12 febrero 2009

Correlaciones: Sigue nevando

Este año, los frentes fríos nos están dejando un panorama blanco y gélido en la península Ibérica. En el norte, especialmente en las zonas de montaña, no para de nevar, día sí, día también. Y aunque ello ponga especialmente contentos a quienes viven del turismo blanco, no deja de ser un incordio para los ciudadanos de a pie que tenemos que lidiar con la dichosa nieve -que después suele convertirse en hielo- en carreteras, calles y demás vías de paso.

Me recuerda a uno de los primeros documentos humorísticos que circularon masivamente años ha por internet, bajo el título de "Cartas de un estudiante", en donde se narraba el cambio de actitud de un universitario que se trasladaba a Helsinki, respecto de la nieve y de las condiciones de invierno perpetuo allí imperantes.

Concretamente, se pasaba en pocos meses de un delicado:

"¡La nieve es tan bonita! Parece algodón blanco. Esto está precioso, todo nevado. [...] ¿Sabéis lo que me pasó? De camino aquí apareció por la carretera un reno. ¡Qué cosa más bonita! En mi vida he visto animal más majestuoso. Parecía sacado de un cuento."

A un patético y sarcástico:

"Esto es una mierda. Esto es como el infierno pero con el aire acondicionado a toda ostia. [...]Aquí no hace más que caer nieve todo el puto día. ¿Qué digo nieve?; mierda blanca, porque esto es mierda blanca. [...] Luego, de camino a la universidad, he atropellado un puto reno. El cabrón se ha cruzado sin avisar. El reno, en mi vida he visto animal más hijo de puta… Y encima, ¡que te crees tú que me lo he cargado! El cabrón ha salido por patas mientras yo me quedaba en mitad de la nada con el radiador reventado."

Pues algo parecido me sucede a mí, que comienzo a estar cansadito de tanta belleza cristalina, oro blanco y frío de las narices. Como mínimo me sirve para recordar algunos buenos relatos de ciencia ficción en que la nieve y el hielo son los protagonistas, ya sea como fenómenos más o menos naturales, ya sea como resultado de un nada halagüeño invierno nuclear.

Así, por ejemplo, tenemos el bello y coral relato de Connie Willis: "Igual que aquellas que soliamos tener" ("Just Like the Ones We Used to Know", 2003) o bien otro relato de la misma autora, esta vez en clave de invierno nuclear: "Una carta de los Cleary" ("A Letter from the Clearys", 1982), premio Nebula 1983.

En una línea parecida, aunque mucho más melodramática, está el estremecedor relato de Frederik Pohl, "La paradoja de Fermi" ("Fermi and Frost", 1985), Premio Hugo 1986, sobre una Islandia postnuclear y una Humanidad al borde de la desaparición.

Particularmente, prefiero quedarme con los relatos de Connie Willis sobre las Navidades. Tal vez sean más dulzones, pero también son más esperanzadores, aunque no por ello debemos olvidar las alertas de relatos más intranquilizantes.