18 agosto 2016

Más sobre drogas y ciencia ficción



Hubo una época en que el consumo de drogas se veía como algo cultural, lejos del planteamiento de problema psicosanitario que tenemos hoy día del asunto. Por ello, no es raro que en muchas obras más o menos clásicas de ciencia ficción, aparezcan en la trama central de las novelas o de los relatos, cierto tipo de substancias adictivas, con propiedades más o menos asombrosas.

Aunque la lista sería bastante extensa, citaré algunas. Empezaremos por un clásico bastante antiguo: ¿Un mundo feliz?, de Aldous Huxley, en el que nos describe una distopía futura en que todos consumen una substancia llamada soma que proporciona bienestar y felicidad.

Tal vez una de las más conocidas sea la especie melange, centro del universo de las novelas de Dune, del escritor Frank Herbert. Esta substancia, que es el colmo de los novamases, permite a los Navegantes surcar el espacio, prolonga la vida, les confiere los poderes especiales a las Bene Gesserit y es la susbtancia más codiciada de todo el universo conocido. Ah, sí, sólo se produce en un planeta: en Arrakis.

También de Herbert tenemos La barrera Santaroga, en la que el protagonista es una peculiar substancia llamada jaspers. En la narración se describe una sociedad hermética centrada en el jaspers.

Cambiando completamente de tema, tenemos la droga ficticia denominada ephemerol que es la base de la trama de la película Scanners, que es aplicada a un ejército de niños para desarrollar poderes paranormales en ellos.

Si hablamos de Philip K. Dick, podríamos escribir un tratado de drogas ficticias, pero nos quedaremos con el spray de Ubik o con el KR-3.

Y finalizaremos con otro clásico: el fumeteo de hierba de hobbits y magos en El Señor de los Anillos de J. R. R. Tolkien.

12 agosto 2016

Cien eran cien



Generalmente escribo poco sobre series de ciencia ficción. El motivo es que no abundan las series de este género que me convenzan lo suficiente como para incitarme a seguirlas. Una notable excepción fue Battle Star. Galáctica. Otra, más reciente ha sido Los 100.

En Los 100, la Tierra ha sufrido un holocausto nuclear y los pocos supervivientes se han refugiado en un conglomerado heterodoxo de estaciones espaciales en donde los restos de la Humanidad sobreviven a duras penas. Llegado el momento, al cabo de poco menos de un siglo tras el armagedón, forzados por las circunstancias, los humanos deciden enviar una expedición de 100 jóvenes delincuentes a la superficie terrestre para verificar si la Tierra vuelve a ser habitable. El título recuerda un poco a Los diez mil (La Anábasis, de Jenofonte) y tiene alguna similitud, ahora que lo pienso.

La serie cuenta las vicisitudes por las que atravesarán los 100, que van siendo poco a poco diezmados por los problemas que se encuentran, que son muchos y de naturaleza muy variada.

El planteamiento es bastante original y la serie vale mucho la pena. Aunque inicialmente pueda parecer una serie juvenil más, con unas ciertas resonancias a El señor de las moscas (Lord of the Flies ,1954), de William Golding, la verdad es que es mucho más y pasados los capítulos introductorios, la cosa mejora muchísimo.

Tal vez, uno de los elementos más interesantes sea la confrontación de los diferentes sistemas de vida que se presentan en la Tierra, desde los supuestamente más avanzados (e inescrupulosos), pasando por los más primitivos y voraces, pero dotados de un código de conducta muy sólido, adaptado a las circunstancias. ¿Será posible la convivencia entre sistemas tan diferentes o sólo la guerra tendrá la última palabra sobre quién sobrevive y quién no?

Otro aspecto notable de la serie es el protagonismo de los caracteres femeninos en casi todos los ámbitos, que lejos de ser de relleno, copan los personajes principales, con un equilibrio muy bien hallado entre los diferentes roles.

En verdad, se trata de una serie muy recomendable, de lo mejor en ciencia ficción que se está produciendo en la actualidad.

09 agosto 2016

Los niños de la guerra



Los niños de la guerra son un fenómeno desgraciadamente frecuente en la historia reciente de la Humanidad. Son niños que son esclavizados y utilizados en las guerras junto a los adultos, por lo que pierden la infancia y, posiblemente, buena parte de su Humanidad y después son ciertamente difíciles de reinsertar en una sociedad pacífica.

La ciencia ficción no ha tratado muy a menudo el tema, pero cuando lo ha hecho, ha sido con gran acierto. Un ejemplo realmente bueno es la archiconocida novela El juego de Ender, de Orson Scott Card.

En el libro, la Tierra ha recidbido el ataque de una temible raza alienígena, los insectores y la Humanidad decide desarrollar un programa de niños-genios militares seleccionados genéticamente y enviarlos a una escuela espacial de batalla para desarrollar sus capacidades.

Entre ellos destaca Ender Wiggin, un niño superdotado para la estrategia que será el elegido para intentar derrotar a los insectores en una memorable batalla, con las consecuencia psicológicas que ello pueda representar para Ender, que acaba experimentando la soledad más absoluta del mando, a pesar del apoyo de su hermana y de algunos pocos amigos de la academia especial.

La novela, muy bien lograda, muestra el perfil psicológico de un niño enfrentado a un problema que aparentemente le supera y de las consecuencias nefastas tanto si gana como si pierde.

El libro tuvo un éxito tan enorme que ha sido continuado hasta la saciedad con secuelas, precuelas y paracuelas para dar y regalar, aunque naturalmente difícilmente se supera la novela original.

03 agosto 2016

El águila calva contra los drones



La utilización de animales con fines militares o policiales se remonta a la noche de los tiempos, cuando el hombre primitivo domesticó al lobo para obtener el perro guardián, protector de poblados y de rebaños.

El siglo XX ha visto múltiples aplicaciones adicionales de este uso de los animales, como emplear perros para detectar explosivos o delfines para colocar minas. Y ya no hablemos de las palomas mensajeras, profusamente utilizadas durante la I Guerra Mundial.

Ahora llegan las águilas antidrones. Tal como suena. Se adiestra un águila para que cuando vea un dron –no muy grande, porque las hélices podrían dañar al animal- ésta se lance sobre el dron y lo abata. Muy útil para evitar espías innecesarios en zonas restringidas.

Ya habíamos visto una variante de esta técnica que es el uso de rapaces en aeropuertos para evitar el vuelo de otros pájaros que pudiesen impactar con los aviones o ser succionados por las toberas de éstos.

Me pregunto si será una moda pasajera o es una nueva técnica que ha venido para quedarse. Pero si sirve mínimamente para preservar las poblaciones de águilas, bienvenida sea.

02 agosto 2016

Correlaciones: Incordiando al poderoso



Uno de los mejores libros del escritor Norman Spinrad es, sin duda alguna, Incordie a Jack Barron (Bug Jack Barron, 1969) que, además, es de rabiosa actualidad, aunque ya me gustaría a mí un programa de las mismas características que el de Barron en nuestra insulsa parrilla televisiva.

Jack Barron es un presentador de televisión capaz de hacer caer a los famosos y a los todopoderosos, con inmensas audiencias y una increíble popularidad, que le vuelven aparentemente invulnerable.

Norman Spinrad, más que predecir el futuro, se limitó a extrapolar el presente hasta exagerarlo, una manera que suele ser bastante buena para, de facto, predecir el futuro.

La novela tiene unas ciertas consonancias con la maravillosa película Network, que como esta novela siguen estando de rabiosa actualidad. ¡Y lo que durarán!

El “todo por el espectáculo” se ha convertido en el lema central de la televisión de hoy día, con una muy dura competencia en canales y otros medios (por ejemplo, internet, con sus virales y las redes sociales).

También es de remarcar el intento de destruir a Barron, basado en minar su popularidad a partir de un regalo envenenado, cosa también bastante en boga, hoy día. Un clásico, vaya, de los que no abundan.