24 junio 2020

¿Quién teme al fin del mundo?


Leo en prensa que no sé qué día de estos se vuelve a acabar el mundo. ¡Qué manía con el fin del mundo, sapristi! ¿Es que los periodistas no tienen cosas más interesantes sobre las que especular?

Además, es bastante aburrido oír tonterías del fin del mundo, no ligadas a meteoritos o a otros desastres previsibles, naturales o artificiales, sino al final del calendario maya o del calendario hotentote. Sinceramente, cansa bastante.

No entiendo por qué el supuesto final de un calendario va a significar nada diferente a que se tengan que buscar un calendario un poco mayor o a hablar de un nuevo ciclo. Pero, ¿acabarse el mundo, literalmente? ¡Ya son ganas, de verdad!

Esto del fin de los tiempos es algo bastante antiguo. En Roma se explicaba la leyenda que cuando se fundó la ciudad, Remo divisó 6 águilas en el cielo, mientras que Rómulo, divisó 12. Ganó Rómulo, claro.

Lo curioso del caso para los romanos es que, según ellos, si el fundador de la ciudad hubiese sido Remo, como a cada águila la atribuían una duración de un siglo (un siculo, un ciclo, por cierto), Roma hubiese caído por las guerras púnicas, más o menos, cuando Aníbal campaba por sus anchas por la península itálica con sus ejércitos y sus elefantes, mientras que al haber sido Rómulo el fundador, Roma tuvo 600 años más de margen.

Todas las civilizaciones tienen sus historias del final de los tiempos. Lo que pasa es que algunos gobernantes procuran silenciarlas para evitar que la gente se ponga nerviosa y les corten el cuello a ellos, cuando se acerca el supuesto final.

Si Occidente ha tenido algo son ocasiones para llegar al final de los tiempos: la superpoblación, las armas de destrucción masiva, la contaminación, las pandemias, unas cuantas guerras devastadoras y ahora, el cambio climático.

Y por supuesto, siempre han estado en nómina las glaciaciones, los terremotos, los supervolcanes, las caídas de meteoritos y otras minucias por el estilo.

Así que no nos pongamos nerviosos y dejemos en paz a los mayas y a sus descendientes que ya bastantes problemas tienen y procuremos no ser nosotros quienes desatemos algún lamentabilísimo Armagedón.