11 noviembre 2020

Robocop no responde

En los años 70 y 80, e incluso en parte de los 90, del siglo XX, se especuló bastante en la ciencia ficción acerca de lo que sería el soldado o el policía del futuro.

 

Generalmente, se los veía como robots o seres con una armadura blindada, con armas demoledoras y pocos escrúpulos. El modelo de esto lo encontramos en películas como Robocop (1987) o Soldado universal (1992).

 

Algunos de estos policías tenían que vivir en un mundo más o menos pacífico en el que de golpe, algo se descontrolaba, como en Demolition Man (1993) o tenían que tratar con tecnologías avanzadas, como en Timecop, que los convertían en poco menos que guardianes del mundo y del tiempo.

 

Los soldados también solían ser despiadados y estaban dotados de una gran resistencia física que, entrenamiento a parte, reforzaban con la toma de sustancias sintéticas (drogas, vaya), tema que sigue siendo tabú con los cuerpos armados de nuestros días.

 

Pero lo cierto es que, excesos a parte, la policía del futuro, o sea, la nuestra, es de lo más normal. Tienen tásers y teléfonos móviles, eso sí, pero poco más. No tienen pistolas de rayos, látigos neurónicos, coches voladores ni implantes cerebrales con que acceder a las bases de datos mundiales. Para eso está el móvil o los ordenadores.

 

La mayor parte de los policías se siguen dedicando a lo que han hecho siempre: tareas rutinarias de oficina, más o menos aburridas, pero imprescindibles para mantener el sistema en buen funcionamiento.

 

De hecho, en las películas actuales de ciencia ficción, los policías del futuro se caracterizan más por utilizar consolas holográficas en el aire que no cañones de neutrones. Parece que el futuro va más bien por ahí y eso, en parte, me tranquiliza.

 

Solo una cosa me inquieta: la aparición de robots y de drones en la lucha contra el crimen. Especialmente de robots teledirigidos o directamente automatizados, capaces de lanzar misiles contra sus objetivos. No me gustaría estar en el momento incorrecto en el lugar inadecuado, ni que una inteligencia artificial decidiese ella solita que mi vida es “un daño colateral”.