Moriremos por fuego amigo
Moriremos por
fuego amigo
Juan Manuel
Santiago
Ed. Cazador de
Ratas
2019
Moriremos por
fuego amigo es un interesante recopilatorio de material bastante
heterogéneo sobre los años 90 y 2000 en lo que al fandom español de ciencia
ficción se refiere.
Está formado por ensayos,
introducciones de libros, reseñas, entrevistas, poemas y transcripciones de
conferencias, de lo más suculento. Este material tan diverso nos permite
hacernos una idea de la época dorada de la ciencia ficción española de tan solo
hace un par de décadas.
Como indica el autor,
parafraseando a Dickens, “fue el mejor de los tiempos, fue el peor de los
tiempos”. La ciencia ficción española estaba en auge. Se publicaban relatos y
novelas por doquier. Había diversos premios y asociaciones del género y los
fanzines y las revistas triunfaban. Hasta había editoriales de ciencia ficción
españolas que vendían más o menos bien.
Fue una buena época. Pero
también fue una época de disputas y confrontaciones agrias (tanto como
estériles) dentro del fandom. No en vano, muchas veces se dice que el “fan” de
“fandom” proviene de “fanatic” y eso creo que ya lo dice todo.
Eran las luchas entre
cenobitas, termitas, bemitas y replicantes. Diferentes grupos de aficionados,
lanzándose puñaladas traperas, más o menos incruentas, que hicieron correr más
ríos de tinta que probablemente tinta se empleó en publicar relatos o novelas
propiamente.
¿Una lástima? ¿O quizás
algo inevitable? ¿Inmadurez o justo todo lo contrario: que la gente se tomaba
demasiado en serio este género que es el fantástico? El amor y el odio frecuentemente
son dos caras de la misma moneda.
Juanma Santiago nos relata
algunos de estos episodios, vividos en primera persona, de manera
verdaderamente deliciosa. Algunos de ellos los recuerdo bien, aunque yo por
aquel entonces apenas era un recién llegado al fandom del género y mis lecturas
se reducían a Asimov, Clarke, El juego de Ender y alguna
recopilación de las de Martínez Roca.
Después llegó mi etapa
universitaria en la UPC, en Barcelona, donde conocí a uno de los popes de la
cf: Miquel Barceló, que me introdujo en materia y que me dejó algunos libros y
un montón de cintas en VHS Long Play de Star Trek: La Nova Generació, que me
convirtieron en un trekkie irredento y que me permitieron valorar (las novelas)
otros autores de ciencia ficción, como por ejemplo, Olaf Stapledon o Philip K.
Dick (Sí: Barceló me recomendó un libro de PKD).
También fueron los tiempos
en que visitaba asiduamente la sección de ciencia ficción del Corte Inglés
Diagonal y, claro, el santuario por excelencia del género: la librería Gigamesh
y a otro de los popes del género: Alejo Cuervo. Allí fue donde escuché por vez
primera una frase que empleo a menudo: “Hay dos tipos de tontos: los que dejan
libros y los que los devuelven”.
Y también fueron mis
primeras experiencias en conferencias sobre el género (recuerdo una
particularmente hilarante sobre “El nan roig” (“The Red Dwarf”) o la entrega de
un premio UPC donde conocí en persona a Elia Barceló. Recuerdo también las
reuniones en la facultad de Informática de la asociación UPCF (Units per la
Ciència Ficció), creada por Barceló; alguna charla que di sobre la relación de
la cf con la New Age o una conferencia de Domingo Santos, la
víspera de Navidades, en uno de los aularios del Campus Nord, donde estudiaba
Ingeniería de Telecomunicaciones.
Fueron buenos tiempos para
mí, aunque mi mayor implicación en el fandom fue muy posterior, en los años
2000, con mi participación más o menos afortunada en la comunidad de Cyberdark,
que recuerdo con muchísimo cariño, en donde también hubo guerras fandomíticas
(“Cs” contra “Ls” o la polémica sobre Pulp Ediciones, de la que Juanma Santiago
también habla en su libro). Fue donde conocí al Cyber o a
Nacho Illaregui, con quienes aún mantengo contacto.
Fue la época en que descubrí
a Tolkien (antes le tenía una manía bastante irracional, reconozco que de
manera totalmente infundada), aunque fue gracias a las películas de Peter
Jackson que descubrí que estaba muy equivocado. Tras ver la primera película,
devoré El Señor de los Anillos y todo lo que se puso a tiro
de este autor. Fanático y completista que es uno.
En fin, que le estoy muy
agradecido a Juanma Santiago, no solo por recordarme los viejos tiempos, sino
por informarnos sobre un fragmento de la historia del género en España y por
hacerme reír con algunas anécdotas, ciertamente delirantes.
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