03 junio 2020

Atávicos temores


Existe una cierta tradición literaria, a caballo entre la ciencia ficción, la fantasía y el terror sobrenatural de recurrir a los “primordiales”, es decir, a unos seres terroríficos indefinidos, muy antiguos, que moraron en el Universo durante un cierto tiempo, generalmente considerados malignos y muy peligrosos, que acabaron siendo derrotados pero que en el futuro pueden volver a resurgir y llevarse por delante todo lo que existe.

Esta idea centra la producción de las obras de Howard Philips Lovecraft, con sus dioses ancestrales o primordiales: Cthulhu o Nyarlathotep, opuestos a los dioses arquetípicos.

En la serie Babylon 5, aparecen también unos alienígenas antiguos y muy poderosos apodados las Sombras, que reinaron en la galaxia y que tras una cruenta guerra en la que fueron derrotados, ahora se han reagrupado y han vuelto.

La misma idea la encontramos en la serie The Expanse, en la que una antigua raza galáctica con una tecnología impresionante (la responsable de la famosa protomolécula) fue destruida por otra entidad desconocida y que aún no se nos ha mostrado plenamente en la serie. Es de esperar que temporadas posteriores -si las hay- la acaben desarrollando.

En la novela de Frederik Pohl, Los anales de los Heechees, (The Annals of the Heechee, 1987), se nos cuenta que la antigua raza de los Heechee, también con una tecnología muy superior a la humana, tuvo que retirarse de la galaxia y esconderse en el interior de los kugelblitz (agujeros negros de energía). Los humanos los llaman el “Enemigo”. Los Heechee, los “Asesinos”.

Y, finalmente, la idea del mal primordial que vuelve es la esencia de El Señor de los Anillos y de El Silmarillion, de J. R. R. Tolkien. Primero en la figura de Morgoth (o Melkor) y posteriormente, en la de su lugarteniente, Sauron, creador del Anillo Único, que en la trilogía de novelas, debe ser destruido en el Monte del Destino, en Mordor, donde fue forjado.

La idea se repite una y otra vez en diferentes géneros y formatos y tiene un algo que la hace muy atractiva. Posiblemente, nuestra cultura judeocristiana, con la antigua lucha entre ángeles y demonios y la promesa del retorno del Anticristo y el Apocalipsis, la haya favorecido bastante.