Esos bichitos peludos y prolíficos
En la ciencia ficción
abundan los bichitos peludos aparentemente de lo más inofensivo que al final
acaban sacando sus colmillos o sus zarpas y se tornan de lo más peligroso. Pero
otras veces, el lado negativo de los bichitos es más irónico o no tan claro.
Un ejemplo perfecto lo
encontramos en la película Gremlins (1984) y su secuela
Gremlins 2 (1990), en las que un animal de procedencia
oriental más o menos misteriosa es la perfecta mascota que todos quisiéramos
tener. Pero tiene una puerta trasera: si le das de comer después de medianoche
inician una metamorfosis que los convierte en seres repugnantes y malévolos que
además tienden a reproducirse con bastante facilidad.
Otro ejemplo lo
encontramos en un clásico episodio de la serie original de Star
Trek titulado: Los tribles y sus tribulaciónes
(The Trouble with Tribbles, 1967) en el que la nave
Enterprise resulta invadida por unos pequeños seres
peluditos y ronroneantes como gatitos, pero sin rasgos aparentes, que tienen la
mala costumbre de reproducirse hasta ocupar todo el espacio posible.
También está el relato “El
Hurkle es un animal feliz” (”The Hurkle Is a Happy Beast”,
1949), de Theodore Sturgeon, en que un simpático animalillo se traslada desde
otro mundo teletransportado al nuestro y tiene, para variar, la capacidad de
reproducirse a gran velocidad.
En los tres casos, el
principal problema es que los animales en cuestión, sean inofensivos o
malévolos, tienen la capacidad de reproducise a gran velocidad y ocupar todo el
espacio vital disponible.
Pasa un poco con lo que
sucedió en Australia con los conejos o lo que sucede en muchas de nuestras
ciudades con las ratas.
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