26 noviembre 2020

Magnolias de acero

Debido a la tragedia del covid-19, hemos podido ver con dolor y una cierta rabia, cómo este virus se cebaba especialmente con la gente mayor y cuando entraba en una residencia, las víctimas empezaban a salir con los pies por delante en grandes cantidades. Una verdadera tragedia.

 

Pero las residencias generalmente suelen albergar un drama bastante más terrible, muchas veces: la de personas mayores, a veces solas, sin más familiares ni nadie que se preocupe de ellas (porque no tienen familiares o porque los familiares pasan de ellos).

 

En esos casos, estamos ante ancianos y ancianas que lo único que pueden hacer es esperar a que les llegue el turno, a que la parca determine su final, que están literalmente, esperando la muerte.

 

He estado en alguna ocasión en alguna residencia y a veces esos ancianos los ves cerca de la puerta. Están en sus sillas de ruedas, con la mirada vidriosa, esperando que les llegue el momento. Es verdaderamente desolador. A mí se me cae el alma a los pies.

 

Uno de los relatos de ciencia ficción que mejor ha tratado esta situación es “Flores de invernadero” (“Hothouse Flowers”, 1999), traducida en algún lugar como “Flores de estufa”, de Mike Resnick, en los que el autor traza la comparación entre los cuidados que se les da a la flores de invernadero y los que se les da a los ancianos y que denuncia el cuidado más allá de todo sentido que se les ofrece a unas personas que hace tiempo ya que se fueron.

 

Para acabar con un toque positivo, quiero citar una de las escenas que tengo grabadas en la retina desde hace muchos años. Aparece en la película 2010. Odisea dos (1984) y en ella podemos ver al fantasma del astronauta desaparecido David Bowman, cómo peina amorosamente el pelo blanco de su madre, internada en una residencia, justo antes de que esta muera con una mueca de felicidad en su rostro.