13 mayo 2008

¿Pero hubo alguna vez cien mil emperadores?

En la ciencia ficción es habitual encontrarse con un tipo de personaje que el escritor del género, Norman Spinrad, definía sarcásticamente como el emperador de todas las cosas. Dicho personaje suele comenzar desde la más absoluta miseria o con serios problemas personales para, a base de autosuperación y una increíble carambola cósmica, acabar convertido en el centro de toda la acción, en posiciones notablemente importantes.

Nadie que conozca mínimamente el género podrá negar que se ha hecho uso y abuso de este tipo de personajes. Me vienen a la memoria el viajero transportado temporalmente de Guijarro en el cielo, de Isaac Asimov, Ender Wiggin en El juego de Ender, de Orson Scott Card o Pyanfar Chanur en la Saga de Chanur. Este último caso es especialmente “lacerante”, aunque la saga en sí misma está bastante bien.

La pregunta que me hago es: ¿existen este tipo de personas? ¿Hay “emperadores de todas las cosas”? No sé hoy día, pero en el pasado los ha habido. Tal vez uno de los casos más peculiares sea, precisamente, el de algunos emperadores romanos. No importaba cuán mal estuviese el Imperio ni los problemas que tuviese: las personas aparentemente más sencillas parecían extraer energías de la nada y dedicarse a la ingente –e inútil tarea- de evitar la caída de Roma.

Sin salir de Roma, el caso de los sumos pontífices (los Papas) es otro caso paradigmático. Personas muchas veces no pertenecientes a grandes familias, han alcanzado posiciones de poder dentro de la Iglesia notables, papado incluído y se han dedicado en cuerpo y alma a la labor de calzarse las sandalias de Pedro.

Algunos de los más grandes líderes políticos del siglo XX, como Winston Churchil, Franklin Delano Roosevelt o Konrad Adenauer, por poner unos pocos ejemplos, han sido en cierta manera “emperadores de todas las cosas”.

Por lo tanto, tal vez no debiéramos burlarnos tanto de este tipo de figuras cuando aparecen en la literatura de género o tachar una obra como infantil porque uno de los personajes –el personaje, de hecho- es de esta guisa. A fin de cuentas, nadie con dos dedos de frente consideraría que una novela que describiese la mentalidad de un psicópata es una porquería por tener en su trama un personaje así.

Lo que sí que es más criticable es el recurso ramplón, el deus ex machina que le saca las castañas del fuego al protagonista cuando lo tiene todo en su contra, aunque reconozco que algunos deus ex machina son especialmente divertidos. Mi favorito, esta vez en el cine, la escena en que Sean Connery azuza a una bandada de aves marinas contra un avión alemán que los persigue en Indiana Johnnes y la última cruzada. Simplemente delirante.