01 septiembre 2008

Profesión de riesgo

Ser astronauta ya no es lo que era. Eso se desprende del creciente desinterés de las nuevas generaciones por esta profesión, incluso y especialmente, entre los norteamericanos. Hasta hace relativamente pocos años, cuando le preguntabas a los niños qué querían ser de mayores, muchos te contestaban que astronauta.

Pero entre que el espacio ya no es lo que era, que la ciencia ficción está al orden del día y que últimamente las naves de la NASA explotan más que una escopetilla de feria, la verdad es que se te quitan las ganas se ir al espacio a hacer según qué.

Para empezar, hay que someterse a un largo y duro entrenamiento sin tener la certeza de que acabarás viajando al espacio. Y total, ¿para qué? Mucha tensión, muchos nervios, poco espacio vital, unas cuantas posibilidades de acabar convertido en estrella fugaz al reentrar en la atmósfera y ni si quiera vas a poder hablar klingon con un klingon.

Por si fuera poco, la comida es malísima, todo deshidratado y liofilizado. La ensalada sabe igual que la carne. Claro que eso ya pasa en la mayoría de establecimientos de comida rápida y los niños siguen como locos por ir allí. Debe ser cosa de los payasos psicópatas que actúan.

Pero volviendo a los astronautas, algunos se lo pasan realmente bien. Según un reciente libro, la NASA se dedicó a experimentar con la sexualidad en el espacio. Se entiende la sexualidad clásica heterosexual y tomando precauciones. No sé si con una pareja legalmente constituida o no, eso queda a la imaginación del lector.

Al parecer, algunas de las clásicas posturas terrícolas, como la del misionero, no son posibles en ingravidez. Vaya chasco para los poco imaginativos... En cambio, parece ser que la experiencia es verdaderamente memorable. Eso si no vomitas por la ingravidez y por la comida asquerosa que te sirve el chef de la nave.

La mala noticia es que sólo hay cuatro posturas relativamente cómodas. Me pregunto cuántas pruebas tuvieron que realizar y cuántas permutaciones experimentaron antes de llegar a esta lacónica conclusión.

En fin, ser astronauta también tiene sus gratificaciones. Especialmente en el momento en que pones los pies en el suelo y le das gracias a todos los santos por haber vuelto de una pieza.