09 noviembre 2020

Correlaciones: Mundos pandémicos

Es sorprendente cómo a veces la ciencia ficción acierta en describir el futuro, aunque lo haga de manera tangencial. Acabo de realizar mi enésima videoconferencia en estos tiempos de semiconfinamiento y me ha llevado indefectiblemente a pensar en los Mundos Espaciales que describió Isaac Asimov en su ciclo de novelas formado por Bóvedas de Acero (The Caves of Steel, 1953), El Sol desnudo (The Naked Sun, 1956), Los robots del amanecer (The Robots of Dawn, 1984) y Robots e Imperio (Robots and Empire, 1985).

 

Los Mundos Espaciales fueron los primeros mundos colonizados por los seres humanos en la expansión por la galaxia, ayudados por robots. Dichos mundos tienen dos grandes características: los robots ejercen una profunda influencia en sus sociedades, ya que atienden y ayudan a los humanos en todas sus tareas, lo que los ha vuelto dependientes de esta tecnología y son sociedades estériles, es decir, los humanos nacen mediante técnicas eugenésicas y no existen enfermedades infecciosas.

 

Todo ello hace que la vida de los seres humanos sea larguísima (la falta de enfermedades y la eugenesia lo favorecen) y además bastante aburrida, porque los robots hacen casi todos los trabajos. En cierta manera, Asimov se inspiró en las sociedades esclavistas de la Grecia clásica, en la que los ciudadanos griegos podían ejercer la Política o la Filosofía porque las labores mecánicas las realizaban los esclavos.

 

En los Mundos Espaciales, los robots son los esclavos, con la diferencia que gracias a su programación (las famosas 3 leyes de la robótica) no existe la menor posibilidad de insurrección (a diferencia de lo que sucede en Galáctica: Estrella de Combate con los cylons).

 

Las sociedades de los Mundos Espaciales son decadentes. No hay un espíritu de superación. Están estancadas. Son muy conservadoras y no se les pasa por la cabeza continuar con la expansión por la galaxia. Están muy bien en sus mundos-nido, atendidos por robots, con densidades de población bajísimas.

 

Los espacianos se comunican con sus vecinos y conciudadanos gracias a salas de telepresencia (una especie de videoconferencia holográfica), porque han desarrollado una cierta repulsión con el contacto físico con sus congéres y un temor atávico hacia las multitudes, a diferencia de los hacinados humanos de la superpoblada Tierra, que conviven con las enfermedades y tienen esperanzas de vida muy inferiores a las de los espacianos.

 

La sociedad espaciana me recuerda bastante a lo que estamos viviendo. El temor a contagiarnos hace que nos comuniquemos por videoconferencia. Nos han confinado. Han cerrado bares y restaurantes de manera indefinida. Los eventos multitudinarios han sido prohibidos. Y cuando la pandemia pase, alguna secuela quedará, mucho me temo. Estas cosas no suceden sin dejar rastro. Ya pasó con la epidemia de gripe “española” de principios del siglo XX.

 

Además, aunque no tenemos robots, somos totalmente dependientes de la tecnología. No salimos de casa sin nuestro móvil. Estamos continuamente conectados a las redes sociales de todo tipo. Las compras por internet empiezan a desplazar a las presenciales. Pronto los coches serán completamente automáticos, guiados por satélite, mediante antenas 5G y por inteligencias artificiales. Vivimos en lo que en su día Neil Postman definió como una Tecnópolis.

 

Por todo ello, los mundos espaciales me recuerdan mucho a la deriva que está tomando nuestra sociedad pandémica y posiblemente, post-pandémica. Espero equivocarme y que solo sea un episodio pasajero de nuestra historia, sin demasiadas secuelas sociales, aunque me temo que solo es una esperanza.