La Orden de Heinlein o el Infierno está empedrado de buenas intenciones
Robert A. Heinlein, uno de
los grandes escritores de ciencia ficción de mediados del siglo XX era un
enamorado de la ingeniería, como lo demuestra en algunas de sus novelas, como en
Puerta al verano (“The Door Into Summer”,
1956).
En su honor, podríamos
crear la Orden de Heinlein, dedicada a aquellos ingenieros,
químicos, etc. que, bueno, aun cargados de buenas intenciones, la pifiaron
estrepitosamente.
El primer candidato podría
ser el ingeniero sueco Sten Gustaf Thulin, que horrorizado por la cantidad de
árboles que se talaban para fabricar las bolsas de papel en los supermercados, de
las que se consumían por millones cada día, decidió inventar la bolsa de
plástico reutilizable.
El problema es que la
industria del plástico tenía otros planes y sustituyeron las bolsas de papel
biodegradable por sus bolsas de plástico irrompible y semieterno. El resultado
es que actualmente, en medio del océano Pacífico hay una extensión del tamaño de
dos veces Francia de bolsas de plástico flotando.
Un candidato más que firme
al premio sería Thomas Midgley, ingeniero mecánico y químico estadounidense,
quien desarrolló el tetraetilo de plomo, un aditivo que se añadía a la
gasolina. De esta manera se liberaron cantidades ingentes de dañino plomo a la
atmósfera, hasta que en tiempos recientes se prohibió. Aún se detectan niveles
anómalos de plomo en la gente que estuvo expuesta a las gasolinas con plomo. Lo
macabro del caso es que existían sustitutos mucho más inocuos, pero como no se
podían patentar, pues escogieron el tetraetilo de plomo.
No contento con ello, y
con toda la buena fe del mundo, ideó los CFC (clorofluorocarbonados), unos
gases inertes que sustituían otras substancias que se utilizaban en la
refrigeración y que eran bastante más reactivas y peligrosas. El problema es
que los CFC, una vez se acumularon en la atmósfera, produjeron el agujero en la
capa de ozono, hasta que también en tiempos recientes se prohibieron.
El historiador John McNeill
afirmó sobre Midgley que: "Tuvo más impacto en la atmósfera que
cualquier otro organismo en la historia (reciente) de la Tierra"
y el impacto en cuestión no fue precisamente positivo.
Midgley a los 51 años de
edad, contrajo la polio y quedó paralítico. Ello, irónicamente, le llevó a
diseñar un complejo sistema de cuerdas y poleas para levantarse de la cama, con
tan mala suerte que acabó enrollándose en su propio invento y murió
estrangulado.
Otros meritorios candidatos:
El químico alemán Joseph
Wilbrand, que inventó el trinitrotolueno (TNT), utilizado inicialmente como
tinte. Posteriormente se le descubrieron las propiedades explosivas que lo han
hecho tan famoso y tan empleado.
Otro químico alemán, Anton
Köllisc, intentando obtener una substancia que controlase el sangrado anormal,
obtuvo un producto que posteriormente fue llamado “éxtasis”, una de las drogas
que más personas mata cada año.
Y para completar el trío
de químicos alemanes desafortunados, tenemos al doctor Gerhard Schrader que,
buscando un nuevo tipo de insecticida, obtuvo una substancia conocida hoy día
como gas sarín, altamente mortal y del que tenemos la mala memoria del atentado
en el metro de Tokyo.
Podríamos seguir, pero
supongo que ha os hacéis una idea, ¿no?
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