07 marzo 2007

Viajar por viajar

Últimamente se ha puesto de moda viajar. Con el advenimiento de los vuelos de bajo coste, casi cualquiera puede permitirse una escapadita a París, a Roma, a Londres o mucho más lejos. Viajar ha dejado de ser patrimonio de unos pocos (ya se sabe, ricos, parejas en viaje de novios y estudiantes con ganas de ver mundo).

Este fenómeno se está convirtiendo en algo tan masivo que algunas instituciones ya están avisando de que esto puede conllevar un notable incremento en las emisiones de CO2 a la atmósfera, con el consecuente problema ecológico que ello conlleva.

Pero a mí me gustaría analizar más bien la causa última de estas ansias viajeras. El hombre siempre ha querido explorar y por ello el viajar tiene tan buena fama. La adquisición de nuevas experiencias y nuevos modos de ver la vida, sirve para enriquecernos personal y colectivamente.

¿Pero es esto así? Permitidme que sea pesimista. Para que el hecho de viajar tenga alguna consecuencia real sobre nuestra manera de ser y de ver el mundo, debemos tener los ojos y la mente bien abiertos y estar dispuestos a ver la realidad última de las cosas. Y es evidente que con los viajes de fin de semana para ver los lugares turísticos por todos visitados no vamos a conseguir nuestro objetivo.

Conozco gente que se han ido a visitar países lejanos (sudeste asiático, sudamérica) con lo puesto y que han comido, bebido y dormido lo que la gente humilde de esos países. Es una manera verdaderamente auténtica de viajar y de conocer culturas diferentes. Aunque no está exenta de riesgos, como demuestra alguno de los casos que conozco, con final trágico, a raíz de una enfermedad contraída en uno de dichos países.

Vale, me saco un billete en un vuelo de bajo coste (o de alto coste, es igual, para el caso es lo mismo) y me voy un fin de semana a Roma. ¿Realmente me servirá de algo más que para sacarme la clásica foto en el Coliseo o en el Vaticano? Lo dudo mucho.

Un magnífico relato que expresa estas inquietudes es “Las 43 dinastías de Antares” de Mike Resnick, ya comentado aquí en alguna otra ocasión. En él podemos ver el choque cultural entre un guía turístico heredero de una antigua y rica civilización y los turistas herederos de los conquistadores, totalmente ajenos a la realidad que ven, interesados apenas en sacar un par de fotografías y sin el menor conocimiento sobre el país que visitan.

Es evidente que verá de manera muy diferente la Roma de fin de semana un estudiante con ganas de conocer mundo, que una pareja de recién casados, que unos abuelos en un viaje organizado, pero en general, todos tendrán algo en común: difícilmente verán más allá de las piedras.

Tampoco digo que para viajar uno deba ser un licenciado en aquello que visita, pero creo que las cosas se disfrutan muchísimo más si uno se ha documentado previamente sobre lo que va a ver y si tiene un cierto conocimiento de ello.

Por otro lado, estos viajes suelen convertirse muchas veces en una frenética caza de la fotografía más original, más “auténtica” del país visitado. Ya sabéis, si es un país del tercer mundo, obtener una estampa de miseria rodeada de alegría. Siempre suelen quedar en buena posición en los concursos fotográficos.

También esta actitud ha sido comentada alguna vez en este blog, poniendo como ejemplo el magnífico relato de Ray Bradbury “Sol y sombra”, en el que el mundo que está siendo explotado turísticamente se rebela.