16 septiembre 2008

Los inexorables hados

Existe una curiosa conexión entre la obra de J.R.R. Tolkien y la mitología griega, mucho más allá, tal vez, de lo que al propio Tolkien le hubiese gustado reconocer. Me refiero a la idea del "hado" o "destino".

Por todos es sabido que Tolkien era un devoto católico y, por ende, enemigo de la teoría de la predestinación propia de cierto tipo de protestantismo. Aun así, esta idea de que el destino pesa sobre todos nosotros es una idea cíclica y recurrente en sus relatos.

Por citar un par de ejemplos, en "La música de los Ainur", en El Silmarillion, Tolkien viene a decirnos que todo ha sido establecido ya desde un principio y que la historia del hombre forma parte del tejido de esa música de los Ainur.

En El Señor de los Anillos, Tolkien dice claramente que el poder del anillo es tan grande que nada puede oponerse a su sino: el portador deberá pagar un alto precio. Incluso el lugar en donde todo empieza y en donde todo concluye tiene un nombre resonante: el monte del Destino.

Estas ideas eran dominantes en la mitología griega. Ni si quiera los todopoderosos dioses del Olimpo podían oponerse al Destino. Todo debía suceder tal y como estaba escrito en algún sitio o tal y como las Parcas (las hilanderas) decidían, trenando las hebras por las que el Destino se establecía.

Curiosos referentes en una persona tan marcadamente católica. Claro que el catolicismo, aunque desde la Reforma protestante se ha opuesto a la teoría de la predestinación, nunca ha sido capaz de ofrecer una explicación alternativa satisfactoria desde un punto de vista filosófico.

Decir que Dios conoce todo el futuro pero que es trascendente a él, no deja de ser una especie de Deus ex machina (nunca mejor dicho) ideado expresamente para sortear una espinosa cuestión.