La tercera ley de Clarke
Reza la tercera ley de
Arthur C. Clarke: “Cualquier tecnología lo suficientemente avanzada es
totalmente indistinguible de la magia.”
La ciencia ficción ha
explotado este concepto en multitud de ocasiones. Veamos unos cuantos ejemplos.
En Star Trek: La
Nueva Generación, en el capítulo “El regreso el Diablo”
(”Devil’s Due”, 1991), se cuenta la historia de una timadora
que utiliza una avanzada tecnología para engañar a pueblos más primitivos y
hacerse pasar por un dios ante ellos, para poderlos explotar impunemente.
En la serie Babylon
5, en el capítulo “La geometría de las sombras” (”The
Geometry of Shadows”, 1994), aparecen unos seres de gran sabiduría
llamados los tecnomagos, que utilizan sus avanzados conocimientos científicos
para simular fenómenos aparentemente mágicos.
Isaac Asimov recurre al
conocido truco de utilizar una especie de magia tecnológica en un capítulo de
Fundación (Foundation, 1951), en la que
la Términus (la Primera Fundación) crea una especie de religión para controlar
los aparatos tecnológicos, que maneja una “casta” sacerdotal para mantener a
raya a sus díscolos vecinos.
En ¡Qué difícil
es ser Dios! (Trudno byt bogom, 1964), de Arkadi y
Borís Strugatski, el protagonista también utiliza la avanzada tecnología
disfrazada de magia ante una sociedad de corte medieval de otro planeta, a la
que están estudiando.
Finalmente, en
¡Hágase la oscuridad! (Gather, Darkness!,
1943), de Fritz Leiber, tras una catástrofe planetaria, la civilización ha
caído y reina la barbarie. Para evitar que vuelva a repetirse la historia, los
científicos crean una especie de religión basada en la ciencia.
De temática parecida
tenemos también la magnífica Cántico por Leibowitz
(A Canticle for Leibowitz, 1955), de Walter M. Miller, donde
precisamente, la historia se vuelve a repetir.
Ya veis que el tema es
omnímodo. De hecho no es muy original y es un recurso relativamente sencillo,
pero la gracia, claro está, es cómo se desarrolla la cosa.
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