02 diciembre 2019

La segunda máquina


Quien más, quien menos, todos llevamos encima dos máquinas aparentemente imprescindibles y que marcan el ritmo de nuestras vidas en esta sociedad tecnológica en que vivimos.

Una es bastante antigua: se trata del reloj. Con él, nos sometimos a los horarios, a la parcelación del tiempo y, por ende, de nuestras actividades. En fin, de nuestras vidas.

Ha pasado por diversas evoluciones: desde el reloj de bolsillo, al de pulsera analógico, al digital y actualmente como dispositivo subordinado a la segunda máquina que todos llevamos encima: el teléfono móvil, todavía más esclavista y dueño de nuestras almas que el reloj.

Si el reloj era el símbolo de la revolución industrial, el móvil lo es de la revolución informática y de internet. El móvil para lo que menos lo utilizamos es para llamar por teléfono. En cambio, nos ofrece un amplio abanico de servicios de todo tipo, básicamente dedicados a comunicarnos los unos con los otros y a pasar el tiempo.

Es curioso lo rápido que ha ido todo. Hace apenas veinte años o poco más, muy poca gente tenía teléfono móvil. Es más, se trataba de unos mamotretos analógicos, que consumían una barbaridad y que eran símbolo de pijerío. Mucha gente los rechazaba por ello y juraban y perjuraban que jamás se comprarían uno.

Hoy día, todos tenemos móvil, tablet o algún dispositivo por el estilo. Como decía, lo de menos es llamar por ellos (aunque el hecho de que hayamos renunciado con tremenda facilidad a estar ilocalizables no deja de ser curioso) y las funciones más comunes son las relacionadas con el ocio.

Así, tenemos servicios de mensajería, juegos, acceso a canales de vídeo y de noticias (adecuadamente filtradas según nuestras preferencias, que conoce mejor el software de nuestros móviles que nosotros mismos) y todo ello a un precio reducidísimo.

Y ya sabéis qué pasa cuando algo es más o menos gratuito: que el producto somos nosotros. Nuestros datos personales, nuestras preferencias de compra, de ocio, nuestros gustos sexuales o gastronómicos, todo vale un pastón ya que puede utilizarse para sacarnos hasta las entrañas, ofreciéndonos todo tipo de productos personalizados.

¿Habrá alguna vez un tercera máquina que llevemos todos? Por un tiempo parecía que las gafas de realidad aumentada iban a ser el gadget definitivo, pero por algún motivo no se han acabado imponiendo. Al menos de momento. Quizá sea demasiado pronto y ya llegará. Todo sea por la pasta.