07 enero 2024

Agazapados en el bosque oscuro

El otro día escuchaba una interesante disertación en el canal de “El robot de Platón” sobre la teoría del bosque oscuro, que me hizo reflexionar.

 

Aunque ya he tocado el tema en este blog alguna otra vez, a fin de entrar en materia, la teoría del bosque oscuro viene a decir lo siguiente. Imaginemos que en la galaxia hay un montón de especies inteligentes tecnológicas similares a la nuestra o incluso de un nivel superior. ¿Por qué no se comunican con nosotros o entre ellas? Vaya, la famosa pregunta que se hizo Enrico Fermi: “Si hay aliens, ¿dónde están? ¿Por qué no están aquí?”.

 

La teoría del bosque oscuro afirma que para que una especie pueda prosperar, debe tener un cierto grado de violencia en su naturaleza. O al menos, algunas de ellas serán violentas y expansivas. Como, en definitiva, la galaxia es finita, aunque nos parezca muy grande, una especie avanzada podría temer a sus vecinos, así que se esconde, como un cazador agazapado en un bosque oscuro, para que no la descubran.

 

Es posible que, si hay especies imperialistas, estas no tengan muchos escrúpulos en enviar un caballo de Troya a las especies que se están empezando a desarrollar, como la nuestra, a fin de exterminarlas y evitarse un posible competidor futuro. Dadas las distancias entre las estrellas y a que, de momento, no conocemos maneras prácticas de viajar a velocidades translumínicas, en el tiempo en que vamos a conocer a una nueva especie, esta podría haberse vuelto muy poderosa y hostil, por lo que mejor eliminarla en sus estadios iniciales.

 

Más o menos, esta es la teoría del bosque oscuro. Por supuesto, no creo que la violencia y el imperialismo sean la consecuencia natural de la teoría de la evolución. Si bien la hipótesis es factible, también podría ser que las especies colaborasen unas con otras y que no hubiese guerra en la galaxia. Tal vez hubiese una liga o federación de especies.

 

Sea como fuere, ¿dónde están? Es posible que estén ahí, pero que hayan llegado a un estadio evolutivo tan avanzado que, si nos ven, consideren que somos como hormigas y que no merece la pena intentar comunicarse con nosotros.

 

Ahora bien, tanto si son hostiles como si son tremendamente avanzados y no son hostiles, hay motivos poderosos para estarnos calladitos y no llamar demasiado la atención, aunque me temo que ya es tarde. Las señales de radio y de televisión hace un siglo que viajan por el espacio, expandiéndose en una esfera de unos cien años luz, más o menos, espacio en el que ya hay bastantes estrellas y que podría contener alguna civilización avanzada.

 

Por lo tanto, ya no va a venir de aquí. Los potenciales beneficios, ¿superan los posibles perjuicios de una comunicación? Aunque me encantaría saber si hay inteligencias o al menos vida ahí fuera, tal vez tampoco sea buena idea contactar con ellos, aunque sean pacíficos.

 

Tal vez, el contacto con una civilización más avanzada que la nuestra pudiera desestabilizarnos terriblemente y acabar de hundirnos (véase “El texto de Hércules”, de Jack McDevitt). Aunque reconozco que solitos ya lo hacemos muy bien. Quizás, saber que hay alguien más ahí fuera nos uniese y convirtiese nuestras exiguas diferencias, por las que estamos dispuestos a luchar y a matarnos los unos a los otros, en algo trivial (Véase “Star Trek”, de Gene Roddenberry).

 

Pero tampoco las tengo todas. Y también podría ser que la civilización alienígena estuviese más atrasada que nosotros, por ejemplo, en el equivalente tecnológico del principio de nuestro siglo XX. Serían capaces de comunicarse, pero pobrecillos si les ponemos las zarpas encima, porque viendo cómo nos tratamos entre nosotros, no quiero ni pensar qué haríamos con unos seres más débiles que la Humanidad (véase “Un caso de conciencia”, de James Blish o “El nombre del mundo es bosque”, de Ursula K. LeGuin).

 

Y naturalmente, existe la posibilidad que la comunicación fuese imposible, pues nuestros lenguajes y nuestros puntos de referencia culturales fuesen tan dispares, que no hubiese manera práctica de entendernos, lo cual podría generar una tremenda frustración (Véase “Fiasco” o “La voz de su amo”, de Stanislaw Lem).

 

En fin, que motivos para hablar y para estar callados los hay tal vez por partes iguales, así que quizás podríamos estar a la escucha, escudriñar los cielos, pero no enviar señales potentes que revelasen nuestra posición. Siempre estaremos a tiempo de hacerlo. O tal vez no, pero la hipótesis del bosque oscuro es una seria advertencia acerca de las graves consecuencias que puede tener un acto tan simple como la comunicación o el ansia de saber en determinadas circunstancias.