27 noviembre 2019

La Orden de Heinlein o el Infierno está empedrado de buenas intenciones


Robert A. Heinlein, uno de los grandes escritores de ciencia ficción de mediados del siglo XX era un enamorado de la ingeniería, como lo demuestra en algunas de sus novelas, como en Puerta al verano (“The Door Into Summer”, 1956).

En su honor, podríamos crear la Orden de Heinlein, dedicada a aquellos ingenieros, químicos, etc. que, bueno, aun cargados de buenas intenciones, la pifiaron estrepitosamente.

El primer candidato podría ser el ingeniero sueco Sten Gustaf Thulin, que horrorizado por la cantidad de árboles que se talaban para fabricar las bolsas de papel en los supermercados, de las que se consumían por millones cada día, decidió inventar la bolsa de plástico reutilizable.

El problema es que la industria del plástico tenía otros planes y sustituyeron las bolsas de papel biodegradable por sus bolsas de plástico irrompible y semieterno. El resultado es que actualmente, en medio del océano Pacífico hay una extensión del tamaño de dos veces Francia de bolsas de plástico flotando.

Un candidato más que firme al premio sería Thomas Midgley, ingeniero mecánico y químico estadounidense, quien desarrolló el tetraetilo de plomo, un aditivo que se añadía a la gasolina. De esta manera se liberaron cantidades ingentes de dañino plomo a la atmósfera, hasta que en tiempos recientes se prohibió. Aún se detectan niveles anómalos de plomo en la gente que estuvo expuesta a las gasolinas con plomo. Lo macabro del caso es que existían sustitutos mucho más inocuos, pero como no se podían patentar, pues escogieron el tetraetilo de plomo.

No contento con ello, y con toda la buena fe del mundo, ideó los CFC (clorofluorocarbonados), unos gases inertes que sustituían otras substancias que se utilizaban en la refrigeración y que eran bastante más reactivas y peligrosas. El problema es que los CFC, una vez se acumularon en la atmósfera, produjeron el agujero en la capa de ozono, hasta que también en tiempos recientes se prohibieron.

El historiador John McNeill afirmó sobre Midgley que: "Tuvo más impacto en la atmósfera que cualquier otro organismo en la historia (reciente) de la Tierra" y el impacto en cuestión no fue precisamente positivo.

Midgley a los 51 años de edad, contrajo la polio y quedó paralítico. Ello, irónicamente, le llevó a diseñar un complejo sistema de cuerdas y poleas para levantarse de la cama, con tan mala suerte que acabó enrollándose en su propio invento y murió estrangulado.

Otros meritorios candidatos:

El químico alemán Joseph Wilbrand, que inventó el trinitrotolueno (TNT), utilizado inicialmente como tinte. Posteriormente se le descubrieron las propiedades explosivas que lo han hecho tan famoso y tan empleado.

Otro químico alemán, Anton Köllisc, intentando obtener una substancia que controlase el sangrado anormal, obtuvo un producto que posteriormente fue llamado “éxtasis”, una de las drogas que más personas mata cada año.

Y para completar el trío de químicos alemanes desafortunados, tenemos al doctor Gerhard Schrader que, buscando un nuevo tipo de insecticida, obtuvo una substancia conocida hoy día como gas sarín, altamente mortal y del que tenemos la mala memoria del atentado en el metro de Tokyo.

Podríamos seguir, pero supongo que ha os hacéis una idea, ¿no?