21 febrero 2020

Moriremos por fuego amigo


Moriremos por fuego amigo
Juan Manuel Santiago
Ed. Cazador de Ratas
2019


Moriremos por fuego amigo es un interesante recopilatorio de material bastante heterogéneo sobre los años 90 y 2000 en lo que al fandom español de ciencia ficción se refiere.

Está formado por ensayos, introducciones de libros, reseñas, entrevistas, poemas y transcripciones de conferencias, de lo más suculento. Este material tan diverso nos permite hacernos una idea de la época dorada de la ciencia ficción española de tan solo hace un par de décadas.

Como indica el autor, parafraseando a Dickens, “fue el mejor de los tiempos, fue el peor de los tiempos”. La ciencia ficción española estaba en auge. Se publicaban relatos y novelas por doquier. Había diversos premios y asociaciones del género y los fanzines y las revistas triunfaban. Hasta había editoriales de ciencia ficción españolas que vendían más o menos bien.

Fue una buena época. Pero también fue una época de disputas y confrontaciones agrias (tanto como estériles) dentro del fandom. No en vano, muchas veces se dice que el “fan” de “fandom” proviene de “fanatic” y eso creo que ya lo dice todo.

Eran las luchas entre cenobitas, termitas, bemitas y replicantes. Diferentes grupos de aficionados, lanzándose puñaladas traperas, más o menos incruentas, que hicieron correr más ríos de tinta que probablemente tinta se empleó en publicar relatos o novelas propiamente.

¿Una lástima? ¿O quizás algo inevitable? ¿Inmadurez o justo todo lo contrario: que la gente se tomaba demasiado en serio este género que es el fantástico? El amor y el odio frecuentemente son dos caras de la misma moneda.

Juanma Santiago nos relata algunos de estos episodios, vividos en primera persona, de manera verdaderamente deliciosa. Algunos de ellos los recuerdo bien, aunque yo por aquel entonces apenas era un recién llegado al fandom del género y mis lecturas se reducían a Asimov, Clarke, El juego de Ender y alguna recopilación de las de Martínez Roca.

Después llegó mi etapa universitaria en la UPC, en Barcelona, donde conocí a uno de los popes de la cf: Miquel Barceló, que me introdujo en materia y que me dejó algunos libros y un montón de cintas en VHS Long Play de Star Trek: La Nova Generació, que me convirtieron en un trekkie irredento y que me permitieron valorar (las novelas) otros autores de ciencia ficción, como por ejemplo, Olaf Stapledon o Philip K. Dick (Sí: Barceló me recomendó un libro de PKD).

También fueron los tiempos en que visitaba asiduamente la sección de ciencia ficción del Corte Inglés Diagonal y, claro, el santuario por excelencia del género: la librería Gigamesh y a otro de los popes del género: Alejo Cuervo. Allí fue donde escuché por vez primera una frase que empleo a menudo: “Hay dos tipos de tontos: los que dejan libros y los que los devuelven”.

Y también fueron mis primeras experiencias en conferencias sobre el género (recuerdo una particularmente hilarante sobre “El nan roig” (“The Red Dwarf”) o la entrega de un premio UPC donde conocí en persona a Elia Barceló. Recuerdo también las reuniones en la facultad de Informática de la asociación UPCF (Units per la Ciència Ficció), creada por Barceló; alguna charla que di sobre la relación de la cf con la New Age o una conferencia de Domingo Santos, la víspera de Navidades, en uno de los aularios del Campus Nord, donde estudiaba Ingeniería de Telecomunicaciones.

Fueron buenos tiempos para mí, aunque mi mayor implicación en el fandom fue muy posterior, en los años 2000, con mi participación más o menos afortunada en la comunidad de Cyberdark, que recuerdo con muchísimo cariño, en donde también hubo guerras fandomíticas (“Cs” contra “Ls” o la polémica sobre Pulp Ediciones, de la que Juanma Santiago también habla en su libro). Fue donde conocí al Cyber o a Nacho Illaregui, con quienes aún mantengo contacto.

Fue la época en que descubrí a Tolkien (antes le tenía una manía bastante irracional, reconozco que de manera totalmente infundada), aunque fue gracias a las películas de Peter Jackson que descubrí que estaba muy equivocado. Tras ver la primera película, devoré El Señor de los Anillos y todo lo que se puso a tiro de este autor. Fanático y completista que es uno.

En fin, que le estoy muy agradecido a Juanma Santiago, no solo por recordarme los viejos tiempos, sino por informarnos sobre un fragmento de la historia del género en España y por hacerme reír con algunas anécdotas, ciertamente delirantes.