06 febrero 2007

Ecología y complejidad

El otro día mantuve una interesante discusión acerca de lo complejos que podían ser los mundos inventados por la imaginación humana y sobre si podían ser más o menos complejos que el mundo real (léase la Tierra, el único que conocemos moderadamente bien). Se utilizaron argumentos filosóficos, ecológicos, matemáticos… aunque no hubo ninguna conclusión clara, como en todo buen debate científico que se precie.

La ciencia ficción ha tratado de recrear mundos imaginarios basándose en nuestros conocimientos sobre los planetas y añadiéndole dosis muy generosas de prospectiva e imaginación.

Tal vez uno de los intentos mejor conseguidos por su magnitud sea el Dune de Frank Herbert, un planeta desierto y desolado con una ecología más compleja de lo que se puede suponer en un principio, con sus ciclos reguladores, su actores sorpresas y en los que los desechos de unos, son el oro de otros.

No es el único intento de epopeya ecológica, pero tal vez sí que es la más conocida de la historia del género.

Una de las cosas que me llaman profundamente la atención es el fenómeno universal de la urbanización total. Cuando un planeta se convierte en un importante foco político-financiero, su superficie urbanizada crece hasta, finalmente, abarcar toda la faz del planeta. Todos tenemos grabadas imágenes en nuestra memoria como el Trántor de Fundación o el Coruscant de Star Wars.

¿Por qué debería el hombre comportarse de otra manera si, a fin de cuentas, es lo que está haciendo con la Tierra? Esto es: urbanizarla, haciendo desaparecer ecosistemas enteros.

Pero la propia ciencia ficción nos ofrece modelos alternativos. Desde las bucólicas Aurora y Solaria del ciclo de los Robots de Asimov, mundos poco poblados, en el que la población vive aislada y atendida por una casta de robots-sirvientes, hasta el mundo subterráneo de Ix, en Dune.

Asimismo, cuando la civilización cae, el mundo vuelve al primitivismo rural que lo antecedió. Así sucede con Trántor tras su caída, a la que apenas sobreviven algunos restos de su esplendor.

Pero volviendo al tema de la complejidad… ¿podemos imaginarnos un mundo tan o más complejo que la Tierra? Abordémoslo con un par de ejemplos.

En primer lugar, tomemos el ejemplo del planeta de las margaritas imaginado por James E. Lovelock, coautor junto con Lynn Margulis de la teoría Gaia. En este planeta imaginario, sólo hay dos especies, las margaritas blancas y las margaritas negras, inicialmente en una determinada proporción de equilibrio.

Supongamos ahora que aumentamos la temperatura. ¿Cómo reaccionará el sistema? Pues como las margaritas negras absorben más radiación calorífica que las blancas debido a su color, así que tenderán a morirse, mientras que las blancas resistirán mejor el cambio y se reproducirán. Así, habrá cada vez más margaritas blancas hasta alcanzar un nuevo punto de equilibrio. Y algo análogo pasará si baja la temperatura con las margaritas negras.

De aquí podemos deducir que hasta los sistemas más simples, son capaces de desplegar comportamientos emergentes complejos en determinadas condiciones, concretamente, cuando las condiciones del sistema no fluctúan de manera drástica, en cuyo caso, estaríamos más bien dentro del reino de la teoría de las catástrofes (René Thom) o del caos.

El otro ejemplo es justo el contrario. Sea un sistema complejo como la Tierra, profundamente estudiado y del que conocemos multitud de dinámicas y factores. No obstante, su complejidad es tal que muchas de ellas nos son todavía desconocidas. No conocemos cuál es la capacidad real de absorción del dióxido carbónico de las algas oceánicas, cosa que tiene una trascendencia enorme en los modelos climáticos futuros sobre el cambio climático.

Por otro lado, por citar un ejemplo mínimo, se acaba de descubrir que más de la mitad del polvo necesario para fertilizar las selva brasileñas lo proporciona un valle del norte del Chad (el valle de de Bodélé) a través del régimen de vientos existente. ¿Qué sucedería si dicho valle fuese destruido o urbanizado o convertido en regadío? Las consecuencias podrían ser catastróficas para el Amazonas.

La vida forma un tapiz de una complejidad inimaginable. Ni el mayor de los superordenadores es capaz de reproducir una fracción misérrima de la complejidad de Gaia y, aunque así fuese, desconocemos multitud de factores. Creer que somos capaces de imaginar con realismo otros mundos, me parece cuanto menos, un acto de soberbia,