11 noviembre 2005

Correlaciones: Solución insatisfactoria (!)

He decidido retomar el proyecto que apenas pude iniciar en Cyberdark.net de una columna periódica acerca de la conexión de relatos y novelas cortas de ciencia ficción con temas de rabiosa actualidad.

Para empezar, he decidido recuperar la primera columna que publiqué en Cyberdark para darle continuidad.

Sólo una aclaración: algunas veces se revelará el final de la trama, por lo que si no habéis leído el relato y tenéis intención de hacerlo, avisaré previamente de ello en el título con el símbolo (!)



En mayo de 1941, la revista norteamericana de ciencia ficción Astounding, publicó un número más que memorable. En él figuraban dos relatos de Robert A. Heinlein de los que harían escuela y marcarían un antes y un después en la ciencia ficción. Estos fueron "Universo" y "Solución insatisfactoria", recogidos posteriormente en múltiples antologías, entre las que destaca en castellano: La edad de oro. 1941

El primer relato, "Universo", fue importante por ser una de las primeras especulaciones modernas sobre arcologías, esto es, grandes naves espaciales con un ecosistema cerrado. Desde luego que es mucho más que eso, como solían ser los buenos relatos de Heinlein. Pero el relato que comentaré es el segundo, "Solución insatisfactoria", remarcable por muchos motivos, pero sobre todo porque fue premonitorio de muchos fenómenos y sucesos que acontecieron poco después y cuyos ecos aún resuenan hoy día, siendo de rabiosa actualidad.

"Solución insatisfactoria" (Solution Unsatisfactory, 1941) es un relato singular. Describe unos Estados Unidos inmersos en la II Guerra Mundial (cuando se publicó faltaban todavía siete meses para el ataque japonés a Pearl Harbor) y que están desarrollando un programa nuclear que recuerda bastante a lo que poco tiempo después sería el Proyecto Manhattan. Dicho programa es una colaboración entre científicos, políticos y militares, dirigido más bien por los últimos. A diferencia de lo que la historia escribiría, el gran descubrimiento no será un arma de fisión sino un polvo radiactivo altamente mortífero, derivado del proceso de purificación del uranio.

Políticos y militares se dan cuenta rápidamente de que ha caído en sus manos un arma de potencia devastadora: el arma final. Una guerra mundial con ese tipo de armamento supondría el fin de la civilización. Los Estados Unidos de entonces están regidos por un presidente bastante ecuánime y honesto que tratará de dirigir el curso de los acontecimientos con sabiduría y prudencia, aunque será el militar Manning, responsable del proyecto, quien acabará dándose cuenta de todas las repercusiones que el Polvo mortífero plantea.

Los americanos ponen fin a la guerra en Europa bombardeando Berlín con el Polvo, tal y como después sucederá en la realidad con Hiroshima y Nagasaki. Aunque Heinlein es más "humanitario" y deja claro que los alemanes son avisados varias veces de lo que les va a suceder, a pesar de que no les crean.

Si el relato sólo fuese esto, podríamos hablar de eso que a algunos les gusta tanto halagar de la ciencia ficción: la capacidad predictiva del género o de un escritor en particular, en este caso del genial Heinlein. Pero eso sería caer en una de las trampas típicas que tiende el género a los incautos, porque tan increíbles son las predicciones acertadas de la cf, como descomunales son las pifias de lo contrario. El mismo Heinlein en el relato acaba poniendo a los japoneses como aliados de los americanos. Si bien es cierto que lo serán a partir de 1945, no lo fueron precisamente durante la II Guerra Mundial...

El relato es mucho más que profético: especula brillantemente sobre lo que representaría para la Humanidad un arma de esas características: el Arma de destrucción masiva definitiva.

Las posiciones de los responsables del proyecto son dispares. Así, los científicos creen que se trata de una abominación. La científica responsable del descubrimiento acaba suicidándose cuando se entera de que sus investigaciones han servido para perpetrar la masacre de Berlín. En cualquier caso, el sentimiento de culpa es generalizado, si bien todos consideran que han obrado para evitar males mayores. Es interesante ver que Heinlein no utiliza el típico cliché de científico loco tan usual en su época ni el del científico que cree que sólo está haciendo ciencia y no es responsable del uso que otros hagan de sus descubrimientos.

Los políticos y los militares parecen comportarse también con honestidad, ya que se ven desbordados por una responsabilidad que ninguno ha buscado. Podemos ver en ellos las diferentes sensibilidades que después aparecieron en el mundo real sobre el uso que darle a la bomba atómica. Unos creen que debe procederse al ataque preventivo (¿a alguien le suena eso?) y que debe impedirse a toda costa que nadie más que los americanos tenga el Polvo mortal. Para ello, se debe lanzar un ultimátum mundial en el que se prohiba el uso de aviones que puedan dispersar el arma sobre grandes áreas y se conmina a todos los estados a que entreguen sus aeronaves, so pena de ser atacados con el Polvo. De esta manera, la guerra quedará desterrada y el mundo estará vigilado por los gendarmes americanos que impondrán por la fuerza, si es necesario, una Pax americana.

Otros creen que debe constituirse una entidad supranacional al estilo de la Sociedad de Naciones que ejerza dicho control, cuyos representantes sean elegidos democráticamente y que sería quien controlaría el Polvo. Vaya, lo que después fue la ONU, pero sin democracia y sin armas nucleares...

El debate es bastante interesante y no vemos el clásico duelo entre halcones y palomas. Ni si quiera es un debate entre ideologías. Es más bien el triunfo del pragmatismo, de los hechos consumados.

No sin renuencia, se adopta la primera solución: la Pax americana (¿alguien dudaba que ésa sería la solución favorita de Heinlein?). Los argumentos para ello no son del todo políticos. Se razona que una democracia es aplicable a Norteamérica, Europa y tal vez a Sudamérica, pero improbable en Rusia (la entonces URSS), África, la India o China. Está claro que en lo de la India se equivocó, pero es evidente que, medio siglo después, no se puede hablar todavía de democracia en China o en la mayor parte de África.

Pero Heinlein incide más en lo práctico que en lo correcto y tampoco se trata de un relato en el que se quiera justificar demasiado la situación.

También aquí Heinlein acertó bastante. No sólo estoy hablando de Iraq y la famosa guerra preventiva. Cuando en 1945 Estados Unidos obtuvo y utilizó la bomba atómica, hubo políticos y militares notables -como McArthur- que sostuvieron que había que acabar con la Unión Soviética antes de que ésta lograse acceder a la bomba y no fueron pocas las voces que apoyaron esta línea de actuación.

Lo verdaderamente sorprendente de este relato no es que Heinlein previera en cierta manera el Proyecto Manhattan y algunas de sus consecuencias más evidentes, sino la enorme cantidad de consecuencias en las que dio en el blanco de manera fulminante: los efectos de la radiación, el remordimiento por el uso del arma, el miedo a una guerra final, el pánico a que una tecnología de estas características pudiese estar al alcance de casi cualquier estado, la guerra preventiva... Y la guerra fría posterior con los soviéticos, porque hasta en esto acertó. En el relato, los soviéticos hacen ver que aceptan la Pax americana, para bombardear a traición a los americanos con el Polvo radiactivo que ellos también han obtenido.

Heinlein defiende la guerra preventiva, no como algo deseable, sino como la única solución -y aun así insatisfactoria- para evitar una guerra nuclear que exterminaría toda forma de vida sobre la Tierra.

Hasta los detalles son fascinantes. El fin de la aviación comercial para evitar que pueda diseminarse el Polvo sobre las ciudades nos recuerda tristemente al 11 de septiembre y al posterior cierre del espacio aéreo americano, medida realmente excepcional que en el relato se convierte en perpetua.

Todavía hay otro aspecto remarcable. El presidente y el militar que dirigen todo el cotarro son personas justas y honorables, aunque no por ello se arredran a la hora de tomar decisiones difíciles. Pero Heinlein ya nos advierte que este tipo de personas no abundan. Así, cuando el Presidente sufre un accidente de avión y le sucede un vicepresidente menos honorable y más corrupto, Manning toma una decisión de gran calado: ni más ni menos que proclamar una dictadura militar mundial. Manning, el militar, ha acabado creando una entidad supranacional que controla el Polvo. Podría parecer que ha migrado hacia la idea de una ONU, pero no es así: dicha organización no es democrática, está controlada personalmente por él.

Así, siguiendo aquello de que Roma conquistó el mundo, pero Grecia conquistó el corazón del bárbaro conquistador, Estados Unidos impone una Pax americana y Manning se apodera de los Estados Unidos, convirtiéndose en un dictador por necesidad, en una especie de Cincinnato moderno. No es la figura conquistadora de Julio César o de Napoléon, sino más bien la de Oliver Cromwell. En cualquier caso, dictador. Podríamos resumir su postura en algo así como: a grandes males, grandes remedios.

Uno de los motivos que obligan a Manning a adoptar esa decisión es que el nuevo Presidente tiene claro que va a emplear el poder coercitivo que le ofrece el Polvo para favorecer los intereses comerciales de Estados Unidos. Bueno, recientemente se supo por informes de la Comisión Europea que una serie de países liderados por Estados Unidos, entre los que se encontraban también Canadá y el Reino Unido, utilizaron una red de espionaje electrónico sofisticadísima -la famosa Echelon- para espiar a sus aliados europeos con finalidades comerciales. También ahí dio en el clavo.

Aun siendo un relato del año 1941, ¿no sigue estando de rabiosa actualidad? ¿No nos hace pensar en que las cosas tal vez no hayan cambiado tanto desde entonces? No tenemos un Manning, pero, ¿acaso no vivimos bajo una especie de Pax americana? ¿No se ha utilizado el miedo a una guerra nuclear, química o bacteriológica para presionar a muchos estados a fin de que renuncien a dichos armamentos? Y no sólo pienso en eso que han bautizado como Eje del Mal...

Resumiendo: Heinlein fue profético, la realidad, por una vez, no superó a la ficción y, si de alguna manera tuviese que resumir la ideología que destila el relato, tal vez sería algo así como: "el pragmatismo como doctrina".

Es un gran relato y merece la pena leerlo, incluso sabiendo de qué va. No perdamos de vista que Heinlein escribía muy bien y que ha conseguido cosas tan notables como hacernos disfrutar de narraciones que, si sólo por ideología las tuviésemos que juzgar, tal vez estarían en las antípodas de nuestras más profundas creencias.

Como apunte final, quisiera recomendar no sólo la lectura de este relato sino, también, la del delicioso "Mairzy Doats", incluido en el recién publicado Páginas perdidas de Paul di Filippo (Grupo editorial AJEC), en que se describe una peculiar ucronía en la que Robert Heinlein ha sido elegido presidente de los Estados Unidos y ha puesto en práctica algunas de las ideas de este relato. Verderamente, vale la pena leerlo...