30 mayo 2007

Extrañezas biológicas

Leo en prensa que según un estudio reciente de la Universidad de Chicago y del Museo Nacional de Historia Natural de Washington D.C., un extraño organismo fosilizado que, al parecer se extinguió hace unos 350 millones de años y que crecía en forma de tronco de árbol era en realidad un hongo.

Se trataría de un organismo denominado Prototaxites y podía alcanzar hasta 6 metros de altura. Durante casi un siglo ha traído de cabeza a paleontólogos y biólogos pues no se conocía realmente de qué tipo de organismo se trataba.

El Prototaxites vivió en muchos lugares del planeta entre hace 420 y 350 millones de años, entre el Silúrico y el Devónico. Hay que tener en cuenta que los animales herbívoros aún no habían evolucionado, por lo que los hongos no eran molestados. Además, su considerable altura les permitía expandir sus esporas a mayores distancias.

Descubrimientos como éstos me hacen reflexionar seriamente sobre la evolución, tanto en nuestro mundo como en otros posibles planetas del Universo en los que pudiera haber surgido la vida.

La principal conclusión a la que llego es que la vida produce criaturas muy variadas. Tanto, que pueden llegar a ser verdaderamente extrañas. Si la vida terrestre es tan diversa y produce organismos tan diferentes a lo que estamos acostumbrados a ver, ¿qué no podría producir en otros planetas, con climas y químicas diferentes? La evolución allí debe haber seguido por derroteros bastante distintos a los de la Tierra.

Recuerdo que hace unos años, cierta cadena de televisión emitió un reportaje “exclusivo” sobre un supuesto vídeo grabado en Roswell (léase Área 51) sobre la disección del cuerpo de un extraterrestre que había aterrizado allí. Recuerdo que cuando vi las imágenes y vi el enorme parecido de aquel ser con nosotros lo primero que pensé fue: ¡fraude!

En efecto, poco después se destapó que se trataba de un montaje. ¿Por qué pensé en seguida que aquello no podía ser cierto? Pues porque aquel ser era prácticamente idéntico a un humano anatómicamente.

Los primates, a los cuales pertenecemos, se parecen a nosotros, aunque menos que aquel ser. Y los primates evolucionaron debido a una serie de chirimbolas cósmicas. Si no se hubiese producido la explosión cámbrica o la extinción de los dinosaurios, ¿hubiésemos existido nosotros? Posiblemente no.

Es más, al igual que otras especies de homínidos, como el Homo neanderthalensis se extinguieron, otro tanto nos podría haber sucedido a nosotros. Estamos aquí en buena medida por obra del azar. Habrá quien querrá ver en ello la mano de Dios. No se lo discutiré. Cada cuál tiene derecho a opinar lo que quiera. Yo creo en Darwin. Y es por ello que opino que si existe vida más allá de los organismos unicelulares en algún lugar del Universo, se va a parecer mucho más a entidades peculiares como los Prototaxites que no a los monos antropoides que somos nosotros.

La ciencia ficción ha desarrollado todo tipo de aliens, muchos de ellos inteligentes. A veces se ha tratado de una simple metáfora para tratar “lo diferente”, aunque en muchas ocasiones han sido verdaderos intentos de describir criaturas extraterrestres de verdad.

Casi siempre esos seres se han inspirado en nosotros, los seres humanos, dándose por sentado que somos algo parecido a la “cúspide de la creación” y que, por lo tanto, si son inteligentes, deberían parecerse a nosotros. Nada más lejos de mi opinión.

Posteriormente, los escritores del género han explorado otras posibilidades, como formas cetáceas, insectoides, inteligencias colmenares o incluso planetas vivos al albur de la hipótesis Gaia de James Lovelock y Lynn Margulis.

Personalmente, estoy bastante de acuerdo con las tesis de Stanislaw Lem: si alguna vez logramos entrar en contacto con una civilización extraterrestre, lo más probable es que seamos tan diferentes y tengamos tan pocos referentes culturales en común que seamos del todo incapaces de entendernos.

Esa es la tesis de algunas de sus más conocidas obras, como Solaris, Fiasco o La voz de su amo.