05 octubre 2020

Correlaciones: Pajarito num num

Ya en alguna ocasión he hablado en este blog de la novela Donde solían cantar los dulces pájaros (Where Late the Sweet Birds Sang, 1976, Premios Hugo y Locus, 1977), de Kate Wilhelm, que evoca un poco al bestseller de Rachel Carson, Primavera silenciosa (Silent Spring, 1962).

 

Ahora, en prensa leo que “los pájaros mejoraron su canto durante el confinamiento humano por el covid-19”. Vaya, que nuestra primavera silenciosa ha resultado ser beneficiosa para los pájaros, especialmente para los de ámbito urbano. Era de esperar.

 

Cuando la actividad frenética de la Humanidad se detiene, la naturaleza recupera lo que era suyo. Los animales invaden las ciudades, los pájaros cantan mejor y los peces y mamíferos marinos vuelven a acercarse a las costas, que además, están más limpias.

 

Una cosa sí que había observado sobre el comportamiento de los gorriones que han nacido durante el confinamiento humano: son más atrevidos en su interacción con los humanos. Tal vez, el hecho de haber conocido menos nuestra maldad, ha creado una generación de gorriones más osados y menos timoratos.

 

En este caso, la disminución del ruido humano, ha beneficiado a las aves cantoras de manera perceptible. Cantan más y mejor. Sus melodías han “mejorado”. Así que no solo el confinamiento se ha notado en la disminución de la contaminación, sino que ha afectado a cosas en las que habitualmente no reparamos, como el canto de los pájaros.

 

Esto también me recuerda a una parte de la maravillosa Carta del Gran Jefe Seattle, de la tribu de los Swamish al presidente de los Estados Unidos (Franklin Pierce), en la que se queja de “la charla de las ondas” (refiriéndose a los telégrafos) en contraposición a los sonidos de la naturaleza.

 

Por cierto, en la traducción canónica de dicha carta al castellano, se cometió el error de confundir “waves” por “wives” (“esposas”) en vez de “ondas”. Así, se habla de “la charla de las esposas”, lo cual no deja de ser absurdo y sorprendente. Y machista.