30 marzo 2020

Correlaciones: Grafitis


Últimamente, abundan las noticias sobre ataques a obras de arte o monumentos arquitectónicos, incluso a restos arqueológicos, por parte de ciertos grafiteros sin escrúpulos, que dejan sus discutibles muestras pictóricas sobre elementos patrimoniales.

Soy un gran admirador del arte de los grafitis. De hecho, mucha gente no los considera arte, pero yo creo que los hay verdaderamente espectaculares y algunos de sus autores están dotados de considerable talento.

Pero el problema es más el “dónde” que no el “qué”. No entiendo cuál es la gracia de pintar vagones de tren, ermitas románicas o, el último grito aberrante de estos personajes incívicos: la muralla nazarí de Granada. Sinceramente, no lo entiendo.

Seguro que algunos se creerán la mar de reivindicativos y de provocadores antisistema, pero no dejan de ser unos guarros y unos incultos. Allá ellos con su conciencia. A mí me parece absurdo y más en una sociedad en la que es posible expresarse libremente en muchos otros ámbitos.

Ello me recuerda a la película Demolition Man (1993), en la que unos antisistema se dedican a atacar al supuesto régimen utópico futuro de San Ángeles con pintadas de grafitis en los edificios. Ni que decir, que la mayor parte de los edificios tienen un sistema antipintadas que se autolimpian en cuestión de segundos.

En ese caso, puedo entender lo de los grafitis, porque se trata de una muestra de protesta ante un régimen injusto opresor que no permite la libre expresión. Pero nuestras sociedades occidentales, con todas sus imperfecciones y limitaciones, todavía permiten expresarse en diversos ámbitos sin necesidad de dañar un patrimonio que, no lo olvidemos, es de todos.