17 diciembre 2005

Leonardo diseccionado

Leo con un enigmático rictus en los labios y profunda sorpresa que gracias a un software de reconocimiento de rostros desarrollado conjuntamente por las universidades de Amsterdam e Illinois, tras aplicarlo a la Gioconda han conseguido desentrañar el misterio de su universalmente conocida sonrisa.

Al parecer, ese maravilloso software digno de una película de ciencia ficción afirma que la sonrisa en cuestión contiene un 83 % de felicidad, un 9 % de desdén, un 6 % de miedo y un 2 % de ira. Afortunadamente, esta vez la suma de los porcentajes da 100...

Por desgracia para los completistas, el software no está preparado para reconocer emociones más sutiles o el deseo sexual, así que el futuro nos puede deparar alguna sorpresa adicional. Ahora sabemos que, Leonardo además de saber mezclar pigmentos en su paleta para pintar cuadros, sabía combinar emociones en unos porcentajes bien precisos. Sin comentarios.

Lo primero que me pregunté tras leer la noticia es si dichas universidades no tendrán mejores proyectos en que gastarse el dinero de los impuestos de sus respectivos ciudadanos. Por lo visto, parece que no.

Es fascinante que hayan diseccionado a Leonardo da Vinci con tanta frialdad. Seguro que Dan Brown tendría algo que decir, aunque posiblemente incluiría conspiraciones mundiales de los fabricantes de software y algún oculto misterio numerológico en las proporciones emocionales de la sonrisa de la Gioconda.

Puesto que parece ser que las universidades andan boyantes y sus arcas están repletas, sugiero que dediquen parte de sus euros/dólares en el fascinante proyecto de reconocer las intenciones ocultas de los escritores de literatura fantástica en sus más reconocidas obras.

He aquí un avance de lo que dicho software podría reconocer:

- En Ubik (Philip K. Dick): problemas de insomnio, un deseo irrefrenable de flipar y un desorden cognitivo de tomo y lomo.


- En Dune (Frank Herbert): más deseo de flipar, un ecofundamentalismo desaforado y una fobia soterrada a las lombrices y a los homosexuales obesos con nombre sajónico.

- En Fundación (Isaac Asimov): el deseo de aparecer cada tropecientos años a decirles a la gente del futuro lo que tienen que hacer, unas tremendas ganas de vivir en una ciudad-colmena y una vanidad fuera de todo límite.

- En El árbol familiar (Sheri S. Tepper): un trauma con los hombres, recuerdos infantiles de hablar con los peluches y algún tipo de problema muy serio con las malas hierbas del jardín.

- En Marciano, go home (Fredric Brown): algún tipo de adicción a las bebidas alcohólicas, un cinismo atroz y una fascinación por el sepuku de los samurais y por los accidentes de circulación (¿instintos autodestructivos?).

- En Marea estelar (David Brin): un complejo de superioridad brutal, un deseo infantil reprimido de hablar con Flipper y algún tipo de afán de retorno a la época del mago de Oz.

- En El libro de los cráneos (Robert Silverberg): pánico al plagio, deseos sexuales de todo tipo reprimidos terriblemente, voluntad de retirarse a un monasterio apartado del mundanal ruido para gozar de la represión, temor a practicar la escalada y un miedo atroz a palmarla. Afortunadamente, todo se arregla practicando tai-chi ante un precioso y soleado atardecer.

- En El Señor de los Anillos (J. R. R. Tolkien): algún tipo de pasión oculta por las chicas con orejas puntiagudas, temor a las picaduras de araña y un trauma infantil del tipo 'John, si no te comes la sopa, vendrán los orcos y te llevarán'.

- En cualquier libro de H. P. Lovecraft: pasión por las lenguas guturales e ininteligibles, una extraña atracción por los lugares oscuros, mohosos y fríos y algún tipo de desorden lingüístico consistente en soltar largas parrafadas de frases cargadas de adjetivos.

En fin, la lista podría ser mucho más extensa, pero creo que es cosa de las universidades, que tienen más dinero y tiempo que yo.