08 junio 2021

Tecnofobia

Pudiera parecer a simple vista que la ciencia ficción es una exaltación de las nuevas tecnologías, aunque nada más lejos de la realidad. De hecho, uno de los temas centrales de la ciencia ficción son los malos usos que se le dan a ciertas tecnologías o qué pasa cuando ciertas tecnologías se descontrolan y salen mal. Esa es la base de muchas distopías apocalípticas.

 

Algunos autores las tratan de manera ocasional, como es el caso de Lester del Rey que en su novela Nervios (Nerves, 1942) describe las secuelas sociales de una fiebre antinuclear debido a un accidente nuclear del pasado.

 

O Vernor vinge, quien en La guerra de la paz (The Peace War, 1984), describe un mundo que ha sido azotado por las consecuencias de la ingeniería genética y los ingenieros genéticos son perseguidos como criminales.

 

Con un transfondo parecido, en diversos puntos de la serie Star Trek se habla de las guerras eugenésicas, provocadas por humanos mejorados genéticamente para ser “superiores” a los seres humanos normales. Ello lleva a la Federación a prohibir la mayor parte de las prácticas de ingeniería genética con personas, aunque es evidente que no se trata para nada de una sociedad tecnófoba, sino todo lo contrario.

 

Otros autores, en cambio, son tecnófobos por naturaleza y en prácticamente toda su obra se destila esta fobia por las nuevas tecnologías, una especie de reacción alérgica al progreso tecnológico. Este es el caso de Michael Crichton, quien en sus tecno thrillers suele cultivar esta tecnofobia.

 

Por ejemplo, en Parque Jurásico (Jurassic Park, 1990), es la ingeniería genética y la recreación del pasado remoto lo que se descontrola y acaba mal, de manera parecida a lo que acontece en Next (2006). En Presa (Prey, 2002) es la nanotecnología lo que se sale de madre. En El hombre terminal (The Terminal Man, 1972), la interface máquina-cerebro. Incluso en Esfera (Sphere, 1987), que está a medio camino entre la ciencia ficción y la fantasía, nos da a entender que una tecnología demasiado avanzada, solo nos produciría problemas y se nos iría de las manos.

 

Esto es bastante opuesto al optimismo tecnológico de los primeros tiempos de la ciencia ficción. Los escritores de la factoría de John W. Campbell eran tecnófilos por naturaleza. Pero posteriormente, conforme el siglo XX fue avanzando y aparecieron accidentes nucleares, residuos industriales por todas partes, desforestación y miedo a un apocalipsis nuclear, químico o bacteriológico, los escritores de ciencia ficción empezaron a recoger estos miedos latentes y los volvieron claramente patentes.

 

Hoy día abundan más los tecnófobos que los tecnófilos, aunque hay una nueva corriente dentro de la ciencia ficción que vuelve a recuperar el bonismo de la ciencia como solución a nuestros problemas: “si la ciencia causó la situación actual, la ciencia nos sacará también de ella”.

 

Veremos cómo acaba la cosa. Lo cierto es que en la sociedad y muy especialmente en las redes sociales, la ciencia no tiene muy buena prensa. En parte es culpa de los propios científicos, quienes no han invertido el tiempo necesario en divulgar sus investigaciones y en parte es cosa del signo de los tiempos postmodernos y de relativismo cultural, en que cualquier teoría -por absurda que sea- tiene el mismo derecho a ser considerada como aceptable, aunque carezca de cualquier fundamento racional o empírico.