07 octubre 2023

El efecto cuña

He comentado ya, en alguna ocasión, que me introduje a la ciencia ficción leyendo autores un tanto dispares. Por un lado, autores clásicos y consolidados, como Isaac Asimov o Arthur C. Clarke; después, otros que eran menos conocidos, pero que han llegado a ser verdaderos “monstruos” del género, como Philip K. Dick o Orson Scott Card y finalmente, autores más desconocidos o iconoclastas, como Fred Hoyle o Ian Watson.

 

Dicho sea de paso, creo que de todos esos primeros autores, ninguno tiene demasiada relación con los otros. Tal vez los que se parezcan más sean Asimov y Clarke, aunque salvando las distancias, por ser clásicos, mas que por el estilo o las temáticas tratadas.

 

A veces, cuando me han preguntado por dónde empezarían a leer ciencia ficción o fantasía, contesto que por donde les dé la gana. Por allí donde más les guste. Sea por temática o por estilística. Porque si el género está hecho para ellos, luego ya ampliarán las lecturas a otros autores y subgéneros, como me pasó a mí.

 

Así, por ejemplo, la primera obra de Dick que leí fue la un tanto insulsa y rarita “Nuestros amigos de Frolik 8”, pero eso me permitió después leer obras más interesantes al sonarme ya a conocido el autor, como pueden ser, “El hombre en el castillo”, “Cuentos completos” o “¿Sueñan los androides con ovejas eléctricas?”. Lo admito, aún no he osado con “Ubik”.

 

Con Asimov y Clarke fui mucho más completista, pues acabé devorando casi toda su obra de ficción y en el caso de Asimov, aún fui más lejos, pues le hinqué el diente a su bastísma obra de divulgación histórica y científica.

 

También tuve un rinconcito para los grandes distópicos, como George Orwell y su “1984” o Aldous Huxley y su “¿Un mundo feliz?”.

 

Poco después, empezaron a caer autores como Ray Bradbury y sus “Crónicas marcianas” o “Fahrenheit 451”; Ursula K. LeGuin y “Los desposeídos” o “El nombre del mundo es bosque” y otros autores clásicos como Frederik Pohl, Poul Anderson, Fredric Brown, Robert A. Heinlein, Frank Herbert o Howard Fast.

 

Y sería, mucho más tarde, cuando descubrí a J. G. Ballard, C. J. Cherryh, Stanislaw Lem, Brian Aldiss, Roger Zelazny, Connie Willis, Sheri Tepper, James Tiptree Jr. o Neal Stephenson. Y otros tantísimos.

 

Lo importante es empezar por algún lugar e ir abriendo boquete, como una cuña. Esta estrategia también la he practicado en mi vida con autores filosóficos, la música clásica, la música pop-rock, la ópera  y otras manifestaciones culturales.

 

Lo llamo el efecto cuña y funciona bastante bien. Por ejemplo, en la literatura fantástica, que hasta hace pocos años no me gustaba demasiado, empecé por un clásico: “El señor de los anillos”, de J. R. R. Tolkien y he ido aumentando el espectro de lecturas, tanto en completismo tolkeniano, como en muchos otros autores del género.

 

Supongo que hay gente que prefiere picotear y hay gente que debe seguir un programa exaustivo. De todo tiene que haber en la viña del Señor, pero a mí, este sistema me funciona bastante bien. En caso de duda, seguidlo.