22 marzo 2006

Imposibles relecturas

Algunos libros son, sencillamente, imposibles de volver a leer. La mayoría de los que entran dentro de esta categoría, porque son malos con ganas o porque costaron tanto en ser leídos que una relectura adquiere tintes de pesadilla.

Así pues, dudo que me vuelva a leer ningún libro de Dan Brown por segunda vez. Entretenidillos, sí, pero dejémoslo ahí. En cambio, algún día me volveré a leer Cronopaisaje (lo prometo) de Gregory Benford. Es el único libro que me he empezado a leer tres veces, porque las dos primeras tuve que dejarlo por imposible. Pero lo conseguí. Y de hecho, incluso me gustó moderadamente. Ahora, con el paso del tiempo, posiblemente lo apreciaría más. Pero vamos a mantenerlo en barbecho unos cuantos años más.

Otros libros, en cambio, no puden ser leídos una segunda vez. O al menos, no pueden serlo de la misma manera que la primera. Así sucede con joyas tales como El Señor de los Anillos y más después de haber visto las películas. En parte, porque uno le acaba poniendo la cara de Elijah Wood, Sean Astin, Ian McKellen o Vigo Mortensen a Frodo, Sam, Gandalf o Aragorn; y en parte, porque algunos pasajes como el de los túmulos y Tom Bombadil quedan diluidos en la bruma.

El tema de las versiones fílmicas es uno de los principales inconvenientes del actual tirón de Hollywood por las películas de ciencia ficción. Con la fiebre de Saturno devorando a sus hijos, de llevar relatos y novelas a la gran pantalla, cada vez resulta más difícil para un lector neófito poder leer el libro sin tener la imagen de la película ya in mente.

Hay otros libros que, debido a la sorpresa o giro argumental que contienen ya no pueden ser leídos por segunda vez de manera ni remotamente similar a la primera. Y no me refiero a los que, simplemente, tienen un final inesperado (vaya, pues el asesino era el mayordomo), sino más bien a otra clase distinta de narraciones. Tal es el caso de El árbol familiar de Sheri S. Tepper, en el que dicho giro es tan brutal que rompe todos los esquemas que nos habíamos forjado mentalmente sobre los personajes. Por supuesto, si intentamos releerlos ya no podemos hacer ver que no sabemos de qué va la cosa y la lectura es muy diferente.

Finalmente, algunas relecturas nos descubren que uno de esos libros que teníamos en un pedestal y considerábamos una gloriosa obra maestra, ni nos emociona ni nos excita tanto como la primera vez que lo leímos. Es lo que me sucedió con La ciudad y las estrellas que devoré en una noche la primera vez que lo leí y que, al cabo de muchos años, tras una segunda lectura ha pasado sin pena ni gloria.

Supongo que muchas de las lecturas de juventud dejan ese aura indeleble que, si es revuelta años después, se pierde. La magia ya no se sostiene y tras haber probado el fruto del árbol prohibido, ya nada sabe igual y la inocencia se ha esfumado para siempre.

En fin, que segundas lecturas no siempre son buenas y a veces incluso son claramente contraproducentes. Pero no por ello dejan de ser necesarias si queremos valorar en su justa medida la calidad de una obra. Pues hay obras de juventud, obras de madurez y obras de senectud. Y, por supuesto, están los clásicos, que pueden ser leídos a cualquier edad y nos dejan distintos sabores en la boca. ¡Claro que por eso son clásicos!

2 Comments:

At 5:20 p. m., Blogger Fran Ontanaya said...

Si consigues volver a leer a Cronopaisaje ya me ganarás en algo. Yo nunca podría volver a pasar por el trance de terminar una novela de Benford.

 
At 2:00 p. m., Anonymous Anónimo said...

Me ha pasado recientemente con Salto mortal de Kenzaburo Oé, no creí encontraría otro libro tan difícil de leer como El Simarillion (sin ofender a los admiradores de uno u otro autor) Tal vez con una segunda lectura encuentre mas ágil su lectura.

 

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