos o carentes de interés. Pondré un par de ejemplos:
Connie Willis: es experta en largas
parrafadas repletas de cháchara, pero son parrafadas la mar de interesantes. A
veces, toca temas que podríamos llamar “raritos”. Willis, en una entrevista,
comentaba que cuando quemaron a Juana de Arco, también quemaron a su caballo y
que ella era de las personas que se interesaban por la historia del caballo.
Algunas de sus novelas, como Por no
mencionar al perro (To Say Nothing of the Dog, 1998, Premios Hugo
y Locus 1999) u Oveja mansa (Bellwether, 1996, Premio
Locus 1997) están repletos de esas cháchara que la hacen tan característica
y que confiere a sus obras una textura peculiar y muy interesante. Vaya, que no
siempre la cháchara debe considerarse como “algo sin valor”. O tal vez
no sea cháchara, claro.
Otro ejemplo, tal vez más descarado, lo
encontramos en el Criptonomicón (Cryptonomicon, 1999, Premio Locus
2000), de Neal Stephenson. El autor es capaz de dedicar todo un capítulo a
explicar cómo se prepara un bol de cereales para el desayuno u otro sobre las
vicisitudes y consecuencias de la extracción de una muela del juicio. Y lo hace
con una gracia que te conquista, aunque no acabas de saber si lo que realmente
pretendía, desde el principio, era tomarte el pelo.
Para acabar, también hay un tipo muy
especial de cháchara que podríamos llamar la tecnocháchara o tecnojerga,
típica de series como Star Trek, en las que el personaje de turno se
pone a explicarte en qué consiste su dispositivo favorito a base de taquiones o
cómo funciona el motor de antimateria de la nave o sus escudos deflectores.
Una vez entrevistaron a un trekkie
español, para más señas ingeniero, en ocasión del estreno de una película de la
franquicia de Star Trek y le preguntaron si esta jerga debía evitarse en
las películas o en las series y contestaba, muy convencido, que no, que era un
hecho muy propio de Star Trek y que le proporcionaba una textura muy
característica.
En fin, que a veces lo que parece
relleno es necesario o como mínimo, bastante interesante. En el caso de autoras
como Connie Willis, casi merece más la pena leer sus novelas por esa “cháchara”
tan característica que no por las tramas en sí mismas.
Ordenadores carismáticos
La ciencia ficción escrita y
cinematográfica es rica en ordenadores más o menos carismáticos. Algunos de
ellos, son memorables. Otros han pasado más o menos desapercibidos, pero todos
tienen su interés.
Empecemos con Michaelmas (1976),
una novela de Algis Budrys en la que aparece un superordenador sintiente
llamado Domino, que está controlado por un periodista llamado Michaelmas,
que pretende arreglar los problemas del mundo. Por cierto, con el término Michaelmas
supongo que se juega con el doble sentido de mass media y de la
festividad cristiana de Michaelmas, celebrada en algunos lugares el 29
de septiembre.
Más simpático es Mycroft, el
ordenador revolucionario que aparece en la novela La luna es una cruel
amante (The Moon is a Harsh Mistress, 1965, Premio Hugo 1967),
de Robert A. Heinlein y que coordina el movimiento independentista lunar
respecto de la Tierra, mediante un sistema jerárquico de células que van a
parar a Mycroft, quien lleva el nombre de otro notable: el hermano
genial de Sherlock Holmes.
También está Jane, que más que un
ordenador, es una inteligencia artificial que existe gracias a la red de
ansibles de la Humanidad, en el universo de El juego de Ender (Ender’s
Game, 1985, Premios Hugo y Nebula 1986), concretamente, en
sus secuelas.
Para acabar con los ordenadores
literarios, no podemos olvidarnos de la Multivac de Isaac Asimov, que
gestiona los grandes asuntos de la Humanidad del futuro y que aparece en
multitud de relatos, como en “Sufragio universal” (“Franchise”, 1955),
“La última pregunta” (“The Last Question”, 1956), “Todos los males del mundo”
(“All the Troubles of the World”, 1958) o “Vida y obra de Multivac” (“The
Life and Times of Multivac”, 1975), entre otros. Se trata del ordenador
definitivo, que se dedica a pensar continuamente en el bien de la Humanidad y a
sacarle todas la castañas del fuego, lo que en alguna ocasión acaba
ocasionándole algún que otro problema “psicológico” grave. El nombre de Multivac
está inspirado en el de la primera mainframe estadounidense: UNIVAC.
En lo que al cine y la televisión
concierne, empezaré por uno bastente antiguo: el ordenador de la nave Liberador
de la serie Los 7 de Blake (Blake’s 7, 1978-1981): Zen. Era
bastante primitivo, para los cánones de nuestra época y decía cosas como: “Sí,
afirmativo”, “No, negativo” u “Orden autodestruída”, que hoy
hacen bastante gracia.
En los dibujos animados, recuerdo con
afecto la magnífica serie Ulises 31 (1981-1982), que narraba las
historias de Odiseo (Ulises), de la mitología griega, ambientadas
en el siglo XXXI. El amnésico ordenador de la nave de Ulises, la Odiseus,
se llamaba Shirka, tenía voz femenina y decía cosas como: “Ulises,
Ulises, el camino hacia la Tierra se ha borrado de mis memorias”, lo que
justificaba el viajecito que tenían que soportar, con todo tipo de robots,
monstruos y dioses malcarados, poniéndoles obstáculos a su paso.
Tal vez uno de los ordenadores más
conocidos sea HAL (y su hermano gemelo SAL). Es el ordenador de a
bordo de la Discovery 1, en 2001. Una odisea en el espacio (1968)
y en 2010. Odisea Dos (1982). Juega al ajedrez, da conversación a los
astronautas de la nave y en su tiempo libre se dedica a asesinarlos. Claro que
la culpa (como siempre) es de la Casa Blanca, quien le ordena que mienta y
oculte información, lo que lo convierte en un maníaco paranoide asesino, debido
a que “entra en una lazada H-Moebius” (sic). Vaya, que se vuelve majara.
De HAL podemos decir que no tiene
sentido del humor, sabe leer los labios, que está preocupado por si, cuando
muera, soñará y que sabe cantar la dichosa cancioncita “Daisy, Daisy”.
Cuenta la leyenda, que inicialmente se
llamaba IBM, pero que a la empresa homónima no le hizo ni puñetera
gracia que un ordenador asesino se llamase así, por lo que tuvieron que
cambiarle el nombre. Eso sí, no fueron muy lejos: sustituyeron cada letra, en
plan cifrado del César, por la anterior. Así, IBM pasa a ser HAL,
aunque Arthur C. Clarke, coautor del guión junto con Stanley Kubrick, tratara
de vendernos que eso era casualidad y que, en realidad, HAL eran las
siglas para Heurísticamente ALgorítmico (en castellano).
Otro clásico es WOPR, Joshua
para los amigos, el ordenador de Juegos de Guerra (WarGames,
1983, dirigida por John Badham), encargado de controlar el sistema de defensa
(y ofensa) nuclear de los Estados Unidos y que, por error, empieza una partida
teóricamente simulada sobre cómo ganar una guerra termonuclear total, pero que
se juega con misiles de verdad. No es la primera película que ataca este tema,
pero sí es de las que muestran algunas cuestiones relacionadas con la
informática y las matemáticas como la teoría de juegos, las puertas traseras
o el autoaprendizaje.
Finalmente, en la magnífica serie
televisiva The Red Dwarf (1988-), el ordenador de abordo, primero un
hombre llamado Holly y luego una versión femenina llamada Hilly,
tiene un sentido del humor bastante macabro y, en un episodio, se hace pasar
por otro ordenador llamado Queeg, para gastarles una broma pesada a los
tripulantes. Descarado, directo y algo ácido, se ha acostumbrado a decir
siempre lo que opina, aunque ello pueda resultar ofensivo.
La ciencia ficción será femenina o no será
Hace ya más de dos décadas, el conocido
informático, editor y jerarca del Mundillo, Miquel Barceló, afirmaba muy serio
que el futuro de la ciencia ficción sería femenino. Primero, porque las mujeres
tendían a leer más que los hombres y, segundo y no menos importante, porque en
el mercado literario del género se veían despuntar, en lo que a originalidad se
refería, más mujeres que hombres.
Han pasado los años y creo que acertó de
pleno. Lo que antaño era un coto cerrado a las mujeres, en las que solo unas pocas
(Leigh Brackett [1915-1978], Ursula K. LeGuin [1929-2018], Angelica
Gorodischer [1928], Octavia Butler [1947-2006], Julian May
[1931-2017], Marion Zimmer Bradley [1930-1999] o James Tiptree Jr.
[1915-1987]), por no mencionar a la fundadora del género: Mary Shelley
[1787-1851], lograron abrise un cierto camino, hoy es un campo abonado a ellas.
Algunas, han trascendido el mundillo,
como Doris Lessing [1919-2013], autora de Shikasta (1979) o Margaret
Atwood [1939], autora de El cuento de la criada (The Handmaid’s
Tale, 1985).
Ya, a finales del siglo XX, despuntaban
algunas escritoras del género de manera destacada. Algunas en la space opera
y otras, más lanzadas, en historias más punteras o difíciles de clasificar.
Así, encontramos a autoras tan reconocidas
como C. J. Cherryh [1942], Nancy Kress [1948], Sheri S. Tepper
[1929-2016], Connie Willis [1945], Lois McMaster Bujold [1949], Elia
Barceló [1957] o Elizabeth Moon [1945], algunas de las cuales tienen
producciones más que considerables y aún están en activo y casi todas nacidas
en la década de los cuarenta del siglo XX.
No obstante, la cosa ha seguido
evolucionando. Hoy nos encontramos con nuevas hornadas de escritoras, que
cultivan el género fantástico desde sus principales variantes: la ciencia
ficción, la fantasía y el terror sobrenatural. Citaremos unas cuantas.
Tal vez una de las más conocidas del
mundo fantástico, sea la mundialmente aclamada J. K. Rowling [1965],
creadora del universo de Harry Potter, el joven mago inglés que
sobrevivió al hechizo mortal avarda kedavra, propinado por el malvado
mago oscuro Lord Voldemort. Aunque ha escrito otras cosas, nada ha
tenido el éxito tan masivo que obtuvo Harry Potter y sus diferentes
secuelas y precuelas literarias y cinematográficas.
Ann Leckie [1966], editora estadounidense y autora
de Justicia auxiliar (Ancillary Justice, 2013, Premios Hugo,
Nebula y Locus 2014), una space opera sobre guerras
interespecies, inteligencias artificiales e imperios alienígenas. Ha sido
continuada con Espada auxiliar (Ancillary Sword, 2014) y Misericordia
auxiliar (Ancillary Mercy, 2015).
Nora K. Jemisin [1972], estadounidense, escritora de
ciencia ficción especulativa. Su primera novela, The Hundred Thousand
Kingdoms, fue nominada al Premio Nebula 2011 a la mejor novela y al Premio
Hugo (mismo año). Con La quinta estación (The Fifth Season,
2015), ganó el Hugo en 2016 y fue finalista del Nebula. Se trata
de un libro, que ha originado la trilogía de la Tierra Fragmentada, a
medio camino entre la ciencia ficción y la fantasía. Destaca el hecho de que
las principales protagonistas son mujeres.
Nnedi Okorafor-Mbachu [1974], escritora estadounidense del
género fantástico. Particularmente conocida por la serie de novelas iniciadas
con Binti (2015). En ella se narra la historia de una joven llamada Binti,
miembro de la etnia Himba de la Tierra, primera de su etnia en ser
aceptada en la universidad intergaláctica de Oomza Uni. Ganó el Premio
Hugo 2016 y el Nebula 2015, a la mejor novela.
Kameron Hurley [1980], autora estadounidense de
ciencia ficción y fantasía, ha sido nominada a multitud de premios del
mundillo. Es autora de novelas como Las estrellas son legión (The
Stars Are Legion, 2017) o La brigada de luz (The Light Brigade,
2019) y destaca en la space opera, especialmente de carácter militar.
Aliette de Bodard [1982], escritora francoestadounidense
de ciencia ficción especulativa. Nació en París, aunque es de origen vietnamita
y francés y aunque su lengua materna es el francés, también escribe en inglés. Es ingeniera y
trabaja en procesado de imágenes. En 2012 ganó el Premio Nebula y el Premio
Locus por su relato “Inmersión” (“Immersion”, 2012). Muchos de sus
relatos se ambientan en mundos ucrónicos, en los que la cultura azteca o la
china tradicional son las dominantes.
Becky Chambers [1985], estadounidense, ganadora del Premio
Hugo 2019. Es la autora del libro: El largo viaje a un pequeño planeta
iracundo (The Long Way to a Small, Angry Planet, 2015). La novela
destaca por estar muy centrada en los personajes y en un universo
multicultural, diverso, no convencional y ciertamente optimista.
Bueno, hay muchas más, pero esta es una
pequeña muestra de lo que está destacando hoy día.