09 diciembre 2008

Todos los hijos de Dios

Acabo de ver los diez capítulos de la cuarta temporada de Battle Star: Galactica, inconclusa debido a la huelga de guionistas de azotó los Estados Unidos y que ha hecho que esta cuarta temporada deba concluirse con una especie de segunda parte el año que viene.

En contrapartida, los DVD contienen un capítulo especial titulado "Razor" ("Navaja") que reexplica ciertos aspectos ya pasados de la serie y que explican algunos detalles que no habían quedado suficientemente claros, como el origen de los "híbridos" y de los propios "cylon" humanoides.

Sin destrozar el final (que, por cierto, es totalmente anticlimático y a años luz del de la tercera temporada), tal vez uno de los conceptos que más me han llamado la atención es la importancia de la mortalidad como núcleo de unión entre cylon y humanos.

Este tema ha sido abordado multitud de veces en la literatura y el cine, pero en un par de ocasiones lo ha sido desde una óptica muy parecida a la que se adopta en Galáctica.

Por un lado, en Star Trek: Generations, donde el Capitán Picard expone en un brillante discurso que la mortalidad no es el monstruo de afilados dientes que pretende su oponente, el doctor Soren, sino que es lo que nos define como humanos y que nos recuerda constantemente que debemos mimar cada instante, porque es único.

Por otro, en la versión cinematográfica de El hombre del Bicentenario, la Humanidad, por boca de sus representantes de la ONU viene a decir algo así como: "podemos aceptar un robot inmortal, pero nunca aceptaremos un humano inmortal", ante la petición de ciudadanía del androide.

En Galáctica se plantea el interesantísimo debate de qué diferencia hay entre un humano y un cylon si ambos tienen prácticamente el mismo "hardware" y el mismo "software", si ambos son mortales y si ambos parecen tener un "alma" y creen en la trascendencia. ¿Dónde está la diferencia? Es más, ¿merecen las diferencias un enfrentamiento a muerte como el que ha habido hasta entonces?

Yo, de todas maneras, me quedo con la malévola escena del doctor Gaius Baltar intentado convencer a un cylon centurión de que Dios existe y también es su Dios, a saber con qué ocultas finalidades.