24 noviembre 2005

El coche del futuro

Tenía un amigo que me comentaba que cuando inauguraban algún salón del automóvil, las televisiones siempre nos hablaban de aquel prototipo maravilloso que sería el coche del futuro, pero que después no llegábamos nunca a ver ni en la carretera ni en los concesionarios. Y tenía razón hasta hace poco.

Supongo que muchos se cansaron de esperar y de ahí nació el tunning. Lejos de ser una horterada espantosa y una manera de hacer ricos a los mecánicos, el tunning tiene toda una filosofía de la vida detrás. Para empezar es la libre expresión artística del propietario del vehículo. Una forma más de arte moderno podríamos decir, como esos peculiares lienzos que de lejos parecen vomitadas de gato pero que en el fondo (¿de dónde?) son obras maestras del arte contemporáneo.

Por otro lado, los coches de tunning son eminentemente prácticos. Vaya, basta mirar esos que llevan una luz azulada en la parte inferior tal útil cuando se te caen las llaves al suelo después de una noche de orgía etílica. O esos alerones tan aerodinámicos que sirven para hacer más ricos a los países productores de petróleo.

Además, el coche modificado suele llevar en su interior aparatos de alta tecnología, a saber, reproductores de música (¿dije música? ¿sí? bueno quería decir tantras post-modernos), pequeñas televisiones y, en el colmo de la sofisticación, navegadores por satélite.

¡La ciencia avanza que es una barbaridad! ¿Alguien se ha planteado la cantidad de dispositivos de inteligencia artificial que lleva incorporados un coche moderno? Pronto parecerán el coche fantástico (aunque el dispositivo para perder aceite todavía no lo venden, pero agujereando el depósito tenemos un remedo aceptable).

Lo mejor es que -como dice una amiga mía- muchos coches son más inteligentes que sus amos. Te avisan cuando te dejas las luces encendidas, si está mal cerrada la puerta, no te hacen caso si das un volantazo brusco o una frenada a toda pastilla y te guían por la selva urbana hasta tu destino. Basta con que sepas leer lo suficiente como para distinguir una señal de salida de la autopista de un orinal. Y eso no es mucho pedir en la mayoría de los casos.

En fin, que pronto tendremos en nuestras carreteras coches del futuro como la maravillosa "Sally" del relato de Isaac Asimov (que cuando se cabreaba se parecía a Cristinne) o como el coche de "El que da forma" (He Who Shapes, 1965) de Roger Zelazny.

Eso sí, esperemos que a ningún coche le pongan un procesador marca HAL, no vaya a ser que active el eyector de pasajero cuando pasamos justo por ese acantilado tan escarpado mientras nos desea los buenos días.