Correlaciones: un tesoro subterráneo
A veces la realidad es tan
sorprendente como la ficción. Parece ser que Estados Unidos guarda un veradero
tesoro subterráneo: 645 millones de barriles de petróleo en un laberinto de
cavernas subterráneas, en los estados de Texas y Luisiana. Se trata de la
reserva estratégica de crudo del país.
La idea es que en caso de
necesidad, el país disponga de un cierto margen de maniobra en lo que a
petróleo se refiere y no se quede a cero, en caso de crisis o de un ataque a
las principales refinerías del país, como recientemente ha sucedido en Arabia
Saudita, cuyas principales refinerías han sido atacadas con drones.
Esto me recuerda a los
enormes tanques de agua subterránea que guardan los Fremen
de Dune en los Sietches de Arrakis con la
idea de transformar algún día el planeta en un vergel.
Esto de esconder tesoros
bajo tierra es propio de muchas mitologías, en las que los codiciosos enanos
que habitan en las cavernas del inframundo (véanse El Señor de los
Anillos, de J.R. R. Tolkien, por ejemplo, o El anillo de los
Nibelungos) almacenan ingentes cantidades de metales y piedras
preciosas.
Los tesoros pueden ser de
naturaleza muy variada. Así, tenemos la Bóveda Global de Semillas
de Svalbard, que es un enorme almacén subterráneo de semillas de las plantas de
todo el mundo, que se encuentra en la gélida isla de Spitsbergen, en Noruega,
inaugurado en 2008 y que pretende salvaguardar la biodiversidad mundial de
vegetales en caso de catástrofe.
Otras, son ficticias, como
la famosa Cripta, que aparece en el
Criptonomicón, de Neal Stephenson, que ha acabado derivando
en los enormes silos de ordenadores en los que se aloja la “virtual”
nube de internet, compuesta por miles y miles de ordenadores
en los que “corre” todo tipo de softwares y se almacenan
cantidades inimaginables de datos.
Y por supuesto, no siempre
se guardan cosas valiosas bajo tierra. También tenemos el caso de los silos
nucleares, que albergan destructivas armas atómicas o en los que se almacenan
los temidos residuos nucleares, que antiguamente se lanzaban directamente en
bidones al mar, hasta que algunos activistas ecologistas, como el comandante J.
Y. Cousteau pusieron el grito en el cielo e iniciaron una campaña mundial en su
contra, que acabó derivando en su prohibición.
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