28 junio 2007

Urbanitas

Retomando el filo del último post (Blade Runner), ayer apareció en diversos medios de comunicación la noticia de que, según las previsiones, la mitad de la población mundial vivirá en las ciudades a partir de 2008. Es decir, por primera vez en la historia, más de la mitad de la población será urbana.

Hay un largo trecho entre las primeras ciudades-estado del creciente fértil y las modernas megápolis postecnológicas, pero la esencia se mantiene. La ciudad es un lugar de concentración. Un lugar de servicios. Una aglomeración de recursos humanos y materiales, así como una fábrica de culturas y modos de vida.

No soy un urbanita así que no defenderé ahora el modo de vida urbano. Lo respeto, aunque a mí, particularmente, que soy de pueblo, no me gusta. Yo prefiero los lugares pequeños y tranquilos (cuando no lo invaden los turistas, claro).

Pero está visto que estoy en minoría y cada vez más. La gente quiere disponer de todos los servicios en un espacio reducido. Es curioso que, a pesar de la fiebre viajera que parece que nos ha atacado a los occidentales, con vacaciones por todo el orbe y verdaderos sarpullidos de vuelos baratos, queramos movernos lo menos posible para acceder a algún servicio no básico. Eso sí, si hay que moverse mucho, mejor en coche.

La ciencia ficción describe casi siempre ciudades. Cuando no es así, suele adoptar un tono utópico, como es el caso de la mayor parte de las obras de Clifford D. Simak, con su peculiar ruralismo colorista, o bien describe mundos asolados por una catástrofe, en los que la civilización ha caído y se ha vuelto a los orígenes rurales.

Incluso buena parte de las sagas fantásticas adolecen de estos principios tan poco originales. Pero es que el campo, rara vez suele inspirar grandes historias o epopeyas. Se necesitan grandes escenarios, palacios, multitudes. Y claro, eso es sinónimo de urbes.

No obstante, la civilización hasta el día de hoy, ha sido sinónimo de ciudad. La propia palabra civilización proviene del latín, civitas, que además tenía la connotación de cosa ordenada, buena. De ahí el civismo, en contraposición con las burdas maneras rurales.

Sin embargo, en la era de las comunicaciones, en una época en que internet y transportes relativamente baratos nos permiten disponer de casi cualquier servicio o producto vivamos donde vivamos, esta necesidad de apretujarse en ciudades no se explica tanto. Tal vez sea que el hombre es un animal gregario o que, simplemente, las grandes ciudades deslumbran.

Los mundos espaciales descritos por Asimov, como Aurora o Solaria, hiperindividualistas y poco poblados, no parecen en absoluto un paraíso para la mayor parte de los humanos, sino todo lo contrario. Supongo que entre el mundo despoblado de Solaria y el hiperpoblado de Trántor debe haber un cierto punto intermedio que satisfaga a la mayoría.

Reconozco que me gustaría leer más historias de ciencia ficción menos urbanas, pero teniendo en cuenta los precedentes en el género y que la mayor parte de los escritores viven en ciudades, me temo que la cosa va a ser difícil.

Una novela que rompe varios moldes en este sentido (y en otros) es Restos de población, de Elizabeth Moon, una curiosa novela que tiene lugar en un mundo en el que sólo hay un humano, concretamente, una mujer ya mayor, que parece haber sido un estorbo incluso para su propia familia.

Pero novelas así no abundan. Supongo que, distopías a parte, cada vez tendremos más Trántors y menos Solarias en el panorama de la ciencia ficción. Lástima, porque en la variedad está el gusto.