Correlaciones: Chamuscando
Un niño canadiense de doce años, Brender
Sener, ha saltado a la fama por haber construido una réplica a escala del arma
con que supuestamente Arquímedes luchó contra los romanos en el sitio de
Siracusa.
Cuantan las fuentes clásicas, que en el
año 214 a.C., la ciudad de Siracusa, antaño aliada de Roma, cambió de bando en
plena guerra púnica y se alió con Aníbal Barca. Los romanos, como era de
esperar, no se lo tomaron demasiado bien y enviaron una flota de barcos,
comandada por el general Marco Claudio Marcelo a poner las cosas en su sitio.
Pero los romanos no contaban con que lo
siracusanos habían reclutado a una de las mentes más brillantes de su tiempo
para ayudarles en su defensa: se trataba de Arquímedes. El que gritó ¡eureka!,
sí.
Parece que el griego diseñó todo tipo de
máquinas de guerra, a cual más jodida y se las hizo pasar canutas a los romanos
y que estos se ponían a temblar cuando veían que algo asomaba por las murallas
de Siracusa. Se cuenta que una de ellas se basaba en unos espejos gigantes con
los que concentraba los rayos solares e incendiaba desde la distancia los
barcos romanos.
Muchos historiadores han creído durante
bastante tiempo que se trataba de una simple leyenda, que los siracusanos no
tenían una tecnología tal. Pero, ahora, Brender Sener, un estudiante de
secundaria de Ontario ha construido un modelo a escala de la batalla y parece
ser que los espejos funcionan y son factibles.
De hecho, no tiene nada de raro, porque
algunas centrales solares funcionan así y de hecho, resulta hasta increíble que
nadie lo hubiese comprobado antes. Almenos, públicamente.
La ciencia ficción, por eso, se adelantó
a Brender. Almenos hay dos relatos en que se utilizan concentradores de rayos
solares. Uno con finalidades “destructivas” en “Un ligero caso de insolación” (“A
Slight Case of Suntroke”, 1962), contenido en la antología “Relatos de
diez mundos”, de Arthur C. Clarke y el otro con el fin de obtener energía,
en “Cual plaga de langosta”, (“Like Unto the Locust”, 1979), contenido
en la “Trilogía del Reverendo Hake”, de Frederik Pohl.
Seguro que habrá más ejemplos, pero yo
conozco estos dos.
En fin, nuevamente tendremos que decir aquello
de timeo danaos et dona ferentes (desconfía de los griegos y de los
regalos que ofrecen), esta vez, no en forma de caballo de madera, sino con
forma de espejos chamuscabarcos.
The Expanse
Finalmente, me he acabado de ver la
sexta y última temporada de la serie de ciencia ficción “The Expanse”
(traducible como “La inmensidad” o “La extensión”, según los gustos).
Reconozco que la última temporada me ha
costado un poco de visionar y que el proceso ha sido algo fragmentario, pero la
cosa se anima bastante al final. Y no me refiero a las ensaladas de tiros, que
no me suelen gustar demasiado y que me ponen algo nervioso.
No sabría decir de qué va la serie. Es
difícil de resumir. Podríamos afirmar que es la evolución de las relaciones
entre los interianos (los habitantes de la Tierra, la Luna y Marte) y los
cinturonianos (los habitantes del cinturón de asteroides).
Montones de tramas, conflictos, ideas…
una mezcla de space opera, batallitas del espacio, detectives, ideas más
o menos clásicas de la ciencia ficción, distopías, alienígenas y un montón de
cosas más. Algunas de ellas rozando lo surrealista o casi lo mágico, aunque ya
sabéis lo que dice la tercera ley de Clarke: “Cualquier tecnología lo
suficientemente avanzada es indistinguible de la magia”.
Los cambios de escenario son constantes.
Aparecen muchísimos personajes, de los cuales, sobreviven muy pocos hasta el
último capítulo. Mi favorita, la secretaria general de la ONU, Chrisjen
Avasarala, aunque creo que quien mejor actúa es el malvado Marco Inaros, a
quien te entran ganas de estrangular en múltiples ocasiones.
La serie evoluciona muchísimo desde la
primera temporada y de hecho, esa es una de sus características definitorias:
el cambio constante. Cada temporada, aunque mantiene universo y personajes, es
muy diferente de las restantes.
Así, vamos saltando de los mundos
exteriores, a los del Cinturón, a Marte y a la Tierra. Y de premio, a otros
mundos más allá del sistema solar, a través de una especie de puerta estelar
más bien rarita.
Y por supuesto, el delirio de la
protomolécula, que se va moderando casi hasta desaparecer en las últimas
temporadas, pero que en las primeras es algo obsesiva.
Incluso los personajes principales
desaparecen o evolucionan profundamente y pasa un poco como en “Juego de
Tronos”: no te encariñes de nadie porque puede que desaparezca cuando menos te
lo esperes.
Como ciencia ficción es interesante por
la enorme cantidad de ideas de maneja. Ninguna especialmente innovadora (salvo
quizás la de la protomolécula, que no deja de ser una especie de deus ex
machina que sirve para todo), pero todas ellas interesantes.
No hay naves translumínicas, la falta de
gravedad se nota, las aceleraciones a varios g tienen sus consecuencias, las
leyes de Newton se conservan y el aire y el agua en el espacio valen su precio
en oro. Además, las comunicaciones y las armas son normalitas y muy creíbles.
Nada de fásers, warps ni fototorpedos.
A pesar de ello, todo es muy futurista a
la vez que algo sórdido y decadente. La serie tiene ese punto derrotista: la
vida en la Tierra no es maravillosa y en los mundos espaciales es aún peor. La
guerra y el sojuzgamiento del fuerte versus el débil sigue siendo algo común y
los problemas se arreglan antes a tiros que en las mesas de negociaciones.
Mi valoración general es bastante
positiva, ya que no es tampoco una serie clásica y de entre sus múltiples
planteamientos, seguro que alguno habrá que os gustará más.
La serie se canceló en su sexta
temporada. De momento no parece que vaya a haber continuación. La trama quedó
suficientemente conclusa como para aceptar un final, pero suficientemente
abierta como para continuarla.
De hecho, se basa en una serie de
novelas del autor James S. A. Corey, que sí que continúan la trama en el
futuro. Será cuestión de esperar a ver qué pasa. De momento, puedo decir que es
una gran serie de ciencia ficción digna de ser vista.
Correlaciones: Cachivaches
Cada dos por tres, aparece alguna
noticia en prensa que anuncia el descubrimiento de un nuevo dodecaedro romano
en algún yacimiento arqueológico.
Los dodecaedros son piezas, generalmente
metálicas, pero también pueden ser de otros materiales, con forma de
dodecaedro, como su nombre indica, que no tenemos ni la más remota idea de para
qué servían.
Las fuentes clásicas escritas no los
citan, así que solo podemos echarle imaginación. Se han propuesto todo tipo de
posibles usos: dados, soportes de los mástiles de las legiones, objetos de
culto sagrado, lámparas, etc., pero ninguna de las explicaciones ofrecidas
parece acabar de cuadrar.
¿Qué demonios son y para qué servían?
Solo sabemos que parece que sus propietarios los tenían por valiosos, pues
suelen aparecer junto a monedas u otros objetos de valor.
Este tipo de cachivaches me recordaron
muchísimo a los que aparecen en la novela “Portico” (Gateway,
1977), de Frederik Pohl. Una antigua y enigmática civilización extraterrestre
-los Heechees- ha dejado por todas partes una serie de aparatos que nadie sabe
para qué servían y a los que se les han dado nombres más o menos metafóricos,
como pasa con nuestros dodecaedros romanos. Mención especial para los
“molinillos de la oración”.
Supongo que si una civilización
extraterrestre del futuro escudriñase en un yacimiento humano también se
encontraróa objetos raros de los que, por su simple aspecto, difícilmente
podrían ser capaces de averiguar su función.
También es cierto que pocas cosas
sobrevivirían al paso de los siglos. Objetos de plástico, tal vez, y algunos
objetos de metales más o menos resistentes. Probablemente, las cosas que menos
podríamos imaginar.
Si ya no somos capaces de averiguar para
qué sirven los dodecaedros romanos y apenas tienen dos mil años y forman parte
de una cultura predecesora de la nuestra, imaginad el abismo con objetos
alienígenas, tal vez separados de nosotros cientos de miles o millones de años,
de una cultura que no tendría nada qué ver con la nuestra.
Pero bueno, si para algo sirve la
imaginación es para ofrecer respuestas creativas y para cubrir esos abismos que
a veces se abren en el mundo real.
Agazapados en el bosque oscuro
El otro día escuchaba una interesante
disertación en el canal de “El robot de Platón” sobre la teoría del
bosque oscuro, que me hizo reflexionar.
Aunque ya he tocado el tema en este blog
alguna otra vez, a fin de entrar en materia, la teoría del bosque oscuro viene
a decir lo siguiente. Imaginemos que en la galaxia hay un montón de especies
inteligentes tecnológicas similares a la nuestra o incluso de un nivel
superior. ¿Por qué no se comunican con nosotros o entre ellas? Vaya, la famosa
pregunta que se hizo Enrico Fermi: “Si hay aliens, ¿dónde están? ¿Por qué no
están aquí?”.
La teoría del bosque oscuro afirma que
para que una especie pueda prosperar, debe tener un cierto grado de violencia
en su naturaleza. O al menos, algunas de ellas serán violentas y expansivas.
Como, en definitiva, la galaxia es finita, aunque nos parezca muy grande, una
especie avanzada podría temer a sus vecinos, así que se esconde, como un
cazador agazapado en un bosque oscuro, para que no la descubran.
Es posible que, si hay especies
imperialistas, estas no tengan muchos escrúpulos en enviar un caballo de Troya
a las especies que se están empezando a desarrollar, como la nuestra, a fin de
exterminarlas y evitarse un posible competidor futuro. Dadas las distancias entre
las estrellas y a que, de momento, no conocemos maneras prácticas de viajar a
velocidades translumínicas, en el tiempo en que vamos a conocer a una nueva
especie, esta podría haberse vuelto muy poderosa y hostil, por lo que mejor
eliminarla en sus estadios iniciales.
Más o menos, esta es la teoría del
bosque oscuro. Por supuesto, no creo que la violencia y el imperialismo sean la
consecuencia natural de la teoría de la evolución. Si bien la hipótesis es
factible, también podría ser que las especies colaborasen unas con otras y que
no hubiese guerra en la galaxia. Tal vez hubiese una liga o federación de
especies.
Sea como fuere, ¿dónde están? Es posible
que estén ahí, pero que hayan llegado a un estadio evolutivo tan avanzado que,
si nos ven, consideren que somos como hormigas y que no merece la pena intentar
comunicarse con nosotros.
Ahora bien, tanto si son hostiles como
si son tremendamente avanzados y no son hostiles, hay motivos poderosos para
estarnos calladitos y no llamar demasiado la atención, aunque me temo que ya es
tarde. Las señales de radio y de televisión hace un siglo que viajan por el
espacio, expandiéndose en una esfera de unos cien años luz, más o menos,
espacio en el que ya hay bastantes estrellas y que podría contener alguna
civilización avanzada.
Por lo tanto, ya no va a venir de aquí.
Los potenciales beneficios, ¿superan los posibles perjuicios de una
comunicación? Aunque me encantaría saber si hay inteligencias o al menos vida
ahí fuera, tal vez tampoco sea buena idea contactar con ellos, aunque sean
pacíficos.
Tal vez, el contacto con una
civilización más avanzada que la nuestra pudiera desestabilizarnos
terriblemente y acabar de hundirnos (véase “El texto de Hércules”, de
Jack McDevitt). Aunque reconozco que solitos ya lo hacemos muy bien. Quizás,
saber que hay alguien más ahí fuera nos uniese y convirtiese nuestras exiguas
diferencias, por las que estamos dispuestos a luchar y a matarnos los unos a
los otros, en algo trivial (Véase “Star Trek”, de Gene Roddenberry).
Pero tampoco las tengo todas. Y también
podría ser que la civilización alienígena estuviese más atrasada que nosotros,
por ejemplo, en el equivalente tecnológico del principio de nuestro siglo XX.
Serían capaces de comunicarse, pero pobrecillos si les ponemos las zarpas
encima, porque viendo cómo nos tratamos entre nosotros, no quiero ni pensar qué
haríamos con unos seres más débiles que la Humanidad (véase “Un caso de
conciencia”, de James Blish o “El nombre del mundo es bosque”, de
Ursula K. LeGuin).
Y naturalmente, existe la posibilidad
que la comunicación fuese imposible, pues nuestros lenguajes y nuestros puntos
de referencia culturales fuesen tan dispares, que no hubiese manera práctica de
entendernos, lo cual podría generar una tremenda frustración (Véase “Fiasco”
o “La voz de su amo”, de Stanislaw Lem).
En fin, que motivos para hablar y para
estar callados los hay tal vez por partes iguales, así que quizás podríamos
estar a la escucha, escudriñar los cielos, pero no enviar señales potentes que
revelasen nuestra posición. Siempre estaremos a tiempo de hacerlo. O tal vez
no, pero la hipótesis del bosque oscuro es una seria advertencia acerca de las
graves consecuencias que puede tener un acto tan simple como la comunicación o
el ansia de saber en determinadas circunstancias.
Antikitera y la navaja de Ockham
Decía en un post publicado el 11 de
enero de 2007, titulado: “La calculadora de Antikitera: el Pre-Steampunk”
que: “Quizás alguien pueda ver en la calculadora de Antikitera un eco de la
tencología perdida de los imaginarios atlantes o váyase a saber de quién, pero
en todo caso nos demuestra por enésima vez que la realidad supera casi siempre
a la ficción”.
Pues alguien tuvo la misma idea. Baste
ver la última y en principio definitiva película de la saga de Indiana Jones, “Indiana
Jones y el dial del destino”. De la película no hablaré mucho por dos
motivos: para no introducir espóilers y porque no me ha gustado excesivamente.
Si pensaba que nada podía superar la ida de olla de “Indiana Jones y la
calavera de cristal”, estaba terriblemente equivocado.
En el post hablaba de Steampunk,
aunque en la película la cosa va mucho más allá. Sin entrar en detalles
“perturbadores”, de lo que se trata es del concepto que tenemos de la Historia
y de cómo aceptamos o no los errores cometidos en el pasado para poder vivir el
presente.
Pero volvamos a la calculadora de
Antikitera (o Anticitera, el nombre de la isla cerca de la que se descubrió el
artefacto). Sabemos realmente poco de este desconcertante dispositivo que ahora
la película ha vuelto famoso. Desde luego nada tiene que ver con el uso con el
que le dan en la película y es poco probable que tampoco tuviese nada que ver
con el genial Arquímedes, aunque el genial griego sí que parece que fabricó
dispositivos que podrían ser compatibles con el mecanismo de Antikitera.
Mas el mundo griego nunca deja de
sorprender. Casi todo lo que descubrieron o inventaron los griegos y que se
acabó perdiendo, más o menos, tras el colapso del mundo clásico, fue
redescubierto en la Edad Media gracias a las traducciones de los clásicos efectuadas
por los árabes o bien reinventado por el mundo que surgió de Isaac Newton y
posteriormente, de la Ilustración y de la Revolución Industrial.
Hay muchas cosas que desconocemos del
mundo clásico o de civilizaciones como la sumeria o la egipcia, que no eran
nada primitivas, incluso siguiendo los cánones modernos. Está claro que no
disponían de la ciencia y la tecnología modernas, pero eso no quiere decir que
fueran poco sofisticadas. Incluso hoy día sería complicado construir ciudades como
Uruk o Babilonia o levantar las pirámides.
Por supuesto, siempre habrá gente que
preferirá creer en alienígenas que lo solucionan todo pero que introducen más
enigmas que no resuelven. Los seguidores de von Däniken y similares. Les
reconozco un cierto atractivo romántico, pero por supuesto, la explicación más
simple suele ser la correcta, como reza el principio de la navaja de Ockham.
En caso de emergencia
Cuando empezaba a leer ciencia ficción y
apenas había leído otra cosa que a Asimov o a Clarke, cayó en mis manos un
ejemplar de la colección Super Ficción de la editorial Martínez Roca
llamado Órbita de alucinación (1986), que contenía una antología de
relatos relacionados con el mundo de la psicología en la ciencia ficción.
No recuerdo bien todos los relatos que
la componían, pero hubo uno que me impactó muchísimo y que aún recuerdo y que,
de hecho, me ha inspirado en diferentes circunstacias de mi vida. Se trata de
“En caso de emergencia” (“In Case of Fire”, 1960), de Randall Garrett,
un autor muy poco traducido en España.
El relato se basaba en una premisa
curiosa: un embajador tiene que negociar con unos extraterrestres bastante
quisquillosos y marrulleros y para ello decide reclutar un equipo de gente que
hoy llamaríamos con “diversidad funcional” (sic), con diferentes problemas
psicológicos, lo que, curiosamente, lo convierte en un equipo invencible.
La idea de aprovechar las
características peculiares y específicas de cada persona, incluso cuando en
otras circunstancias puedan ser desfavorables o peligrosas, me llamó
profundamente la atención.
Pensemos que en el año en que fue
escrito el relato, en 1960, eso de la “diversidad funcional” ni existía e
incluso debía estar bastante mal visto, me temo. Así que es un relato que se
adelantó en más de medio siglo a su tiempo.
Pero es que va mucho más allá. No se
trata solo de integrar a los “disfuncionales”, que eso podría ser muy
humanitario pero nada útil, sino de convertir lo que aparentemente es un
hándicap en una ventaja estratégica, idea verdaderamente revolucionaria. Si el
relato hubiese sido escrito en la China clásica hoy se estudiaría en las
universidades, como lo es El arte de la guerra, de Sun-Tzu, por ejemplo.
Como os digo, lo he aplicado en alguna
ocasión en mi vida y os garantizo que suele funcionar muy bien. A veces hay que
dejarse de buenas intenciones y ser, sencillamente práctico y aprovechar todo
lo que el destino pone en tus manos.
Shakespeare era klingon
Un detallito curioso de Star Trek,
especialmente de las películas sobre la serie original, vaya, la del capitán James
T. Kirk y Mr. Spock, es que están llenas de pequeñas referencias y guiños a
citas literarias muy diversas. Para ilustrar lo que quiero decir, pondré unos
cuantos ejemplos, aunque podría haber muy bien seleccionado otros, ya que hay
muchísimos.
En la segunda película, en “La ira de
Khan”, el susodicho Khan le espeta a Kirk una frase tremebunda inspirada
directamente en “Mobby Dick”: “Desde el corazón del infierno, yo te
apuñalo”. De hecho, cuando Chekov va a Ceti Alpha V y se encuentra a Khan
en el Botany Bay (nombre del famoso lugar de Australia en que James Cook
desembarcó en este continente por vez primera), puede ojear un ejemplar de “Mobby
Dick”.
Aunque será en “Primer Contacto”,
con el capitán Picard, cuando “Mobby Dick” y la búsqueda obsesiva del
capitán Ajab llegará a su pleno esplendor, ya que se convierte en el leitmotif
de todo el comportamiento de Picard en la película.
En la tercera película, “En busca de
Spock”, se cita la conocida frase: “Era el mejor de los tiempos, era el
peor de los tiempos”, mítico inicio de “Historia de dos ciudades”,
de Charles Dickens.
El comandante Chekov alude al famoso
cuento “ruso” (???) de la Cenicienta y Spock, para no quedarse corto en eso de
los apropiamientos indebidos, cita un conocido proverbio “vulcano” que afirma
que “Solo Nixon podía ir a China”. Y, ¿cómo no?, también hay referencias
a películas, como “Adivina quién viene a cenar esta noche”.
En la cuarta película, “Misión:
salvar la Tierra”, Spock y Kirk discuten sarcásticamente sobre los clásicos
del siglo XX. Bueno, lo que ellos consideran clásicos y que posiblemente
nosotros consideraríamos material fungible.
Pero será en la sexta película, en “El
país desconocido” cuando las citas shakespearianas se multiplican. El
propio título, “El país desconocido”, alude al conocido monólogo de
Hamlet, en el que se alude al futuro, diciendo que es el país del que no
retorna ningún viajero.
Los klingon, que afirman orgullosamente
que “no se descubre a Shakespeare hasta que se lee en el klingon original”,
también recitan el “Ser o no ser”, pero en klingon, claro (“taH pagh
taHbe”). El general Chang, el archivillano klingon, excelentemente
interpretado por Christopher Plummer, tiene una gran afición a las citas del
autor de Strattford-upon-Avon.
Así, exclama, cuando empieza una cacería
entre las naves klingon y las federales: “Comienza el juego” (de “Enrique
V”) y también: “Soy constante como la estrella polar” (del “Julio
César”) o “A partir de ahora soltaré a los perros de la guerra”
(misma obra); “Partir es siempre una dulce tristeza” (de “Romeo y
Julieta”); “¿Acaso escuchamos las campanadas a medianoche?” (de “Enrique
IV”); “Sentémonos en el suelo y contemos la triste historia de la muerte
de los reyes” (de “Ricardo II”) y una de mis favoritas: “Nuevamente
en la brecha, amigos míos” (de “Enrique V”).
Otro autor citado en el universo Star
Trek es Sir Arthur Conan Doyle, concretamente, su Sherlock Holmes. Así, Spock
comenta: “Si de lo que tenemos eliminamos lo imposible, lo que nos queda,
por improbable que parezca, será la verdad”.
En las diferentes series de las
franquicias, las referencias son aún más numerosas, pero lo dejaremos para otra
entrada.
Resumiendo: uno de los rasgos
característicos de Star Trek es la multitud de referencias
multiculturales que aparecen en sus episodios y películas, que abarcan toda la
historia del arte y de la mitología.
Esto es interesante, porque para
aquellos que nos aficionamos de jóvenes a la ciencia ficción, las referencias
ajenas a ella son importantes a la hora de abrirnos las puertas de otros mundos
igual de interesantes que esta y picarnos la curiosidad.
Dragones en el cielo
Con el paso de los años, la ciencia
ficción clásica de tipo hard y de origen anglosajón (básicamente
norteamericana) ha ido dejando paso a una ciencia ficción más multiforme,
mestiza y multicultural, como el signo de los tiempos dicta.
A mí, particularmente, la idea no me
desagrada en absoluto, aunque crecí leyendo la primera. Pero al final, acaba
siendo siempre lo mismo, con el mismo tipo de personaje, blanco, occidental, de
base cristiana y generalmente urbanita, por lo que los cambios son bienvenidos.
Así, por ejemplo, me gustan mucho los
relatos de Aliette de Bodard, de ascendencia franco-vietnamita, que escribe
historias ucrónicas de mundos en los que la cultura dominante es la azteca o la
china clásica. Aire fresco en la ciencia ficción.
También algunos autores nos hablan de un
mundo en que los soviéticos ganaron la guerra fría y no necesariamente las
cosas acabaron como el rosario de la aurora (como sucedía en la serie distópica
“Amerika”, profundamente depresiva y que pasó bastante sin pena ni gloria).
Igualmente, empiezan a abundar historias
sobre pueblos africanos, como los relatos kikuyu de Mike Resnick o la trilogía Binti
de Nnedi Okafor.
O incluso mundos basados en la evolución
de la cultura árabe-musulmana , no tan abundante, pero que empieza a despuntar.
De hecho, hay toda una nueva generación
de escritores chinos o de origen chino que copan buena parte de los grandes
premios de la ciencia ficción moderna y supongo que os sonarán nombres como Ted
Chiang, Liu Cixin, Xia Jia o Ken Liu.
O, bueno, escritores y escritoras de
origen ruso, que no son bien, bien, lo que se dice occidentales, como los
clásicos hermanos Strugatsky (¡Qué difícil es ser Dios! o Pícnic
junto al camino) , Anna Starobinets o Dmitri Glujovski, autor de la
distópica Metro 2033 y sus respectivas secuelas.
No quisiera dejarme la ciencia ficción
latinoamericana, aunque creo que eso requiere varios artículos, así que no
entraré en el tema.
Todas estas literaturas de ciencia
ficción tienen rasgos comunes con la troncal común anglosajona, pero también
son bastante diferentes. En algunos casos, son claramente distópicas; en otros,
potencian la componente fantástica y casi siempre suelen ser mucho más exóticas
y coloridas, aunque tampoco quisiera dar la sensación que son literaturas folklóricas,
¡en absoluto!
La globalización llegó hace ya tiempo a
la ciencia ficción, como era de esperar y siendo esta una literatura que se
encuentra todavía en evolución y sobre la que no se ha escrito la última
palabra, se han incorporado las nuevas tendencias, como la lucha LGTBI, el
feminismo, la ecología, el cybermundo e incluso un cierto relativismo cultural
posmoderno.
Y más cosas que veremos en el futuro,
porque la ciencia ficción, como decía, sigue evolucionando y ya no es solo la
respuesta literaria y filosófica a los cambios tecnológicos, sino algo mucho
más profundo y me temo que bastante más difícil de definir.
Así que, para quienes busquen una
definición sobre qué es ciencia ficción y pretendan abarcar todo lo publicado
desde el Frankenstein de Mary Shelley, ciertamente, están en apuros.
Nuestro Fahrenheit 451
Fahrenheit 451 (en castellano, Celsius
232,7: es broma) es un libro muy interesante de los que conforme pasan los años
está mucho más de actualidad que cuando fueron escritos.
Vivimos en un mundo dominado por las
pantallas: las de televisión, las de ordenador, las tablets, los smartphones,
los navegadores del coche, etc.
Ray Bradbury, autor de esta magnífica
distopía de ciencia ficción, alertaba de un mundo futuro, que es
sospechosamente parecido al nuestro, en el que la gente se gastaba su dinero para
convertir las paredes de sus casas en enormes pantallas de televisión a fin de poder
disfrutar de este “maravilloso” entretenimiento.
¿Cuántos de nosotros no tenemos una
pantalla panorámica en nuestro salón o conocemos a un amigo que la tiene?
Naturalmente, la televisión ha
evolucionado y ahora lo que tenemos son servicios de streaming, pero vaya,
viene a ser lo mismo, solo que más caro y más adictivo, porque gracias al
control que tienen sobre la programación que vemos, las empresas del sector
saben exactamente qué nos interesa y qué no y se adaptan cada vez más a
nuestros gustos.
Lo mismo que sucede con las redes sociales,
aún de manera más adictiva y descarada. Tanto, que algunos organismos, como la
Unión Europea o algunos estados de Estados Unidos quieren limitar la acción de
los algoritmos de estos servicios porque se están convirtiendo en una verdadera
plaga.
Pero volvamos a Fahrenheit 451,
temperatura a la que el papel de los libros se inflama y arde. En la novela,
los bomberos se dedican no a apagar fuegos, sino a quemar libros. Los libros hacen
pensar, producen insatisfacción y por tanto son enemigos de la sociedad del
bienestar.
Vaya, lo mismo que hoy día, aunque a
menos que vivas en una república teocrática es poco probable que se quemen libros
públicamente. Bueno, en Suecia algunos queman el Corán y yo no catalogaría ese
país nórdico de república teocrática, pero también hay excepciones.
Uno de los grandes problemas de
prescindir de los libros, que son el soporte físico por excelencia, es que
quedamos en las manos de los productores y distribuidores culturales. Ya lo
hemos visto con la casi desaparición de los CD y los DVD para la música y las
películas.
Hoy en día, si queremos ver una
película, tenemos que pagar por ella cada vez. Antes, si la habíamos comprado,
podíamos disfrutar de ella tantas veces como quisiéramos y sin informar a nadie
de nuestros gustos. Pero lo peor no es eso. Lo malo del asunto es que si “alguien”
decide censurar una película o poner en el mercado una “versión” del origianl adaptada
a los “tiempos modernos”, no nos queda más remedio que comérnosla con patatas.
Y si alguien retira del mercado una
obra, pues como no la tenemos en un soporte físico, la perdemos indefectiblemente.
Otra ventaja de tener un soporte físico
más o menos sólido es que si un día se colapsa internet, debido a una tormenta
solar mayúscula, una guerra o algún otro tipo de catástrofe global, las vamos a
pasar canutas, porque lo que no tengamos en nuestrta biblioteca o en la
biblioteca de nuestro pueblo o barrio, va a resultar inaccesible.
Estamos demasiado bien acostumbrados a
tener a unos pocos clics de distancia cualquier obra del saber humano y eso
puede cambiar, no necesariamente por una catástrofe, sino por intereses
económicos o políticos.
El cambio de paradigma
Uno de los tótems más seguidos por la
ciencia ficción, especialmente la más tecnológica o hard, es plantear la
aparición de nuevas tecnologías y explorar a ver qué pasa con ellas, cuando son
aplicadas a la sociedad.
Algunas de estas tecnologías pueden llegar
a ser disruptivas y muy impactantes, como una máquina del tiempo o una forma de
energía no contaminante y al alcance de todos.
Mi favorita es la invención del motor de
curvatura de Star Trek, que según la película Primer Contacto, se
produce en abril del año 2063, cuando en el primer viaje con curvatura de la
raza humana, la nave en cuestión (la Fénix) fue avistada por unos
extraterrestres (los vulcanos) y se produce el primer contacto oficial con una
especie alien, lo que da nombre a la película.
A partir de ahí, todo empieza a cambiar.
Más por el primer contacto que por el propio motor de curvatura, aunque este
influye notablemente en el hilo de los acontecimientos posteriores.
Actualmente, la tecnología está al borde
de experimentar saltos significativos que probablemente veremos en los próximos
años. La revolución de los materiales nanotecnológicos no ha hecho sino
empezar. La fusión termonuclear, como Santo Grial de la energía limpia y barata
parece estar al alcance de la mano. La descarbonización de los medios de
transporte gracias a los motores eléctricos y a la baterías, son ya una
realidad.
Posiblemente, también veremos grandes
avances en medicina, propiciados por la combinación de la nanotecnología, el big
data y la enginería genética. Y por supuesto, el acceso relativamente
barato al espacio también tendrá sus serias repercusiones en nuestras vidas.
La computación cuántica llevará la
informática y la ciencia a otro nivel, inimaginable hoy día, así como la
creación de comunicaciones impenetrables, con sus pros y sus contras.
Puede que también tengamos pronto
materiales superconductores a temperatura ambiente, lo que llevaría el
transporte y el almacenamiento de la energía a cotas fabulosas.
Todo ello si sobrevivimos al cambio
climático, a la sexta extinción de las especies en la Tierra, a los efectos de
la polución y de la superpoblación y no nos matamos los unos a los otros en
alguna absurda guerra.
Pero seamos optimistas.
También el conocimiento puede que esté a
punto de sufrir un cambio de paradigma. Los experimentos del CERN, los datos
que nos envía la James Webb y muchos otros experimentos y observaciones, están
llevando los límites de nuestro conocimiento, como los modelos cosmológicos o
el modelo estándar de partículas y fuerzas, a lugares comprometidos.
Como sucedió poco antes de aparecer la
teoría de la Relatividad de Einstein y la mecánica cuántica, se acumulan
pruebas que nos indican que no comprendemos tan bien el Universo como
pensábamos hace tan solo un par de décadas.
Algo se remueve en el conocimiento
humano que nos alerta que la revolución está al caer y tal vez suceda antes de
lo que nos imaginamos.
Si la postura más extendida entre los
científicos a finales del siglo XX es que habíamos llegado al límite práctico
del conocimiento (siguiendo las tesis de John Horgan), ahora las cosas parecen
apuntar en la dirección contraria. Como sucedió a principios del siglo XX con
las dos grandes revoluciones científicas antes citadas.
Tecnología y ciencia se dan la mano y
ambas podrían experimentar (experimentarán) cambios muy importantes en pocos
años. Solo espero poder verlo. Ganas, tengo.