Liándola con el GPS
Cada dos por tres, en los
medios de comunicación aparece la noticia de que un camión, o una autocaravana
o algún otro vehículo más o menos grande se ha metido en el estrecho casco
urbano de alguna población malguiado por un dispositivo con GPS y la ha liado
parda, porque se ha quedado atascado en alguna callejuela o alguna cosa por el
estilo.
La culpa, en general, no
es del GPS, sino del algoritmo que guía el coche o, mucho más frecuentemente,
de que los mapas de que dispone el dispositivo no están suficientemente
actualizados o bien especificados e inducen a error. Sí: el famoso error
informático, que es cuando le queremos echar la culpa al ordenador de algo que
ha hecho mal una persona, por ejemplo, el programador o el encargado del
mantenimiento de los mapas.
Con el advenimiento de los
coches automáticos, cada vez tendremos que aprender a confiar más en estos dispositivos
(¡qué remedio!). Los vehículos automáticos son bastante antiguos en la ciencia
ficción. Por ejemplo, Isaac Asimov se los imaginaba como robots con cuerpo de
coche y nos da muestra de ello en el precioso relato corto “Sally” (1953).
Aunque el posicionamiento
puede ir mucho más lejos que recurrir a un red de satélites. En el disco de oro
anodizado que se envió en las sondas Voyager 1 y Voyager
2, aparece la posición de la Tierra en referencia a la distancia de
un seguido de púlsares. Es una versión futurista de los GPS.
Y los errores de
posicionamiento utilizando estrellas como referencia pueden salir muy caros,
tal y como nos muestra también Asimov, en su relato “Luz estelar”
(”Star Light”, escrito en 1962 y revisado en 1965),
contenido en la colección de relatos Estoy en Puertomarte sin
Hilda, en el que un delincuente huye con una nave que utiliza este
sistema para posicionarse, con terribles consecuencias para él. Crimen y
castigo.
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