25 septiembre 2019

La edad y la mortalidad


En ciencia ficción, uno de los temas recurrentes es el de la edad. A veces, los seres que aparecen tienen edades muy cortas; otras, muy largas; y otras, puede que los casos más interesantes, hay una contraposición de seres con edades cortas y con edades largas.

Así, tenemos Gente de barro (Kiln People, 2002), de David Brin, en que los “ídems”, una especie de fotocopias de seres humanos normales, tienen una vida de un solo día y carecen de cualquier tipo de derecho y son utilizados para todo tipo de tareas que nadie quiere realizar.

Otro caso de seres con la edad limitada a unos pocos años se da en ¿Sueñan los androides con ovejas eléctricas? (Do Androids Dream Of Electric Sheep?, 1968), de Philip K. Dick y su más conocida versión cinematográfica Blade Runner, donde los androides (los replicantes) tienen una vida limitada a unos pocos años, no sea que se vuelvan un desafío para los seres humanos de verdad.

Una serie de novelas en las que encontramos un choque de civilizaciones entre longevos y no longevos es la serie de los robots de Asimov, sobre todo en novelas como Los robots del amanecer (The Robots of Dawn, 1983), El sol desnudo (The Naked Sun, 1956) o Robots e Imperio (Robots and Empire, 1985).

En esta serie, la Humanidad se ha escindido en dos grandes grupos: los terranos, que habitan en una Tierra superpoblada y que tienen una mortalidad como la nuestra de hoy día y los Espacianos, que viven en los mundos espaciales, asistidos cómodamente por robots y con una muy baja densidad de población, que gracias a técnicas de eugenesia y a la eliminación de las efermedades, viven 200 o 300 años con facilidad. Eso sí, unas vidas la mar de aburridas e insulsas.

En una de las novelas, cuando se le pregunta a la protagonista Gladia Delmarre, que es espaciana, si prefiere vivir 300 años vacuos u 80 plenos, afirma que prefiere lo segundo. Un poco lo que les pasa a los elfos de El Señor de los Anillos y otras novelas del mismo universo tolkeniano.

Otra serie de novelas en las que aparecen humanos a los que se les ha alargado artificialmente la vida és Dune (Dune, 1963-1965), de Frank Herbert, en que ello es posible gracias a la especie geriátrica la melange, que tiene también otras aplicaciones bastante espectaculares. Naturalmente, la melange es un producto muy caro que solo los más ricos y poderosos pueden permitirse.

También de Frank Herbert, tenemos Los ojos de Heisenberg (The Eyes of Heisenberg,1966 ), cuyos protagonistas, como su nombre indica, no mueren fácilmente y sus vidas son extraordinariamente diferentes de las de los mortales a los que sojuzgan.

Y para acabar, otra de robots mortales e inmortales. Se trata de El hombre bicentenario (The Bicentennial Man, 1976), que podenmos encontrar como novela corta o larga en la que el robot protagonista ansía por encima de todo ser humano. Planteada la cuestión a la ONU, esta falla que el robot no puede ser humano porque es inmortal y la mortalidad nos define, lo que hace tomar una interesante decisión al robot protagonista.

¿Es cierto de la mortalidad nos define? Mucho me temo que sí. A pesar de los intentos de la cultura occidental contemporánea de ocultar todo lo que huela a muerte y potenciar una falsa eterna juventud, la muerte está ahí y nos define como especie y como individuos.

Tal vez uno de los diálogos más sutiles sobre este tema lo encontremos dentro del mundo de la ciencia ficción en lo que dice el capitán Picard en Star Trek: Generations cuando compara el concepto de la muerte que tiene el antagonista (“el tiempo es la hoguera en la que ardemos” o “el tiempo es como un depredador con dientes afilados”) con la suya propia (“el tiempo nos recuerda que debemos mimar cada momento y acompañarlo hasta el final”). Podemos escoger.