01 septiembre 2020

¡Cielos!

 Los astrofísicos dicen que en función del color del cielo de un planeta pueden saber muchas cosas de ese mundo: si tiene o no tiene atmósfera y cuál es su composición más probable.

 

Los cielos que ofrecen algunos mundos de nuestro sistema solar son realmente espectaculares. Al que más acostumbrados estamos es al nuestro, al de la Tierra, por razones más que obvias. Nos ofrece cielos azules durante el día, tonalidades cálidas entre el rojo y el amarillo en las salidas y puestas de sol, especialmente si hay cierto tipo de nubes y noches -más o menos oscuras- con las estrellas y los planetas de fondo.

 

En la Luna, el cielo siempre es oscuro, ya que no hay atmósfera apreciable. Las estrellas brillan muchísimo más que en la Tierra, porque su luz no tiene que atravesar ninguna capa de aire que atenúe su resplandor.

 

Otros planetas nos ofrecen otras tonalidades en función de su atmósfera. Desde la superficie de Venus es imposible ver las estrellas, ya que la densísima atmósfera de anhídrido carbónico y lluvias de ácido sulfúrico lo impiden.

 

Marte, en cambio, tiene atmósfera, aunque esta es muy tenue. Desde su superficie pueden verse sus dos pequeñas lunas -Fobos y Deimos- aunque no son comparables a la espectacularidad de nuestra Luna.

 

¿Cómo sería el cielo nocturno desde otros mundos? Muy interesante sería contemplarlos desde algún lugar cercano al centro galáctico. Allí, la densidad estelar es muy grande. La visión de las noches debe ser un espectáculo de estrellas, mucho más luminoso que nuestros pobres firmamentos desde la periferia galáctica.

 

Más miedo daría la visión desde un planeta exogaláctico, vagando por las profundidades de espacio, con un cielo bastante oscuro, sin estrellas, aunque se podrían apreciar tenuemente las galaxias.

 

O un planeta situado en las vecinas Nubes de Magallanes, con una vista impresionante de nuestra Vía Láctea.

 

Los cielos, especialmente los nocturnos, dicen mucho de su mundo, ciertamente y no es descartable que en un futuro  más o menos lejano podamos contemplar algunos de ellos con nuestros propios ojos.

 

De momento, nos tenemos que contentar con nuestros cada vez más contaminados cielos terrestres, debido sobre todo a la luz artificial que generamos y a las fotografías que nos transmiten las sondas espaciales que hemos enviado a otros mundos.