01 septiembre 2009

Complejidad creciente

En alguna ocasión se ha querido ver una cierta relación entre el mundo de los videojuegos y la literatura fantástica. La verdad es que, a poco que lo analicemos, tienen muchas cosas en común.

Tal vez una de ellas sea que en ambos dominios se ha producido un incremento notable de la complejidad. Este fenómeno también puede extenderse a otras formas de expresión, como las series de televisión.

Centrémonos en estos tres campos. Es evidente que un videojuego de los años 80, como un Pacman o un simple Matamarcianos tenía una simplicidad rayana en lo infantil. De la misma manera, los primeros relatos de ciencia ficción, por ejemplo, tenían unas tramas bastante simplonas, con personajes de cartón piedra.

En lo que concierne a la televisión, si nos centramos en las series de ciencia ficción, es evidente que las de los años 60 y 70 eran bastante sencillas. Baste comparar la trama de la serie original de Galáctica com el actual remake: están a años-luz y nunca mejor dicho.

Juegos, relatos, novelas y series han aumentado su complejidad. Los personajes han adquirido profundidad, así como las relaciones entre ellos son mucho más profundas. Enemigos irreconciliables acaban aliándose y peléandose nuevamente. Un ejemplo magnífico de esto es Star Trek: Espacio Profundo 9, que no tiene nada que ver con las otras series de la franquicia.

En él, los personajes aparecen y desaparecen, evolucionan, se interrelacionan, cambian varias veces, muestran facetas nunca antes vistas. Los imperios, las alianzas y los enemigos cambian y vuelven a cambiar. Todo ello con varias tramas desarrollándose al mismo tiempo.

En las novelas de ciencia ficción, desde Heinlein, el lector es colocado en el centro de la acción sin grandes explicaciones iniciales. El lector debe deducir qué sucede a partir de los indicios aportados por el autor.

Además, en las obras de autores como David Brin o Vernor Vinge, pueden aparecer muchísimos personajes, cada cual con su trama y todas ellas danzando las unas con las otras, entrelazándose. La complejidad es enorme.

Si nos releemos un clásico como Fundación, podemos disfrutarla mucho, pero no dejaremos de notar que es una novela simple en comparación con las tramas a que nos tienen acostumbrados los escritores contemporáneos.

Es esta complejidad creciente una de las características más notables del género fantástico en sus diversas modalidades. Y es que lejos de degenerar, la gente también se puede acostumbrar a lo bueno y pedir más.