Cántico por las lejanas series
Recuerdo que cuando era pequeño,
abundaban en la televisión, tanto la nacional (TVE, La2) como la autonómica
(TV3, C33) gran cantidad y variedad de series juveniles de ciencia ficción,
algunas de las cuales dejaron honda marca en mí.
Recuerdo series como La fuga de
Logan, Los 7 de Blake, La mujer
biónica, Buck Rogers en el siglo XXV, Dentro del laberinto, Bajo la montaña, Los caballeros de Dios, V, Viaje
al fondo del mar, Seaquest, El gran héroe
americano, La dimensión desconocida, Crónicas marcianas, Chocky, Starman y otras.
Fue una verdadera revolución. Hoy día, a
pesar de que vuelve a haber una gran cantidad de series de ciencia ficción
disponibles, también para jóvenes, estas se enmarcan en un mercado más general.
No van propiamente dirigidas a jóvenes, aunque es cierto que algunas de las que
he citado anteriormente tampoco lo eran.
El mundo ha cambiado y no solo porque lo
recite Galadriel en la introducción de la película de El Señor de los
Anillos (”I amar prestar aen”). Hoy día el mercado
de las series de televisión es muy distinto al de los años 80. La voluntad de
enseñar entreteniendo se ha convertido, básicamente, en entretenimiento puro y
duro y, si puede ser, para todas las edades.
Encuentro a faltar aquellas series y si
el mercado produjese algo parecido, creo que a pesar de mi edad las vería encantado.
De hecho, eran bastante adultas. Mucho más que algunas series supuestamente
adultas que se producen hoy día que dan bastante pena.
En cualquier caso, como decía, las
series son el producto estrella de las plataformas de pago de televisión por
internet y la ciencia ficción y la fantasía ocupan un buen lugar en su oferta.
Hay que reconocer que algunas de ellas se han hecho tremendamente famosas, como Juego de tronos. Otras, sin serlo tanto, son realmente
buenas (El hombre en el castillo), prometen bastante
(The Witcher) o ponen los pelos de punta (El cuento
de la criada) y otras son más de lo mismo, pero bastante entretenidas
(Star Trek: Discovery o Star Trek: Picard).
Veremos qué nos depara el futuro. Tal vez me vea pronto Strange
Things…
Escenarios realistas
Hemos visto una gran cantidad de veces
películas de ciencia ficción en las que aparecen personas flotando en
ingravidez dentro de supuestas naves espaciales. En la mayor parte de los
casos, eso se ha conseguido mediante efectos especiales.
En alguna ocasión, supongo, hasta puede
que se haya utilizado un avión en caída libre, aunque teniendo en cuenta los
costes de filmación, me temo que debe haber sido antes lo primero que lo
segundo.
Esto está a punto de cambiar. El popular
actor estadounidense Tom Cruise parece ser que tiene hora en la Estación
Espacial Internacional (ISS) para poder filmar in situ su próxima película de
acción y aventuras. Se cuenta que este era uno de los sueños acariciados por Cruise,
que está trabajando conjuntamente con la NASA y el omnipresente Elon Musk en su
nuevo proyecto.
Al parecer, el viaje al espacio está
previsto para octubre del 2021 e irá acompañado de otros actores. Supongo que
la bromita le va a costar un montón de dinero, aunque debe poder permitírselo. Eso
y la publicidad que el propio Musk y la NASA sacarán del notorio megacameo de
este actor en la ISS.
De golpe, veremos como el interés por la
ISS se dispara en la Tierra. Me apuesto lo que queráis que esto solo será el
principio. Tampoco es que crea que la ISS se va a convertir en un hotel
orbital, pero tiempo al tiempo. De hecho, hay múltiples proyectos de hoteles
orbitales, que incluyen el viaje y una bolsa para vomitar. Eso sí, no todo el
mundo podrá permitírselo: solo los más ricos y pudientes de la sociedad.
Se da otro paso en la comercialización
del espacio. No es que me alegre especialmente, pero prefiero que vaya Tom
Cruise a filmar una película que unos cuantos militares a montar plataformas de
pepinos nucleares. Aunque supongo que ambas cosas no están reñidas, por
desgracia.
Tirachinas cósmico
Sabed que nos hallamos en el año 2020 y
que la ESA (la Agencia Espacial Europea) acaba de adjudicar
un contrato por valor de 130 millores de euros a la empresa espacial OHB System AG con sede en Bremen (Alemania), destinado a
desarrollar la primera defensa terrestre contra un asteroide.
Dicho así, suena bastante impactante
(perdón por el humor negro). De hecho, lo que se ha aprobado es el desarrollo
de un satélite para estudiar los efectos del impacto de un asteroide de la
misión del primo mayor: la NASA, que servirá como test para
desviar este tipo de objetos en el futuro.
La ciencia ficción ha adoptado diversas
posturas ante el acercamiento catastrófico de un asteroide o de un cometa que
fuera a impactar contra la Tierra. Desde el: “¡Sálvese quien pueda y tenga una
motocicleta a mano!”, pasando por el “¡Qué se le va a hacer! ¡Sentémonos y
contemplemos la caída de los astros!”, hasta intentos más o menos imaginativos
(o patéticos) de desviarlo con una vela solar o de volarlo en pedazos con unos
cuantos pepinos termonucleares.
Está bien que se invierta en prevención
escudriñando los cielos para detectar posibles amenazas, pero si una vez
localizado el pedrusco no podemos hacer nada para evitar que este choque contra
nosotros, la verdad, tampoco hace falta que nos esforcemos demasiado en
detectarlos.
En el caso de la misión de la ESA, bautizada como Hera, la idea es
hacer impactar el satélite contra un asteroide y ver cuánto y cómo este se
desvía, a fin de poder desarrollar planes de contingencia para el futuro.
Está claro que con este método poco se
podría hacer ante un “destructor total”, del tamaño de una ciudad, pero bueno,
por algo se empieza.
Siempre son microbios
Durante unos días, los medios de
comunicación nos han bombardeado con el supuesto descubrimiento de vida
extraterrestre en la atmósfera de Venus. De hecho, de existir, se trataría más
bien de indicios de vida microbiana. Siempre son microbios.
Cuando buscan vida en Marte, ni si
quiera tratan de colarnos que pueden encontrar un gusano. Como mucho, una ameba
o algo parecido. Y si está fosilizada en medio de un meteorito encontrado en la
Antártida, mejor. Está claro que las biosferas de nuestros vecinos no parecen
dar para mucho más.
Es posible que la compleja atmósfera de
Júpiter pueda dar más juego. Algunos han imaginado seres repletos de gas
hidrógeno o helio flotando entre las nubes de la parte superior de la atmósfera
joviana.
Otros, menos imaginativos, se conforman
con un amasijo talofitiforme en los (supuestos) océanos subterráneos de Europa
o de Encelado, lunas de Júpiter y Saturno respectivamente (2010.
Odisea dos y 2061. Odisea tres, de Arthur C.
Clarke).
Incluso, los más osados, son capaces de
proponer ecosistemas mínimamente viables en el corazón de un cometa
(El corazón del cometa, David Brin y Gregory Benford).
Pero los científicos “serios” no pasan
de los microbios. A pesar de ello, los medios de comunicación pican siempre el
anzuelo y nos atacan con grandes y sensacionalistas titulares, pero nos os los
creáis. Siempre son microbios. Y a veces, ni eso.
Correlaciones: Un lugar acuático
La Royal Society of Astronomy
anunciará próximamente que se han descubierto serios indicios de vida
(microbiana) en… ¡Venus! Concretamente, se ha descubierto la presencia de
fosfina (PH3), uno de esos hidruros no metálicos que estudiábamos en
Bachillerato, en las clases de química orgánica.
La gracia es que la ciencia ficción (y
la ciencia) se han empeñado en buscar vida en Marte desde hace décadas. De
hecho, se han gastado sumas nada desdeñables de dinero en ello y ahora va a
resultar que se habían equivocado de planeta.
Bueno, no es que en Marte de golpe y
porrazo se hayan acabado las posibilidades de encontrar vida (microbiana), pero
la evidencia se ha desplazado a nuestro planeta gemelo del sistema solar
interior: el lucero del alba.
Hay que tener en cuenta que por cada
relato de ciencia ficción con Venus como protagonista, había más de diez en los
que el protagonista era Marte, lo cual no deja de ser natural: Venus es un
verdadero infierno.
Con una atmósfera densísima, una presión
atmosférica en superficie que lo aplasta todo y unas temperaturas tórridas
debido al efecto invernadero, tormentas eléctricas y lluvias de ácido
sulfúrico, entre otras mandangas por el estilo, Venus no es el típico lugar al
que te irías de vacaciones, a menos que tengas un gusto muy especial.
Al menos Marte es fresquito, aunque su
tenue atmósfera no protege de la radiación cósmica y las tormentas que desatan
en su superficie, de vez en cuando, son de aúpa.
Carl Sagan comentaba sarcásticamente
sobre Venus, que los primeros escritores de ciencia ficción lo único que sabían
de él era que estaba cubierto de nubes. Como había nubes y estaba más cerca del
Sol, debía haber agua y un clima tropical. Quizá formas de vida exhuberante.
Posiblemente, dinosaurios. Observación: no se ve nada. Conclusión: hay dinosaurios.
Sagan se reía de la cadena de razonamientos.
El Venus que encontramos en la ciencia
ficción suele ser anterior al “aterrizaje” de las sondas soviéticas Venera. Los
soviéticos tuvieron más suerte con Venus que con la Luna. Estas ya dejaron claro
que la superficie venusiana era un lugar a evitar y que allí no había vida.
Sobre el mundo acuático, encontramos
relatos como Perelandra (1943), de C. S. Lewis o Lucky Starr y los océanos de Venus (1954), de Isaac Asimov.
Como mundo pantanoso, encontramos
diversos relatos de Edgar Rice Burroughs, Robert Heinlein o Henry Kutter.
Incluso algún relato de Ray Bradbury.
También hubo autores que apostaron por
un Venus desértico, como Poul Anderson, Frederik Pohl o Cyril M. Kornbluth.
Ahora parece que podría haber vida en la
atmósfera de nuestro planeta gemelo. No obstante, no sería la primera vez que
un anuncio de estas características acaba en caldo de borrajas. La fosfina
podría estar producida por algún mecanismo desconocido de la poco explorada y
estudiada atmósfera de Venus, así que tampoco cantemos victoria.
Mientrastanto, aparte de aullar ante la
Luna y sentir un cierto temor atávico ante Marte, tal vez tengamos que
preguntarnos, cuando veamos el lucero del alba, si allí hay vida (microbiana).
Las entrañas de la bestia
En la ciencia ficción, como en tantas
otras cosas, es común relegar a las posiciones inferiores, al mundo inferior,
las tareas desagradables que nadie quiere hacer. No en vano, la palabra
infierno deriva del latín inferus (debajo, inferior).
En la conocida película Metrópolis (1927), de Fritz Lang, la clase obrera
esclavizada trabaja en el subsuelo del mundo, mientras la clase aristócrata
dirigente -con sospechoso aspecto ario- vive holgadamente en la superficie.
También en La máquina del
tiempo (The Time Machine, 1895), de H. G. Wells,
aparece un mundo futuro en el que los ociosos eloi viven en la superficie,
mientras que los industriosos (y monstruosos) morlocks viven en el subsuelo,
aunque aquí las clases se han invertido: los elois viven tranquilos, pero son
pasto de los morlocks, que son mucho más inteligentes y peligrosos y son los
dueños de la situación.
En el subsuelo podemos encontrar también
las grandes fuentes de poder y es habitual situar allí grandes generadores de
energía que aprovechan las fuerzas telúricas del planeta o donde se sitúan las plantas
de fusión nuclear o del tipo que sea, que suministran abundante energía a la
superficie.
Podemos ver este esquema en la clásica
película de ciencia ficción, Planeta prohibido
(Forbidden Planet, 1956), basada en un recreación de La tempestad de William Shakespeare. El planeta en cuestión
es Altair IV y en su subsuelo existe una infraestructura ciclópea,
inimaginable, de generadores de energía de una antigua civilización (los krell)
que otrora pobló el planeta.
También en Babylon 5,
aparece un planeta (Épsilon 3), entorno al que orbita la estación espacial, en cuyo
subsuelo existe una maquinaria generadora de un enorme poder energético,
apodada la “Gran Máquina”.
El mundo subterráneo siempre ha ejercido
un gran poder sobre la imaginación de la gente. En las cavernas subterráneas ha
sido donde nuestros antepasados situaron a seres mitológicos de gran poder,
como dragones, enanos, gnomos y demonios de todo tipo. El telurismo siempre ha
suscitado un gran interés y la ciencia ficción no iba a ser menos.
De profundis
El tratamiento de la literatura
fantástica de las criaturas marinas suele ser bastante homogéneo: por lo
general, nos hablan de monstruos marinos, enormes y terribles, cuyas fauces son
capaces de engullir hasta una embarcación de tamaño moderado.
En general, el tratamiento del mundo
animal no difiere mucho de este patrón: irracionalidad, monstruos, terror, depredadores…
en fin, un buen ejemplo de ello es la novela de terror Los náufragos
de las tinieblas (The Boats of the ‘Glen Carrig’,
1907), de Hodgson William Hope, en el campo del terror más o menos
sobrenatural.
En la ciencia ficción, propiamente
dicha, también tenemos ejemplos de monstruos marinos, como en Kraken
acecha (The Kraken Wakes, 1953), de John Wyndham,
en el que también aparece el conocido monstruo marino, esta vez de origen
extraterrestre, que decide declararle la guerra a la Humanidad.
Un tratamiento mucho más benévolo e
interesante, nos lo da David Brin en algunas de sus novelas del ciclo de la Elevación. En Marea estelar (Startide
Rising, 1983, Premios Hugo, Nebula y Locus 1984), por ejemplo,
aparecen los neodelfines, que son delfines modificados genéticamente para
potenciar su inteligencia ya natural y convertirlos en sofontes: una raza que
pueda estar a la “altura” de la humana y de otras especies inteligentes de la
galaxia.
De origen extraterrestre, pero no
extrasolar, Arthur C. Clarke nos presenta en 2061. Odisea
Tres (2061. Odyssey Three, 1988) a los habitantes
inteligentes de los océanos subterráneos del satélite joviano Europa: los
europanos, nuevos protegidos por el Monolito o Gran Zagadka.
Tal vez el caso más conocido de la
ciencia ficción sobre animales marinos inteligentes sean las salamandras, de La guerra de las
salamandras (Válka s mloky, 1936), una sátira del
checo Karel Capek. En ella se nos describe una especie marina que habita en
aguas poco profundas en el océano Pacífico y que demuestran tener una cierta
inteligencia, que acaban siendo explotadas como mano de obra barata hasta que
acaban enfrentándose con la Humanidad.
Para acabar, me gustaría citar al cefalópodo
inteligente que aparece en la novela de Charles Sheffield, La telaraña
entre los mundos (The Web Between the Worlds,
1979), de nombre Calibán.
Relaciones consentidas
En la ciencia ficción es
extraordinariamente habitual encontrarse situaciones en que ciertos organismos
alienígenas extraños invaden los cuerpos humanos (o de otro tipo) y los
controlan. Pero hoy no hablaré de estas relaciones de dominio parasitario sino
de un subconjunto de ellas: las relaciones, digamos, “consentidas”.
En algunos casos, estas relaciones están
toleradas o incluso se pueden considerar una simbiosis. Así pues, en Star Trek: Espacio Profundo 9, uno de los personajes, Jadzia
Dax es una trill.
Los trill son una especie humaniforme
que tienen en su abdomen una especie de saco, como los canguros, en los que
cuando el trill huésped llega a su vida adulta y después de superar una serie
de pruebas (un control de “calidad”) se inserta el simbionte, con forma
gusaniforme. De hecho, para los huéspedes trill es un inmenso honor ser seleccionado
para albergar un simbionte.
El simbionte se funde cerebralmente con
el huésped original y el nuevo individuo conserva tanto los recuerdos del huésped
como los de todas las vidas del simbionte, porque este es extraordinariamente
longevo y puede sobrevivir a un montón de huéspedes diferentes.
Se trata de una idea curiosa. Además,
los trills van alternando entre masculino y femenino, lo cual puede producir
curiosas reacciones entre los que conocieron a la anterior encarnación. Así, el
comandante Sisko tuvo como mentor a la anterior encarnación de Jadzia Dax, un
hombre mujeriego y aventurero llamado Curzón Dax, cuyo carácter poco tiene que
ver con la actual Jadzia Dax, más prudente y con un carácter mucho más
controlado (aunque conserva la afición por los klingons de su predecesor, como
acabará demostrando).
En otra conocida serie de ciencia
ficción, Star Gate: SG1, también existe una relación de
simbionte. En este caso, las hay de dos tipos: la no consentida, por parte de
los Go’auld, unos seres ambiciosos y malignos que pretenden esclavizar a las
demás especies del Universo y los Tok’ra, que son un subgrupo de los Go’auld,
más pacíficos y que solo aceptan simbiontes voluntarios. A cambio, comparten
con ellos su vida, sus conocimientos y sus experiencias.
En general, la ciencia ficción ha solido
considerar este tipo de relaciones simbióticas más bien como parasitarias y
algo maligno. De ejemplos los hay a patadas. Pero también es interesante ver
que en algunos casos, la relación puede ser simbiótica, voluntaria y pacífica.
Más valioso que el oro
¿Cuál es el elemento más valioso en la
exploración espacial? Combustibles a parte, sin duda el más interesante sea el
hidrógeno, especialmente en nuestro sistema solar interior.
En los planetas exteriores, los gigantes
gaseosos, sobra el hidrógeno. Pero en los mundos más cercanos al Sol, el
hidrógeno no abunda. Este nos interesa por dos motivos fundamentales: como
integrante de la molécula del agua y como combustible para dispositivos de
fusión nuclear (cuando los haya).
Podría parecer que el oxígeno que
respiramos es más necesario, y no lo pongo en duda, y además también forma
parte de la molécula de agua, pero incluso en un mundo sin atmósfera como es la
Luna, podríamos obtener oxígeno de los silicatos presentes en nuestro satélite.
En cambio el hidrógeno no abunda, a
menos que nos acerquemos mucho al Sol y estemos dispuestos a achicharrarnos un
poco. Este elemento, el más simple y el más abundante del Universo, no abunda
en nuestras cercanías.
El motivo es que es extremadamente
ligero y volátil y el propio viento solar tiende a llevárselo lejos. En la
Tierra y otros mundos interiores, el hidrógeno gaseoso tampoco abunda en
absoluto y tiende a escapar de nuestra atmósfera.
Otro elemento poco presente en nuestra
parte del sistema solar -y por motivos similares al hidrógeno- es el helio.
Algunos isótopos del helio también podrían ser interesantes en ciertas
tecnologías de fusión nuclar, como el helio-3. Se dice que la Luna podría tener
algunos depósitos importantes de este elemento, aunque no está claro.
Lo que sí que es evidente es que
conforme salimos del sistema solar interior y cruzamos el cinturón de
asteroides (por cierto, rico en silicatos y metales pesados) llegamos al mundo
de los gigantes gaseosos, donde abunda el hidrógeno, el helio y muchos otros
elementos.
Está claro que la futura exploración del
espacio se dirigirá hacia el cinturón de asteroides y hacia los gigantes
exteriores. Los mundos como Mercurio y Venus tienen poco interés como hábitats
de la Humanidad y explotar sus posibles recursos sería complicado.
Una excepción es Marte. A medio camino
entre la Tierra y los gigantes exteriores, con una cierta atmósfera y
suficiente gravedad como para ser mínimamente habitable, podría ser un paso
intermedio que nos abriese las puertas de la exploración espacial.
Mucho se ha hablado de Marte como lugar
habitable. De hecho, es el planeta que mejores opciones tiene para ser habitado
después de la Tierra. Su atmósfera es demasiado tenue y no es respirable.
Además, su falta de magnetosfera lo hace especialmente peligroso para las
radiaciones solares, pero es lo mejor que tenemos después de la Tierra.
¡Cielos!
Los astrofísicos dicen que en función
del color del cielo de un planeta pueden saber muchas cosas de ese mundo: si
tiene o no tiene atmósfera y cuál es su composición más probable.
Los cielos que ofrecen algunos mundos de
nuestro sistema solar son realmente espectaculares. Al que más acostumbrados
estamos es al nuestro, al de la Tierra, por razones más que obvias. Nos ofrece
cielos azules durante el día, tonalidades cálidas entre el rojo y el amarillo
en las salidas y puestas de sol, especialmente si hay cierto tipo de nubes y noches
-más o menos oscuras- con las estrellas y los planetas de fondo.
En la Luna, el cielo siempre es oscuro,
ya que no hay atmósfera apreciable. Las estrellas brillan muchísimo más que en
la Tierra, porque su luz no tiene que atravesar ninguna capa de aire que atenúe
su resplandor.
Otros planetas nos ofrecen otras
tonalidades en función de su atmósfera. Desde la superficie de Venus es
imposible ver las estrellas, ya que la densísima atmósfera de anhídrido
carbónico y lluvias de ácido sulfúrico lo impiden.
Marte, en cambio, tiene atmósfera,
aunque esta es muy tenue. Desde su superficie pueden verse sus dos pequeñas
lunas -Fobos y Deimos- aunque no son comparables a la espectacularidad de
nuestra Luna.
¿Cómo sería el cielo nocturno desde
otros mundos? Muy interesante sería contemplarlos desde algún lugar cercano al
centro galáctico. Allí, la densidad estelar es muy grande. La visión de las
noches debe ser un espectáculo de estrellas, mucho más luminoso que nuestros
pobres firmamentos desde la periferia galáctica.
Más miedo daría la visión desde un
planeta exogaláctico, vagando por las profundidades de espacio, con un cielo
bastante oscuro, sin estrellas, aunque se podrían apreciar tenuemente las
galaxias.
O un planeta situado en las vecinas
Nubes de Magallanes, con una vista impresionante de nuestra Vía Láctea.
Los cielos, especialmente los nocturnos,
dicen mucho de su mundo, ciertamente y no es descartable que en un futuro más o menos lejano podamos contemplar algunos
de ellos con nuestros propios ojos.
De momento, nos tenemos que contentar
con nuestros cada vez más contaminados cielos terrestres, debido sobre todo a
la luz artificial que generamos y a las fotografías que nos transmiten las
sondas espaciales que hemos enviado a otros mundos.