Atávicos temores
Existe una cierta
tradición literaria, a caballo entre la ciencia ficción, la fantasía y el
terror sobrenatural de recurrir a los “primordiales”, es decir, a unos seres
terroríficos indefinidos, muy antiguos, que moraron en el Universo durante un
cierto tiempo, generalmente considerados malignos y muy peligrosos, que acabaron
siendo derrotados pero que en el futuro pueden volver a resurgir y llevarse por
delante todo lo que existe.
Esta idea centra la
producción de las obras de Howard Philips Lovecraft, con sus dioses ancestrales
o primordiales: Cthulhu o Nyarlathotep, opuestos a los dioses arquetípicos.
En la serie Babylon
5, aparecen también unos alienígenas antiguos y muy poderosos
apodados las Sombras, que reinaron en la galaxia y que tras
una cruenta guerra en la que fueron derrotados, ahora se han reagrupado y han
vuelto.
La misma idea la
encontramos en la serie The Expanse, en la que una antigua
raza galáctica con una tecnología impresionante (la responsable de la famosa
protomolécula) fue destruida por otra entidad desconocida y que aún no se nos
ha mostrado plenamente en la serie. Es de esperar que temporadas posteriores
-si las hay- la acaben desarrollando.
En la novela de Frederik
Pohl, Los anales de los Heechees, (The Annals of
the Heechee, 1987), se nos cuenta que la antigua raza de los Heechee,
también con una tecnología muy superior a la humana, tuvo que retirarse de la
galaxia y esconderse en el interior de los kugelblitz (agujeros negros de
energía). Los humanos los llaman el “Enemigo”. Los Heechee, los “Asesinos”.
Y, finalmente, la idea del
mal primordial que vuelve es la esencia de El Señor de los
Anillos y de El Silmarillion, de J. R. R. Tolkien.
Primero en la figura de Morgoth (o Melkor) y posteriormente, en la de su lugarteniente,
Sauron, creador del Anillo Único, que en la trilogía de novelas, debe ser
destruido en el Monte del Destino, en Mordor, donde fue forjado.
La idea se repite una y
otra vez en diferentes géneros y formatos y tiene un algo que la hace muy
atractiva. Posiblemente, nuestra cultura judeocristiana, con la antigua lucha
entre ángeles y demonios y la promesa del retorno del Anticristo y el
Apocalipsis, la haya favorecido bastante.
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