03 abril 2020

La medida del hombre


Uno de mis episodios favoritos de Star Trek: La Nueva Generación es el de “La medida de un hombre” (”The Measure of a Man”, 1989), en el que el Comandante Data, un androide positrónico creado por el Dr. Noonian Soong, inspirándose en los robots positrónicos de Isaac Asimov, debe demostrar que es un ser autónomo y consciente para no ser convertido en poco menos que carne de laboratorio, a fin de obtener toda una raza de androides obedientes y esclavos.

El capítulo es una verdadera maravilla y es de los que hacen reflexionar, por su contenido filosófico y que han hecho famoso a Star Trek, efectos especiales y batallitas con ensaladas de tiros a parte.

De hecho, el tema tiene su continuación en la más reciente Star Trek: Picard, en la que ha sido posible replicar androides del tipo Data por parte de los científicos de la Federación.

¿Cómo diferenciar un ser humano consciente de un programa de ordenador diseñado para simular a un ser humano consciente? Ya en su día, Alan Turing, padre de la inteligencia artificial, propuso un test -conocido como Test de Turing- de carácter eminentemente práctico. Se ponía detrás de una mampara al humano/programa y se le hacían preguntas. Si pasado un cierto tiempo, no había sido posible discernir si tras la mampara se ocultaba un ser humano o un programa artificial, se podía considerar que el programa había superado el test de Turing y podía considerarse, desde un punto de vista operativo, como humano.

En El hombre bicentenario (”The Bicentennial Man”, 1976), de Isaac Asimov, la ONU decide que lo que define a un ser humano y lo diferencia claramente de un robot es la mortalidad.

René Descartes ya se preguntaba en su Discurso del método (1637) acerca de cómo diferenciar a simples autómatas de seres humanos auténticos y proponía un par de tests: el del lenguaje (las máquinas podrían entender frases sueltas, pero no articular todo un discurso) y el de la adaptabilidad (las máquinas podrían efectuar tareas para las que hubiesen sido programadas, incluso mejor que las personas, pero serían incapaces de adaptarse a tareas para las que no estuviesen programadas).

Ni que decir cabe, que hoy día, estos dos tests han quedado parcialmente superados gracias a cosas como las redes neuronales o los algoritmos genéticos y otros avances en inteligencia artificial. Por otro lado, reconocer frases sueltas descontextualizadas es uno de los puntos débiles de las máquinas, en contra de lo que pudiera pensar Descartes.

En ¿Sueñan los androides con ovejas eléctricas? (”Do Androids Dream Of Electric Sheep?”, 1968, de Philip K. Dick y llevada al cine como Blade Runner), existe lo que se conoce como el test de Voight-Kampff, que consiste en detectar por un procedimiento físico sencillo la existencia de emociones en el ser al que se le aplica, a fin de diferenciar entre seres humanos y los replicantes, unos androides prácticamente perfectos, aunque artificiales y con una vida mucho más limitada que la de los humanos.

Conforme los avances en robótica y en inteligencia artificial vayan progresando, me temo que no solo tendremos que dotar a los robots de ética, en forma de algo equivalente a las 3 leyes de la robótica asimovianas, sino que necesitaremos saber si lo que hemos creado se acerca a algo parecido a la conciencia o siguen siendo meros programas, simplemente de una gran sofisticación.

La conciencia es el gran reto del siglo XXI. Saber qué es, cómo se origina, si puede replicarse o crearse, qué pasa cuando se desvanece la vida de su portador, cómo funciona…