Reconstruyendo antiguas estirpes
Leo en internet que
estamos en disposición de traer de vuelta a los dinosaurios gracias a las
últimas innovaciones en ingeniería genética, a lo Jurassic
Park (1990). O los neanderthales. Y que si no lo hacemos en el primer
caso es por una cuestión de prudencia (¿dónde los metemos?) o de ética en el
caso de los segundos (¿es un homínido una persona? ¿tendría derechos?).
La verdad es que me parece
muy arriesgado hacer esas afirmaciones tan alegremente. A pesar de que el
artículo dejaba claro que no serían los antiguos dinosaurios de verdad, sino
algún tipo de híbrido reconstruido, dudo que dispongamos de material genético
de muestra de esa antigüedad.
En el caso de los
neanderthales o del hombre de Flores, sí que podríamos hacer un intento más
fácilmente, pues conservamos bastante ADN original y tan solo habría que
rellenar algunos huecos. Pero claro, teniendo en cuenta que la distancia
genética entre esas especies de homínidos y la nuestra es muy menor, las
pequeñas diferencias a rellenar podrían resultar significativas.
Y desde luego, está la
cuestión ética. A mí no me cabe ninguna idea de que serían personas y que
deberían ser tratadas con todo respeto y que se les deberían aplicar los
derechos humanos. Pero me temo que sería imposible evitar que se los
considerase, en última instancia, como animales de laboratorio o, peor: un
espectáculo circense viviente.
La ciencia ficción ha
explorado estas cuestiones en la trilogía de El paralaje
Neanderthal de Robert J. Sawyer, formado por:
Homínidos (Hominids, 2002),
Humanos (Humans, 2003) e
Híbridos (Hybrids, 2003) y anteriormente,
en uno de los más emotivos relatos de Isaac Asimov: “El niño feo”
(”The Ugly Little Boy”, 1959).
Resucitar una especie
extinta conllevaría muchos problemas y muchas cuestiones irresueltas, entre
otros motivos, porque no hay precedentes y eso de jugar a ser Dios, siempre
puede ser bastante peligroso y se nos puede ir de las manos.
También se está intentando
con especies extinguidas por el hombre recientemente (como la cuaga) o no
tanto, como es el caso de los mamuts, pero por un motivo u otro, parece que no
acaba de llegar la “feliz” noticia. El motivo es que tecnológicamente no es tan
sencillo como nos lo pintaban en el Parque Jurásico, de
Michael Crichton.
Aunque también me temo que
hay mucho dinero en juego. ¿Cuánto no pagaríamos por visitar un ratito un
auténtico parque jurásico? ¿O por acariciar una cría de
mamut? Y ya sabemos qué sucede cuando hay dinero en juego: que cualquier
cortapisa ética suele saltar por los aires. Veremos qué sucede en los próximos
años…
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