22 mayo 2009

La conspiración alejandrina / Terry Bisson

En La conspiración alejandrina, de Terry Bisson encontramos un extraño mundo futuro, muy similar al actual pero también muy diferente. El autor recurre a la técnica de mostrarnos hechos extravagantes, casi surrealistas, para producir la extrañeza que a un visitante del pasado le producirían ciertas cosas.

El autor combina ideas futuristas más o menos factibles con otras prácticamente pertenecientes al reino de la fantasía. Entre las primeras, rastreadores programados con peculiares rutinas de autoaprendizaje, coches eléctricos supuestamente alimentados por ondas (o por algo parecido) o fármacos que alargan la vida a costa de ralentizar el metabolismo.

Algunos fenómenos existen ya hoy día y han sido exagerados hasta el extremo. Por ejemplo, los excavadores de montañas de basura, que buscan vetas de materiales aprovechables. O unos servicios de atención al público completamente automatizados y tan saturados (o más) que los de hoy día.

Tal vez el más espeluznante es el tema central de la novela: la saturación de productos culturales. Nuestra generación postindustrial ha producido una cantidad ingente de obras de arte, de mayor o menor calidad, pero en cualquier caso, en grandes volúmenes. Hemos heredado la literatura, la pintura o la música de siglos anteriores, pero el siglo XX ha producido más de todo ello que todo lo que existía hasta entonces. Y el siglo XXI no parece discurrir por derroteros diferentes.

Hasta las bibliotecas deben podar periódicamente sus contenidos, ya que su espacio es limitado y cada vez se editan más libros. Eso sin poder eliminar una serie de obras clásicas consideradas "inmortales" o "imprescindibles". Otro tanto sucedería con las pinacotecas o los bancos de discos y con las filmotecas.

En la conspiración alejandrina, este "expolio" ha sido sistematizado y es llevado a cabo por el propio gobierno. La única manera de dejar espacio vital a las nuevas producciones artísticas es ir eliminando buena parte de las anteriores, con todo lo que ello conlleva de pérdida y de trauma.

En cualquier caso, el problema no es tanto el conocimiento, que puede digitalizarse y almacenarse en cantidades ingentes gracias a la superminiaturización de componentes electrónicos y de memorias alcanzado en la actualidad y sobre el que todavía no se ha escrito la última palabra, sino el almacenamiento de los originales.

El arte, hasta hoy día, requiere la preservación de los originales. Un Picasso y su copia pueden ser idénticas hasta el último detalle, pero mientras que una valdrá una fortuna, la otra no dejará de ser una reproducción. Tal vez preservar el arte de las generaciones futuras requiera abandonar los soportes analógicos definitivamente o bien descartar la idea del valor incalculable del original.