03 abril 2009

Elfos y robots: dos caras de la misma moneda

En la literatura fantástica es común ver ideas que se repiten. Lo que no es tan común es ver dos ideas similares que formalmente no tienen nada que ver con una naturaleza e inquietud común. Tal es el caso de dos razas imaginarias de personajes, de orígenes dispares y que aparentemente no tienen nada en común: los elfos y los robots.

Los elfos son unas criaturas míticas, que nacen del folklore centro y norte europeo y que se han difundido por el imaginario colectivo de toda la Humanidad. Habitan en bosques, montañas, cuevas, alejados del mundo de los hombres pero con quienes acaban teniendo algún tipo de relación tangencial. Son, tal vez, antiguas deidades o manifestaciones de genios de la naturaleza en una época en que no existían las grandes religiones monoteístas.

La última evolución importante que han sufrido los elfos en la literatura tal vez sea de la mano de J.R.R. Tolkien en su sorprendente mundo, descrito en novelas como El Señor de los Anillos o El Silmarillion. En éstas, los elfos son una especie de raza angelical, dotados de gran belleza tanto física como mental, inmortales y aparentemente perfectos.

Aún así, no pueden dejar de sentir fascinación por los imperfectos y mortales humanos, a quienes adoptan como una especie de hermanos pequeños a quienes deben proteger a toda costa, debido a su bondad innata y no tanto porque así lo hayan decidido racionalmente. No en vano, Tolkien los metaforiza como una especie de ángeles de la guarda judeocristianos.

Y así llegamos a otra rama de la literatura fantástica que aparentemente nada tiene que ver con la fantasía heroica: la ciencia ficción. Concretamente, los robots asimovianos. Isaac Asimov, cansado de que las máquinas siempre adoleciesen del clásico "complejo de Frankenstein", o sea, de que fuesen los malos de la película, decide introducir un tipo de robot diferente: el robot bueno.

Algunos de sus primeros relatos de robots van claramente en esta dirección, con robots-niño o robots-niñera. Pero para protegerse completamente de cualquier tendencia corruptora, incorpora a los robots en su programación básica una ética simplificada basada en las conocidas 3 leyes de la robótica:

Primera ley: Un robot no puede dañar nunca a un ser humano ni permitir que éste resulte dañado.

Segunda ley: Un robot debe obedecer las órdenes que le dé un ser humano, salvo cuando ello entre en contradicción con la primera ley.

Tercera ley: Un robot debe proteger su existencia salvo cuando ello entre en contradicción con la segunda o la primera ley.


Algunos han visto en las tres leyes una especie de código deontológico del buen esclavo y no les falta razón en ello. Pero no creo que ésta fuese la intención inicial del Buen Doctor. Yo más bien creo que intentó obtener un código de conducta racional y racionalizado de lo que debería ser un buen robot, útil a los humanos y que no les inspirase el clásico terror por la máquina.

Pero el posterior desarrollo literario parece conducir al mismo camino que con los elfos protectores: a una especie de raza angelical que se dedica a servir y proteger a los seres humanos a toda costa. En una evolución posterior, incluso aparece una nueva raza de robots que obedecen a una nueva ley -la ley cero- superior a las otras tres leyes básicas, que reza:

Ley cero: Un robot no puede dañar a la Humanidad ni permitir por inacción que la Humanidad resulte dañada.

De esta manera, se produce una generalización del concepto del bien y del mal en los robots. Ya no se trata de proteger a todos y cada uno de los seres humanos a toda costa, sino que es la Humanidad, como entidad colectiva superior lo que debe ser protegido, ya que ello redundará en beneficio de todos los seres humanos, o al menos, de una gran mayoría.

Pero al igual que el exceso de proteccionismo de los elfos acaba siendo malo, el exceso de celo de los robots para con los humanos produce sociedades robóticas en la que los humanos, lejos de ser simplemente los amos de los esclavos, se han convertido en sus propias víctimas, ya que la dependencia de éstos es tan grande que sin ellos, su cultura carecería de sentido, como puede verse en los mundos espaciales de Aurora y, sobre todo, de Solaria, en donde los robots derivan a una cultura latifundista e hiperindividualista.

Así pues, en cierta manera, los robots acaban retirándose del primer plano de la historia de la Humanidad por su propio bien. Es evidente que ésta no era la intención inicial de Asimov cuando empezó a escribir sus relatos de robots, pero es a la conclusión a la que debió llegar cuando decidió fundir la serie de los robots con la serie de las Fundaciones en Los límites de la Fundación.

Tal vez el caso más extremo se dé en Los Humanoides, de Jack Williamson, en la que una raza de robots ultraprotectores acaban esclavizando a la Humanidad a pesar de las buenas intenciones iniciales de protegerla.

Tanto en elfos como en robots podemos ver cómo se cumple aquella famosa sentencia que dice que el Infierno está lleno de gente que tenía buenas intenciones.