16 marzo 2007

Por donde menos te lo esperas

En una reciente entrevista a James Lovelock, padre de la teoría Gaia, junto con Lynn Margulis, a raíz de la publicación de su último libro La venganza de la Tierra, las cosas están mal, muy mal en lo que a problemas ecológicos se refiere. Según él, hemos dañado tanto a la Tierra que ésta va a responder eliminando casi al 90% de la población humana.

Desde luego, no deja de ser una opinión y, aun aceptándola, es una manera antropocéntrica de considerar las cosas. Está claro que uno de los principales problemas con que nos enfrentamos hoy día, el cambio climático, afectará claramente a una serie de zonas del planeta, pero seguimos sin saber a ciencia cierta todo el catálogo de desgracias que podría causar ni exactamente dónde se desencadenará la virulencia de la Madre Tierra.

Según Lovelock, una buena opción es ir pensando en trasladar los bártulos a los países del norte de Europa (Escandinavia, Islandia, Escocia) así como al Canadá y Alaska. Claro que, no es por ser agorero, pero: ¿qué pasa con el agujero en la capa de ozono que afecta a las zonas polares de nuestro planeta? ¿Es tan buena idea como parece lo de empezar a especular con las regiones frías planetarias?

La ciencia ficción ha planetado muchas veces la hecatombe. Generalmente encontramos cuatro grandes planteamientos que conducen a la catástrofe: un factor externo (una invasión alienígena, un meteorito), la superpoblación y el hambre (problema aún existente en nuestro mundo), una guerra con armas de destrucción masiva (nucleares, químicas, bacteriológicas) o una catástrofe medioambiental.

Pero generalmente, las novelas y relatos de ciencia ficción se han centrado más en las consecuencias distópicas sobre la sociedad resultante de la catástrofe, que en la catástrofe en sí. Un par de excepciones a la norma son Cronopaisaje de Gregory Benford y Tierra de David Brin.

En Cronopaisaje, la trama va sobre la posibilidad de enviar información al pasado para cambiarlo, pero en realidad la novela versa sobre el mundo científico y sobre una hecatombe ecológica verdaderamente espeluznante que se cierne sobre la Tierra.

Tierra, la opera magna de David Brin, trata sobre nuestro mundo dentro de unas cuantas décadas. El cambio climático ya se ha producido, con toda una serie de consecuencias catastróficas sobre los ecosistemas y sobre algunas sociedades humanas, con multitud de refugiados medioambientales y unas perspectivas de futuro no muy halagüeñas.

Por desgracia, ambos escenarios me parecen más que plausibles tal y como van las cosas hoy día. Es posible que el hombre no sea el único responsable del cambio climático y que haya otros factores no suficientemente estudiados que estén contribuyendo a él, pero de lo que parece que no cabe ninguna duda es de que el hombre ha contribuido también notablemente a ello. Y no sólo al calentamiento global. No olvidemos el agujero de la capa de ozono, la desforestación de las selvas tropicales, el envenenamiento y la sobreexplotación de los océanos, la disminución de los recursos hídricos aprovechables, etc.

Desde luego, el género humano ha contribuido de manera variada a ponerle las cosas muy difíciles a las generaciones que le sucederán y a la Madre Tierra.

Pero debemos estar prevenidos, porque nunca se sabe por dónde nos va a llover la siguiente desgracia. Un par de ejemplos: una cadena fortuita de erupciones volcánicas podría servir para disminuir un tiempo la temperatura planetaria, pero los gases lanzados a la atmósfera podrían tener consecuencias funestas en el futuro.

Otro ejemplo, éste mucho más local, se dio en los años sesenta en una pequeña población de Pennsylvania llamada Centralia. Al parecer, a consecuencia de un incendio, resultó afectada una importante veta de carbón de la zona, que lleva ardiendo desde entonces de manera subterránea. La población ha tenido que ser evacuada, ya que son frecuentes los hundimientos del terreno y emanaciones de gases tóxicos.

La población está abandonada y su paisaje debe ser muy parecido al imaginado por los hermanos Strugatski en su Pícnic junto al camino. Nunca se sabe de dónde nos puede caer el siguiente golpe, así que más vale que no nos busquemos problemas innecesarios o tendremos tantos frentes abiertos que no habrá manera de resolverlos todos.