16 marzo 2020

Nosotros somos el objetivo


Un tribunal neerlandés ha fallado que SyRI (System Risk Indication), un algoritmo que utilizaba el gobierno para detectar posibles fraudes de los ciudadanos es ilegal. Concretamente, establece que “no respeta la privacidad del ciudadano”. Y yo añadiría que tampoco su presunción de inocencia.

Esto me recuerda al argumento central de “El informe de la minoría” (“The Minority report”, 1956), relato de Philip K. Dick en que se basó la película homónima (2002), en que unos seres dotados de capacidades precognitivas, son capaces de anticipar qué personas cometerán un crimen y, por lo tanto, impedirlo.

Naturalmente, esto no solo entra en conflicto con la presunción de inocencia, sino con la idea misma del libre albedrío. Esa que utiliza la Iglesia católica, por ejemplo, para justificar la presencia del Mal en el mundo, afirmando que el hecho de que ocurran desgracias humanas es debido a la libertad intrínseca del ser humano.

Es un hecho conocido que muchas empresas, como por ejemplo, los bancos, utilizan algoritmos a la hora de determinar a quién le conceden un crédito. Y desde luego, otras grandes empresas utilizan sus bases de datos para deducir todo tipo de cosas sobre nosotros, violando desacaradamente nuestra privacidad, para vendernos todo tipo de productos y servicios.

Esto no es algo nuevo. Alvin Toffler ya lo anticipaba en sus ensayos, allá por los años 70 del siglo XX, en El shock del futuro (Future Shock, 1970) y en El cambio del poder (Powershift, 1990).

La era del Big Data, con sus ingentes y algo espeluznantes posibilidades de entrar en nuestra esfera de privacidad, han aumentado con creces las capacidades de las corporaciones y de los gobiernos a la hora de saberlo todo sobre nosotros y de utilizar esa información con ánimo de lucro o simplemente, para mantener el poder.

Vivimos en una era postcyberpunk en la que la realidad ha superado con creces a la ficción, como siempre suele suceder. Lo triste es que nosotros mismos entregamos nuestra información privada a quienes nos vigilan de manera voluntaria e incluso alegremente. Pienso en una frase que aparece en una novela de Frank Herbert, Estrella flagelada (Whipping Star, 1970), un acertijo laclac: “¿Dónde está el arma con que refuerzo tu esclavitud? Me la entregas cada vez que abres la boca. Pues eso.