11 diciembre 2005

Correlaciones: Consume, que algo queda

Ahora que se acercan las Navidades... no, no voy a hablar de los clásicos relatos navideños de Connie Willis. Voy a ser menos original: me voy a meter con el consumismo. Pero tampoco mucho que, a fin de cuentas, esto de atiborrarse de dulces y demás manjares, de hacerse regalos y de, en definitiva, tirar la casa por la ventana, viene de muy antiguo y poco tiene que ver con la actual sociedad consumista. Tal vez sea un reflejo de las antiguas saturnales romanas y de las comidas de hadas célticas, que a su vez deberían provenir de ritos ancestrales de carácter solsticial. Pero vayamos al grano: el consumismo exacerbado.

Uno de los escritores que mejor han retratado este delirio que es la compra compulsiva de todo tipo de objetos y servicios es Robert Sheckley, recién fallecido, autor injustamente tratado en nuestro país del que es prácticamente imposible encontrar nada, ni si quiera en el mercado de segunda mano. En especial sus brillantes relatos, engañosamente sencillos pero siempre con una carga de profundidad. Creo que merece una reedición.

"El costo de la vida" (Cost of Living, 1952) contenido en la recopilación La séptima víctima, publicada en Edhasa es un relato escrito a mitades del siglo pasado pero que es aún más aplicable a nuestra época. Trata del consumismo exagerado y sobre todo de la tasa de endeudamiento de los matrimonios que acaban legando a sus hijos y nietos las deudas. Se trata de una alegoría clara del patrimonio que estamos legando a posteriores generaciones, que lejos de ser positivo, acaba convertido en una carga esclava. Esto que en aquella época podría haber parecido sobredimensionado, se ha demostrado hoy día como una diana impecable: basta ver como las hipotecas de las casas son cada vez más elevadas y a más años vista. Se ha pasado de hipotecas a 20 años vista a las de 30 y pronto veremos en el mercado las hipotecas generacionales. Ni más ni menos que el mundo que describe Sheckley en su relato.

Otro maestro de la crítica al consumismo es Frederik Pohl. Su clásica obra Mercaderes del espacio escrita a cuatro manos junto con Cyril Kornbluth es un buen ejemplo de ello.

Pero donde triunfa en las distancias cortas es en "La plaga de Midas" (The Midas Plague, 1954) contenida en uno de los Doubles de Robel: El Color de los Ojos del Neanderthal / La Plaga de Midas en que se nos muestra una sociedad similar a la nuestra pero con los valores invertidos. Se trata de un mundo en el que la producción supera de lejos a la demanda y los más pobres son, precisamente, los que más tienen y se ven obligados a gastar continuamente en una especie de servitud insoportable.

La novela corta de Pohl es una crítica sarcástica de nuestra sociedad, deformada por el prisma de la ciencia ficción, estrategia habitual del género para hablar en clave futura de los problemas del presente.

Cuando nos tratan de vender algo, generalmente obedece a uno de estos tres temas: seguridad, ser mejores que el vecino o cómo ligar. La seguridad obedece a productos como los seguros, cierto tipo de coches, etc. Ser mejores que el vecino con eslóganes del tipo "mi ropa es más blanca que la de la vecina" o "mi coche es más rápido que el del vecino". Y finalmente, la comercialización del amor o cómo ligar gracias al coche, el perfume, un afeitado más apurado o cuidando la figura con ese producto tan especial.

De la comercialización del amor tratan, precisamente, "La armadura de paño gris" (Gray Flannel Armor, 1957) de Robert Sheckley en Paraíso II (Notions: Unlimited) publicado en Edhasa.

También toca el tema, aunque desde un punto de vista muy diferente y más intimista el relato "Blue champagne" (1981) de John Varley, contenido en la antología del mismo nombre editada por Ultramar en donde gracias a una tecnología nueva es posible transmitir emociones y sensaciones al cerebro de manera directa. A fin de cuentas, no nos hace falta desarrollar nuevas tecnologías: las revistas del corazón y los programas de cotilleo se nutren precisamente de esa materia prima.

Finalmente, me gustaría destacar un relato reciente: "Audiencia blanco" ( Target Audience , 2002) de Lori Ann White publicado en Asimov ciencia ficción 13 en donde se pone de manifiesto el consumismo que afecta a los niños, con una publicidad dirigida que va un paso más allá: es igual el producto que se venda, lo importante es la propia publicidad, que se convierte aquí en el producto deseado.

¿Ficción? Bueno, las marcas de móviles están hablando ya de vender este tipo de aparatos a los niños pequeños. ¿Realmente es necesario que un niño tenga un móvil? Pero el niño ve que sus hermanos mayores y sus padres tienen móvil y lo utilizan constantemente y él no quiere ser menos.

Los niños se han convertido en consumidores natos. A ellos va dirigida buena parte de la publicidad que nos bombardea, con el agravante de que ellos aún no tienen defensas desarrolladas para ignorarla y son tremendamente manipulables.

Los escritores de ciencia ficción se quedaron cortos, como siempre, ya que la realidad casi siempre supera a la ficción.

Aunque si en el mundo de la ciencia ficción debo buscar un referente más moderno a la situación actual, creo que me quedo con los Borg de Star Trek, consumistas terminales de toda tecnología. No es muy distinto imaginárselos con sus implantes cibernéticos a ver a la gente con sus móviles, sus PDAs, los navegadores en el coche, los MP3 y chips por doquier. "Seréis todos asimilados. La resistencia es fútil..."