10 junio 2020

La tercera ley de Clarke


Reza la tercera ley de Arthur C. Clarke: “Cualquier tecnología lo suficientemente avanzada es totalmente indistinguible de la magia.”

La ciencia ficción ha explotado este concepto en multitud de ocasiones. Veamos unos cuantos ejemplos.

En Star Trek: La Nueva Generación, en el capítulo “El regreso el Diablo” (”Devil’s Due”, 1991), se cuenta la historia de una timadora que utiliza una avanzada tecnología para engañar a pueblos más primitivos y hacerse pasar por un dios ante ellos, para poderlos explotar impunemente.

En la serie Babylon 5, en el capítulo “La geometría de las sombras” (”The Geometry of Shadows”, 1994), aparecen unos seres de gran sabiduría llamados los tecnomagos, que utilizan sus avanzados conocimientos científicos para simular fenómenos aparentemente mágicos.

Isaac Asimov recurre al conocido truco de utilizar una especie de magia tecnológica en un capítulo de Fundación (Foundation, 1951), en la que la Términus (la Primera Fundación) crea una especie de religión para controlar los aparatos tecnológicos, que maneja una “casta” sacerdotal para mantener a raya a sus díscolos vecinos.

En ¡Qué difícil es ser Dios! (Trudno byt bogom, 1964), de Arkadi y Borís Strugatski, el protagonista también utiliza la avanzada tecnología disfrazada de magia ante una sociedad de corte medieval de otro planeta, a la que están estudiando.

Finalmente, en ¡Hágase la oscuridad! (Gather, Darkness!, 1943), de Fritz Leiber, tras una catástrofe planetaria, la civilización ha caído y reina la barbarie. Para evitar que vuelva a repetirse la historia, los científicos crean una especie de religión basada en la ciencia.

De temática parecida tenemos también la magnífica Cántico por Leibowitz (A Canticle for Leibowitz, 1955), de Walter M. Miller, donde precisamente, la historia se vuelve a repetir.

Ya veis que el tema es omnímodo. De hecho no es muy original y es un recurso relativamente sencillo, pero la gracia, claro está, es cómo se desarrolla la cosa.