25 julio 2008

La culpa es muy negra, Mr. Aldrin

Recientemente, el astronauta estadounidense Edwin Buzz Aldrin, quien formó parte de la tripulación del Apolo 11 que aterrizó en la Luna, ha declarado que el principal responsable de la falta de interés de los jóvenes por el programa espacial la tienen las películas de ciencia ficción.

Mr. Aldrin: la culpa es muy negra y no la quiere nadie, pero me temo que tal vez exagera un pelín, ¿no cree?

Al parecer, eso de ver naves zumbando en el vacío, inmensas batallas espaciales y efectos especiales por doquier, desinfla los ánimos de los jóvenes y les hace pensar que todo eso son "tonterías del espacio" (mi abuela dixit) y pierden el interés.

Yo más bien creo que el poco interés que los jóvenes, considerados en su conjunto, tienen por la carrera espacial deriva precisamente de películas como Star Wars o de fenómenos como Star Trek. Ni más, ni menos.

Como mi elfa favorita decía, "el mundo ha cambiado". No vivimos en la inocencia de la era atómica, cuando se creía que las armas nucleares eran fantásticas, que la ciencia lo solventaría todo, que llegaríamos a Marte en cosa de poco tiempo y que el espacio iba a ser la panacea de todos los males.

Chernobyl, la contaminación, el cambio climático y unas cuantas cosillas más derivadas del mal uso de la ciencia y de la tecnología han vuelto escépticos y hasta reaccionarios a jóvenes y no tan jóvenes a lo largo y ancho del planeta.

Los jóvenes se apuntan a una ONG y se marchan a la India o a el Salvador en programas de cooperación y de lucha contra la pobreza, pero difícilmente se sienten atraídos por unas máquinas extraordinariamente caras, alejadas de su mundo real. No entienden por qué hay que gastar ingentes cantidades de dinero en armas, en satélites o en el programa espacial si, total, ahí fuera no hay nada.

¿No hay nada? Bueno, sólo "el resto" del Universo. Pero ese Universo no es el universo en que ellos viven. No les dice nada. Y ya no vivimos los tiempos de la guerra fría, cuando de lo que se trataba era de ganar a los malos de los soviéticos, no de hacer progresar la ciencia.

Tal vez por eso, el mayor acelerador de partículas del mundo está hoy día en Europa, en el CERN y por ello el Congreso norteamericano canceló sin mayores miramientos el SuperColisionador Superconductor y no ha dudado desde entonces en irle recortando las alas a la NASA.

Tal vez por eso, algunos apóstoles de la ciencia, como Al Gore se sacaron de la manga un supuesto meteorito marciano con trazas de vida extraterrestre o por qué el Hubble, uno de los mejores instrumentos astrofísicos de que han dispuesto los astrónomos, ha acabado siendo un simple proveedor de preciosos fondos de pantalla para los ordenadores.

Pero la sociedad occidental vive en un momento que podríamos calificar de "alergia a la ciencia" y ha experimentado en las dos últimas décadas un resurgimiento espectacular de las pseudociencias y de los fenómenos bautizados colectivamente con el calificativo de "New Age", que abarcan desde peculiares sistemas de curación, energías para todo, hasta estilos musicales o de vida.

Por otro lado... ¿quién quiere ir a la Luna? De acuerdo: se pueden dar saltitos muy graciosos, pero el viaje es caro, peligroso y la gente vive muy bien en la Tierra. Tenemos atmósfera, preciosos océanos azules, bellísimos bosques verdes y magníficas playas soleadas. Al menos de momento. ¿Qué hay en la Luna que la haga tan atractiva? Rocas y polvo y mil maneras de morir accidentalmente.

El espíritu de aventura se sublima con las películas de ciencia ficción, es verdad, y no niego que hayan podido contribuir un poco a este desinflamiento del interés por el espacio, pero esto es un signo de los tiempos. Buscar culpables es una pérdida de tiempo. I amar prestar aen, Mr. Aldrin.