19 septiembre 2019

Sturm und Drang


Existen muchas visiones apocalípticas del fin del mundo (tal y como lo conocemos) en la ciencia ficción. Tal vez, una de las que más me impresionó por el estado de total desasosiego que genera es la descrita en Cronopaisaje (Time Scape, 1980), de Gregory Benford.

Este libro, que de hecho trata de una especie de viaje en el tiempo de información y de universos alternativos, describe un mundo en el que las cosas han ido bastante mal. La contaminación se ha descontrolado y la vida se ha vuelto una verdadera pesadilla.

Y eso que fue escrito en una época en que aún no se hablaba de cambio climático, ni de agujeros en la capa de ozono, ni de microplásticos en los océanos, ni de especies invasoras, ni de meteorología extrema.

Otro de mis libros de cabecera en lo que a distopías climáticas y de polución se refiere es Tierra(Earth, 1990), de David Brin, que describe un mundo a cincuenta años vista, este sí, con subida del nivel del mar, contaminación, agotamiento de los recursos, superpoblación y tecnologías descontroladas.

Pero a pesar de que Tierra pueda parecer peor que Cronopaisaje, el primero destila un cierto optimismo dentro de lo mal que están las cosas, mientras que con el segundo te entran ganas de lanzarte desde un puente y con una piedra al cuello, para asegurar el tiro.

Desde luego que hay muchas otras distopías. De hecho, la ciencia ficción es una fábrica de distopías. Los británicos son especialistas en ello, mayormente en acabar con el mundo o dejarlo hecho unos zorros (Wyndham, Ballard, Orwell, Huxley o Aldiss), pero las de tipo climático son un poco las que más miedo dan.

A fin de cuentas, si una tecnología ser vuelve peligrosa siempre podemos dejar de utilizarla. Pero todo lo que tiene que ver con la naturaleza, suele ser incontrolable. Sturm und Drang.