23 enero 2007

¡Eureka!

A parte de la supuesta expresión que soltó Arquímedes cuando resolvió un conocido problema de fluidos y densidades (¡lo encontré!), éste es el título de una serie de ciencia ficción que emite Cuatro los sábados por la noche. Aunque tal vez, más que de ciencia ficción, debiéramos catalogarla como de fantasía por las licencias “poéticas” que se toma.

La premisa argumental de la que parte es muy interesante. En Estados Unidos (¿dónde si no?) se creó durante la II Guerra Mundial una ciudad secreta en la que se concentraron los mejores cerebros del país a fin de hacer avanzar la ciencia y la tecnología fuera de los ojos del común de los mortales.

El protagonista, a parte de la propia comunidad de científicos que pueblan Eukera es un exagente del gobierno, convertido en sheriff de la población, con una hija adolescente problemática, auxiliado por una atractiva agente del ministerio de defensa y una especie de McGiver genial, que lo mismo te resuelve unas ecuaciones de campo que te hace repara un coche.

Además, en las entrañas de Eureka, en una zona bajo custodia militar ultrasecreta se encuentra “algo” que nadie sabe lo que es pero que tiene pinta de ser la repanocha.

La verdad es que a pesar de sus muchos y notables fallos de todo tipo, reconozco que la serie engancha y me gusta bastante. Procuro no perderme ningún capítulo. Algunas escenas son verdaderamente delirantes, como la de la casa domotizada que se cabrea con el dueño porque ha llegado tarde a cenar. Otras, en cambio, son más olvidables.

El principal pero que le pongo a la serie es su exceso de fantasía. Es evidente que muchas de las cosas que aparecen allí no tienen cabida en nuestro universo regido por las leyes que conocemos. Por mucho que hayan avanzado en cincuenta años, me cuesta creer que dispongan de la tecnología que se nos enseña.

Por otro lado, los científicos son todos unos bichos raros. Al parecer, no hay mucha diferencia entre la biología molecular y la mecánica cuántica y un científico igual clona a su mujer, que construye una máquina que altera el espacio-tiempo. No es muy creíble que digamos.

Para darle un mayor toque de extrañeza a los capítulos, todos los científicos parecen haber sido cortados por el mismo patrón y están paranoicos, tarados, hipocondríacos o directamente, locos de atar.

No obstante, creo que transmite bien la idea de lo que podría ser una ciudad de supercerebros… vista por un guionista de Hollywood. Yo es que no me imagino a los científicos que conozco comportándose de una manera tan rara. Los científicos tienen sus excentricidades (como todo el mundo), pero en el fondo son tan normales como cualquiera de nosotros.

En fin, que la serie superpone un tópico al siguiente y no se molesta mucho en hablar de ciencia, cosa que suple perfectamente con efectos especiales y finales a lo deus ex machina.

Aún así, reconozco que me gusta. La recomiendo, aunque mejor poner el cerebro en modo de bajo procesamiento mientras se visiona.