04 noviembre 2019

Esos bichitos peludos y prolíficos


En la ciencia ficción abundan los bichitos peludos aparentemente de lo más inofensivo que al final acaban sacando sus colmillos o sus zarpas y se tornan de lo más peligroso. Pero otras veces, el lado negativo de los bichitos es más irónico o no tan claro.

Un ejemplo perfecto lo encontramos en la película Gremlins (1984) y su secuela Gremlins 2 (1990), en las que un animal de procedencia oriental más o menos misteriosa es la perfecta mascota que todos quisiéramos tener. Pero tiene una puerta trasera: si le das de comer después de medianoche inician una metamorfosis que los convierte en seres repugnantes y malévolos que además tienden a reproducirse con bastante facilidad.

Otro ejemplo lo encontramos en un clásico episodio de la serie original de Star Trek titulado: Los tribles y sus tribulaciónes (The Trouble with Tribbles, 1967) en el que la nave Enterprise resulta invadida por unos pequeños seres peluditos y ronroneantes como gatitos, pero sin rasgos aparentes, que tienen la mala costumbre de reproducirse hasta ocupar todo el espacio posible.

También está el relato “El Hurkle es un animal feliz” (”The Hurkle Is a Happy Beast”, 1949), de Theodore Sturgeon, en que un simpático animalillo se traslada desde otro mundo teletransportado al nuestro y tiene, para variar, la capacidad de reproducirse a gran velocidad.

En los tres casos, el principal problema es que los animales en cuestión, sean inofensivos o malévolos, tienen la capacidad de reproducise a gran velocidad y ocupar todo el espacio vital disponible.

Pasa un poco con lo que sucedió en Australia con los conejos o lo que sucede en muchas de nuestras ciudades con las ratas.