14 enero 2006

Me quedo con tu cara o... sé dónde vives

Hace ya tiempo que vengo leyendo en la prensa que en el Reino Unido pretenden dentro de poco controlar los movimientos de todos los coches que circulan por las carreteras del país o, lo que es lo mismo, controlar los movimientos de buena parte de los ciudadanos. Naturalmente lo hacen por el bien común y para poder detener a los malos de la película, que son los terroristas y todo eso.

Por desgracia ni si quiera es un tema nuevo. En los aeropuertos norteamericanos están montando toda una batería de dispositivos que permitirán incluso detectar los latidos del corazón para localizar gente nerviosa (¡pues que no les pase nada, porque esto de volar pone nerviosos a muchos!), identificar huellas dactilares, rostros, etc.

El uso de las nuevas tecnologías de reconocimiento biométrico, la inteligencia artificial y el procesado y almacenado masivo de información, combinado con una red creciente de cámaras y otros sensores ubicadas en multitud de lugares públicos va a acabar convirtiendo Occidente en el paraíso del Gran Hermano.

Tampoco quiero hacer crítica fácil. A fin de cuentas todos queremos seguridad y cuando hay un atentado de las características del de Madrid, Nueva York o Londres, todos clamamos medidas más eficaces y justicia.

La tragedia de este nuevo siglo que ahora justo empieza es que parece que entre todos hemos convertido en poco menos que incompatible unas mayores cotas de libertad con la seguridad común. Es una verdadera pena y muy posiblemente será una de las características que marcarán el siglo XXI.

Por otro lado, al haberse desarrollado nuevas tecnologías de reconocimiento de rostros, huellas, voz, matrículas de coches, etc, se ha posibilitado su uso y es que, no nos engañemos, cuando tenemos a nuestra disposición un nuevo juguetito, rara vez nos resistimos a jugar con él. Como decía Miquel Barceló, es fácil inventar, pero muy difícil o del todo imposible desinventar.

Hay un relato que me impactó mucho en este sentido: se trata de "La plaga del leopardo verde". En él, se describe una tecnología informática capaz de buscar a través de internet de entre todas las fotografías disponibles un rostro en concreto a fin de irle siguiendo la pista a una persona. La eficacia del método proviene del hecho de que cada vez más personas disponen de un blog, un álbum o una web personal en donde cuelgan sus fotos y como la gente cada vez viaja más y utiliza más sus cámaras digitales, llegará un momento en que será posible localizar a un individuo de esta manera.

Como contrapartida, tal vez un día no muy lejano tengamos disponible a un precio asequible un traje de invisibilidad que nos mantenga a salvo de miradas indiscretas, tal como el que se describe en Luz de otros días, de Stephen Baxter y Arthur C. Clarke.

En cualquier caso, parece que la batalla legal por la preservación de nuestro derecho a la intimidad está perdida. Puedo entender que los ciudadanos tengamos que ayudar a colaborar en la seguridad común aunque sea renunciando parcialmente a nuestra intimidad, pero la cuestión siempre acaba siendo la misma: Quos custodiet custodios? Es decir: ¿quién vigila a los vigilantes? ¿Cómo podemos estar seguros que esa información no se utilizará en nuestra contra con otras finalidades o, simplemente, se venderá al mejor postor como parece suceder hoy día con todo tipo de bases de datos?

Por otro lado, el poder detectar todos los movimientos de la gente, ni que sea empleando supercomputadores, ¿no pondrá en los gobiernos u otras entidades aún más opacas el enorme poder de conocer todo tipo de hábitos y conductas con que podernos manipular más fácilmente? ¿No podría acabar habiendo un expediente monumental sobre cada uno de nosotros del que pudiera deducirse prácticamente toda nuestra vida? Me refiero a saber qué ropa llevamos, a qué hora nos levantamos, dónde vamos a cenar, con qué frecuencia cogemos un taxi, vamos al médico o salimos a cenar fuera, con quién vamos en todo momento. Sólo falta que nos implanten un chip como en Demolition man...

La lista es inagotable y conforme vayan saliendo al mercado dispositivos de almacenamiento de datos cada vez más masivos, nuevos sistemas de compresión y análisis de imágenes y sonido, más cerca estaremos de 1984.

Sé que suena a tremendista o a ciencia ficción. Desde luego que lo segundo no es, porque estamos a un paso de llegar a ese tipo de mundo, si es que no estamos ya en él. Al fin y al cabo todo está interrelacionado: las centrales nucleares, por ejemplo, deben tener en cuenta si una determinada noche va a ser particularmente fría o si hay un evento deportivo retransmitido por televisión para aumentar la producción de electricidad. No son temas frívolos o baladíes.

La tecnología no sólo puede utilizarse para privarnos de nuestra intimidad, sino que puede emplearse con fines más positivos. Nosotros decidimos. ¿Nosotros decidimos?