10 febrero 2006

Señales

Según un informe publicado en Science, de Timonthy Osborn y Keith Briffa, de la Escuela de Ciencias Ambientales de la Universidad de East Anglia, en el Reino Unido, el siglo XX fue el más caluroso de los últimos 1.200 años. El informe apunta a la acumulación de gases invernadero producidos por la quema de combustibles fósiles como principal responsable del fenómeno.

No es ninguna novedad: es el enésimo informe que dice lo mismo. Prácticamente todos los estudios que no están pagados por alguna multinacional del petróleo coinciden. Esta afirmación no es baladí. Por ejemplo, tenemos el caso descarado del plomo en la gasolina.

Cuando hace muchos años empezó a comercializarse la gasolina como principal combustible de los automóviles, fue necesario añadirle aditivos para optimizar las reacciones de combustión. Había dos candidatos idóneos, de los que uno de ellos era un compuesto de plomo. Los informes indicaban claramente que el plomo era perjudicial para la salud, mientras que el otro aditivo no comportaba esos efectos nocivos. Pero el aditivo de plomo era patentable, mientras que el otro no. Así que la industria optó por obtener pingües beneficios y se decantó por el plomo.

Durante décadas, los informes que demostraban la toxicidad del plomo en el organismo humano fueron sistemáticamente silenciados. Una de las principales consecuencias era que las personas expuestas al plomo en su infancia demostraban, dos décadas después, niveles muy superiores de agresividad. Vaya, que existe una correlación directa entre los niveles de plomo en la atmósfera en los años 60 y los niveles de criminalidad en los años 80.

Finalmente, después de mucho batallar se impuso la razón y el plomo fue proscrito de la gasolina y sustituido por otros aditivos menos perjudiciales para la salud y para el medio ambiente.

Con el cambio climático está sucediendo algo similar. Como los informes y estudios que atribuyen el cambio climático (que ya nadie parece negar) a la quema de combustibles fósiles son defendidos por toda la comunidad científica, las multinacionales que viven del petróleo han decidido producirse su propia "comunidad científica". Así, se sacan una serie de informes de la manga y se citan unos a otros para dar sensación de que existe un disenso entre los científicos, cuando no es así.

Algunos autores de ciencia ficción, como Michael Crichton, parecen haber sucumbido al canto de sirenas de esa pseudocomunidad científica en libros como Estado de miedo, donde esto del cambio climático viene a ser un cuento.

Por suerte no todos han obrado de la misma manera. Ya hace mucho tiempo, otros autores más honrados nos advirtieron del fenómeno. Así, se me ocurren los ejemplos de Tierra de David Brin, una magnífica apología ecologista de primera línea o, más recientemente, Señales de lluvia de Kim Stanley Robinson.

En general, los autores de ciencia ficción están de acuerdo con la línea oficial y claramente mayoritaria de la ciencia, aunque siempre hay ortodoxos. Eso no es malo, aunque a algunos se les ve claramente el plumero.